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martes, 12 de mayo de 2015

Los pedidos de la Virgen en Fátima: consagración a su Inmaculado Corazón, rezo del Santo Rosario y sacrificios por los pecadores


         En las Apariciones de la Virgen en Fátima, Portugal, se destacan tres grandes pedidos: rezar el Santo Rosario diariamente, consagrarse al Inmaculado Corazón de María y ofrecer sacrificios por los pecadores. Con relación a estos pedidos, en la Tercera Aparición en Fátima, Portugal, sucedida el Viernes 13 de Julio de 1917, la Virgen hace un llamado, a través de los Pastorcitos, a sacrificarse por los pecadores y a hacer reparación por ellos: su destino,  advierte la Virgen, es el infierno, desde el momento en que nadie reza ni se sacrifica por ellos y por lo tanto no reciben los beneficios redentores de la muerte de Jesús en la cruz. Sor Lucía relata así la Tercera Aparición: “Momentos después de haber llegado a Cova de Iría, junto a la encina, entre numeroso público (4.000 personas) que estaba rezando el rosario, vimos el rayo de luz una vez más y un momento más tarde apareció la Virgen sobre la encina. -¿Qué es lo que quiere de mí? -pregunté. –“Quiero que vengáis aquí el día 13 del mes que viene, y continuéis rezando el rosario todos los días en honra a Nuestra Señora del Rosario con el fin de obtener la paz del mundo y el final de la guerra, porque solo Ella puede conseguirlo”. -Dije entonces: quisiera pedirle nos dijera quién es, y que haga un milagro para que todos crean que Usted se nos aparece. –“Continuad viniendo aquí todos los meses. En octubre diré quién soy y lo que quiero, y haré un milagro que todos han de ver para que crean”. –“¡Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, y especialmente cuando hagáis un sacrificio: ‘Oh, Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María!’”.
Al decir estas últimas palabras abrió de nuevo las manos. El reflejo de la luz parecía penetrar la tierra y vimos como un mar de fuego y sumergidos en este fuego los demonios y las almas como si fuesen brasas trasparentes y negras o bronceadas, de forma humana, que fluctuaban en el incendio llevadas por las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados, semejante a la caída de pavesas en grandes incendios, pero sin peso ni equilibrio, entre gritos y lamentos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero trasparentes como negros tizones en brasa. Asustados y como pidiendo socorro levantamos la vista a nuestra Señora, que nos dijo con bondad y tristeza: -“Habéis visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo os digo se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra terminará pero si no dejan de ofender a Dios en el reinado de Pío XI comenzará otra peor”[1]. En esta Aparición se destacan entonces, como decíamos, los pedidos de sacrificios, de consagración al Inmaculado Corazón de María y de oración por la conversión de los pecadores, porque el destino irreversible de estos es el infierno, el cual no es algo imaginario ni simbólico, sino un horroroso y pavoroso lugar de castigo eterno, reservado para quienes, libre y voluntariamente, quieren perseverar en el mal.
Algo que se destaca de modo particular es el aspecto triste del semblante de la Virgen hacia el final de la Tercera Aparición, aspecto que se mantiene en la siguiente aparición, la Cuarta, y que se explica por el destino de dolor eterno al que se encaminan diariamente millones y millones de sus hijos que, día a día, elijen vivir y morir cumpliendo los mandamientos de Satanás y no los Mandamientos de la Ley de Dios. En la Cuarta Aparición de la Virgen, sucedida el Domingo 19 de Agosto, se repiten, tanto los pedidos de sacrificios y de oración del Santo Rosario, como el aspecto de tristeza de la Virgen: “(…) Y tomando un aspecto muy triste, la Virgen añadió: “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, porque muchas almas van al infierno por no tener quien se sacrifique y rece por ellas”. Y la Virgen empezó a subir hacia Oriente, como de costumbre”[2].
