En las Apariciones de la Virgen en Fátima, Portugal, se destacan tres
grandes pedidos: rezar el Santo Rosario diariamente, consagrarse
al Inmaculado Corazón de María y ofrecer sacrificios por los pecadores. Con relación
a estos pedidos, en la Tercera Aparición en Fátima, Portugal, sucedida el Viernes
13 de Julio de 1917, la Virgen hace un llamado, a través de los Pastorcitos, a
sacrificarse por los pecadores y a hacer reparación por ellos: su destino, advierte la Virgen, es el infierno, desde el
momento en que nadie reza ni se sacrifica por ellos y por lo tanto no reciben
los beneficios redentores de la muerte de Jesús en la cruz. Sor Lucía relata así
la Tercera Aparición: “Momentos después de haber llegado a Cova de Iría, junto
a la encina, entre numeroso público (4.000 personas) que estaba rezando el
rosario, vimos el rayo de luz una vez más y un momento más tarde apareció la
Virgen sobre la encina. -¿Qué es lo que quiere de mí? -pregunté. –“Quiero que
vengáis aquí el día 13 del mes que viene, y continuéis rezando el rosario todos
los días en honra a Nuestra Señora del Rosario con el fin de obtener la paz del
mundo y el final de la guerra, porque solo Ella puede conseguirlo”. -Dije
entonces: quisiera pedirle nos dijera quién es, y que haga un milagro para que
todos crean que Usted se nos aparece. –“Continuad viniendo aquí todos los
meses. En octubre diré quién soy y lo que quiero, y haré un milagro que todos
han de ver para que crean”. –“¡Sacrificaos por los pecadores y decid muchas
veces, y especialmente cuando hagáis un sacrificio: ‘Oh, Jesús, es por tu amor,
por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos
contra el Inmaculado Corazón de María!’”.
Al
decir estas últimas palabras abrió de nuevo las manos. El reflejo de la luz
parecía penetrar la tierra y vimos como un mar de fuego y sumergidos en este
fuego los demonios y las almas como si fuesen brasas trasparentes y negras o
bronceadas, de forma humana, que fluctuaban en el incendio llevadas por las
llamas que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo, cayendo hacia
todos los lados, semejante a la caída de pavesas en grandes incendios, pero sin
peso ni equilibrio, entre gritos y lamentos de dolor y desesperación que
horrorizaban y hacían estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por sus
formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero
trasparentes como negros tizones en brasa. Asustados y como pidiendo socorro
levantamos la vista a nuestra Señora, que nos dijo con bondad y tristeza: -“Habéis
visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas
Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si
hacen lo que yo os digo se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra
terminará pero si no dejan de ofender a Dios en el reinado de Pío XI comenzará
otra peor”[1]. En
esta Aparición se destacan entonces, como decíamos, los pedidos de sacrificios,
de consagración al Inmaculado Corazón de María y de oración por la conversión
de los pecadores, porque el destino irreversible de estos es el infierno, el
cual no es algo imaginario ni simbólico, sino un horroroso y pavoroso lugar de
castigo eterno, reservado para quienes, libre y voluntariamente, quieren
perseverar en el mal.
Algo
que se destaca de modo particular es el aspecto triste del semblante de la
Virgen hacia el final de la Tercera Aparición, aspecto que se mantiene en la siguiente
aparición, la Cuarta, y que se explica por el destino de dolor eterno al que se
encaminan diariamente millones y millones de sus hijos que, día a día, elijen
vivir y morir cumpliendo los mandamientos de Satanás y no los Mandamientos de
la Ley de Dios. En la Cuarta Aparición de la Virgen, sucedida el Domingo 19 de
Agosto, se repiten, tanto los pedidos de sacrificios y de oración del Santo
Rosario, como el aspecto de tristeza de la Virgen: “(…) Y tomando un aspecto
muy triste, la Virgen añadió: “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los
pecadores, porque muchas almas van al infierno por no tener quien se sacrifique
y rece por ellas”. Y la Virgen empezó a subir hacia Oriente, como de costumbre”[2].
