El Arcángel Gabriel, imponente, despliega sus majestuosas
alas ante la Virgen; sin embargo, él mismo se rinde ante la humildad de la
Madre de Dios y se arrodilla para darle el mensaje más asombroso que jamás
pueda ser concebido por mente angélica o humana: ¡Dios la ha elegido para
encarnarse en Ella! El Arcángel la contempla con respetuoso asombro, mientras
le transmite el divino mensaje; al mismo tiempo, señala con su dedo índice
hacia lo alto, indicando que el Verbo de Dios descenderá de los cielos,
mientras que con su mano izquierda sostiene un lirio, indicando la doble pureza
de la Encarnación: la del Ser trinitario divino y la de Ella, elegida
precisamente por ser un espejo Purísimo y Limpidísimo en el que el Verbo de
Dios puede encarnarse sin temor alguno, porque Ella no posee mancha alguna de
pecado original. La Madre de Dios, a su vez, se encuentra arrodillada, con sus
manos unidas y los ojos cerrados, en un reclinatorio, indicando que se
encuentra en estado de profunda oración y de unión mística con Dios Uno y
Trino; su hábito rojo simboliza el fuego del Espíritu Santo que la inhabita
desde su Inmaculada Concepción; su capa azul, simboliza su estado de Concepción
en Gracia Plena, necesaria para ser la Madre del Verbo de Dios. Completan la
escena los Querubines que, desde el cielo, entonan cánticos de alabanza al
Verbo de Dios y a su Madre.
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