Sin embargo, para quienes pretendan calificar de “apocalípticos” a los mensajes de Fátima -o a sus mensajeros-, les convendría tener presente que uno de los Pastorcitos, Francisco, en una de las apariciones, tuvo una experiencia mística en la que se vio envuelto en una luz y un fuego que no solo no le provocó el más mínimo dolor, sino que lo colmó de gozo, de serenidad y de paz. Francisco tuvo una experiencia mística en la que pudo experimentar la dulzura y el amor de Dios, al verse envuelto “en una luz que ardía pero que no quemaba”, y esa luz era Dios. Dice así Francisco: “Estábamos ardiendo en esa luz que es Dios y no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? No se puede decir. Esto sí que la gente no puede decirlo”[3]. A diferencia del fuego doloroso del infierno, el Fuego de Amor que es Dios, no solo no provoca dolor, sino que concede paz, alegría y serenidad al alma, tal como la experimenta Francisco. Como diría Juan Pablo II en la homilía de beatificación de Jacinta y Francisco, basándose en la expresión de Francisco, Dios es “una luz que arde, pero que no quema”, y que mora en el corazón del que está en gracia, convirtiendo a esa persona en una “zarza ardiente viviente”: “Dios: una luz que arde, pero no quema. Moisés tuvo esa misma sensación cuando vio a Dios en la zarza ardiente; allí oyó a Dios hablar, preocupado por la esclavitud de su pueblo y decidido a liberarlo por medio de él: “Yo estaré contigo” (cfr. Éx 3, 2-12). Cuantos acogen esta presencia se convierten en morada y, por consiguiente, en “zarza ardiente” del Altísimo”[4]. En otras palabras, lo que las apariciones de Fátima quieren transmitirnos, es que Dios quiere que sepamos, por un lado, que Él es Fuego de Amor Divino y que quiere abrasarnos a todos en ese Fuego de Amor, y que quiere que todos estemos en Él y que vivamos en su paz, en su amor y en su alegría, tal como dice la Escritura: “Dios quiere que todos nos salvemos” (cfr. 1 Tim 2, 4), pero lamentablemente, como la Virgen en persona les muestra a los Pastorcitos, la realidad es otra muy distinta –y este es el otro mensaje de las apariciones de Fátima-: si Dios quiere que toda la humanidad se salve, no toda la humanidad quiere ser salvada, porque gran parte de la humanidad desea cumplir otros mandamientos, los mandamientos de Satanás, que no son los mandamientos de Dios, y esa es la razón de la tristeza de Dios, tal como la relata Francisco. De hecho, en la actualidad, podemos constatar cómo, día a día, se profundiza día a día cómo la humanidad entera se dirige en una dirección diametralmente opuesta a la que conduce al Monte Calvario (ley de identidad de género, matrimonio igualitario, aborto, eutanasia, ISIS, genocidios, terrorismo, ateísmo, materialismo, hedonismo, relativismo, etc.).
Es por eso que no sorprende que tanto Jesús, como la Virgen, aparezcan entristecidos en las apariciones de Fátima, impactando de manera diversa a los Pastorcitos. Comentando las apariciones, dice Juan Pablo II: “Sólo a él (a Francisco) Dios se dio a conocer “muy triste”, como decía. Una noche, su padre lo oyó sollozar y le preguntó por qué lloraba; el hijo le respondió: “Pensaba en Jesús, que está muy triste a causa de los pecados que se cometen contra Él”. Para Francisco, Dios estaba triste, y él llora para consolarlo, para que Dios deje de estar triste, a causa de los pecadores. Y lo mismo sucede, pero con la Virgen, a Jacinta, según el mismo Juan Pablo II: “La pequeña Jacinta sintió y vivió como suya esta aflicción de la Virgen, ofreciéndose heroicamente como víctima por los pecadores”[5].
Consagración al Inmaculado Corazón de María, rezo diario del Santo Rosario, sacrificios por la conversión de los pecadores, para evitar su eterna condenación y para consolar a los Sagrados Corazones de Jesús y de María, esos son los principales pedidos de las Apariciones de la Virgen en Fátima, una de las más importantes intervenciones de la Madre de Dios en la historia de la Iglesia y de la historia de la humanidad.



[1] http://www.corazones.org/maria/fatima/apariciones_nuestra_senora_fatima.html
[2] Cfr. ibidem.
[3] https://anecdotasycatequesis.wordpress.com/2015/04/04/dia-4-de-abril/
[4] http://www.corazones.org/maria/fatima/homilia_beatificacion_jacinta_francisco.html
[5] Cfr. ibidem.

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