Sin
embargo, para quienes pretendan calificar de “apocalípticos” a los mensajes de
Fátima -o a sus mensajeros-, les convendría tener presente que uno de los
Pastorcitos, Francisco, en una de las apariciones, tuvo una experiencia mística
en la que se vio envuelto en una luz y un fuego que no solo no le provocó el
más mínimo dolor, sino que lo colmó de gozo, de serenidad y de paz. Francisco tuvo
una experiencia mística en la que pudo experimentar la dulzura y el amor de
Dios, al verse envuelto “en una luz que ardía pero que no quemaba”, y esa luz
era Dios. Dice así Francisco: “Estábamos ardiendo en esa luz que es Dios y no
nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? No se puede decir. Esto sí que la gente no puede
decirlo”[3]. A
diferencia del fuego doloroso del infierno, el Fuego de Amor que es Dios, no
solo no provoca dolor, sino que concede paz, alegría y serenidad al alma, tal
como la experimenta Francisco. Como diría Juan Pablo II en la homilía de
beatificación de Jacinta y Francisco, basándose en la expresión de Francisco,
Dios es “una luz que arde, pero que no quema”, y que mora en el corazón del que
está en gracia, convirtiendo a esa persona en una “zarza ardiente viviente”: “Dios:
una luz que arde, pero no quema. Moisés tuvo esa misma sensación cuando vio a
Dios en la zarza ardiente; allí oyó a Dios hablar, preocupado por la esclavitud
de su pueblo y decidido a liberarlo por medio de él: “Yo estaré contigo” (cfr. Éx 3, 2-12). Cuantos acogen esta
presencia se convierten en morada y, por consiguiente, en “zarza ardiente” del
Altísimo”[4]. En
otras palabras, lo que las apariciones de Fátima quieren transmitirnos, es que Dios
quiere que sepamos, por un lado, que Él es Fuego de Amor Divino y que quiere
abrasarnos a todos en ese Fuego de Amor, y que quiere que todos estemos en Él y
que vivamos en su paz, en su amor y en su alegría, tal como dice la Escritura: “Dios
quiere que todos nos salvemos” (cfr. 1
Tim 2, 4), pero lamentablemente, como la Virgen en persona les muestra a
los Pastorcitos, la realidad es otra muy distinta –y este es el otro mensaje de
las apariciones de Fátima-: si Dios quiere que toda la humanidad se salve, no
toda la humanidad quiere ser salvada, porque gran parte de la humanidad desea
cumplir otros mandamientos, los mandamientos de Satanás, que no son los
mandamientos de Dios, y esa es la razón de la tristeza de Dios, tal como la
relata Francisco. De hecho, en la actualidad, podemos constatar cómo, día a
día, se profundiza día a día cómo la humanidad entera se dirige en una
dirección diametralmente opuesta a la que conduce al Monte Calvario (ley de
identidad de género, matrimonio igualitario, aborto, eutanasia, ISIS,
genocidios, terrorismo, ateísmo, materialismo, hedonismo, relativismo, etc.).
Es
por eso que no sorprende que tanto Jesús, como la Virgen, aparezcan entristecidos
en las apariciones de Fátima, impactando de manera diversa a los Pastorcitos. Comentando
las apariciones, dice Juan Pablo II: “Sólo a él (a Francisco) Dios se dio a
conocer “muy triste”, como decía. Una noche, su padre lo oyó sollozar y le
preguntó por qué lloraba; el hijo le respondió: “Pensaba en Jesús, que está muy
triste a causa de los pecados que se cometen contra Él”. Para Francisco, Dios
estaba triste, y él llora para consolarlo, para que Dios deje de estar triste,
a causa de los pecadores. Y lo mismo sucede, pero con la Virgen, a Jacinta,
según el mismo Juan Pablo II: “La pequeña Jacinta sintió y vivió como suya esta
aflicción de la Virgen, ofreciéndose heroicamente como víctima por los
pecadores”[5].
Consagración
al Inmaculado Corazón de María, rezo diario del Santo Rosario, sacrificios por
la conversión de los pecadores, para evitar su eterna condenación y para
consolar a los Sagrados Corazones de Jesús y de María, esos son los principales
pedidos de las Apariciones de la Virgen en Fátima, una de las más importantes
intervenciones de la Madre de Dios en la historia de la Iglesia y de la
historia de la humanidad.
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