En la Aparición del 13 de junio de 1917, la Virgen pide la
Consagración a su Inmaculado Corazón: “Jesús quiere servirse de ti para darme a
conocer y amar. Quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado
Corazón. A quien le abrazare prometo la salvación y serán queridas sus almas
por Dios como flores puestas por mí para adornar su Trono”.
¿Por
qué pide la Virgen en Fátima la Consagración a su Inmaculado Corazón? La respuesta
la encontramos analizando lo que la Virgen le dijo a Sor Lucía en esa misma
Aparición, luego de anunciarle que sus primos Jacinta y Francisco irían al
cielo y ella quedaría en la tierra: “Nunca te dejaré. Mi Inmaculado Corazón
será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios”[1]. Según
lo que la Virgen le dijo a Sor Lucía, quienes quedamos en la tierra,
necesitamos tres cosas, hasta llegar al cielo: compañía, un refugio y un
camino, y todo eso nos lo proporciona el Inmaculado Corazón de María: “Nunca te
dejaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a
Dios”.
“Nunca te dejaré”: si no nos consagramos al Inmaculado
Corazón de María, estamos solos, aun cuando estemos rodeados de muchas
personas; si no nos consagramos a María, aun cuando vivamos en medio del ruido
y de la música y del estruendo del mundo, estamos solos, y necesitamos de la
compañía de la Virgen, y esa compañía la tenemos cuando nos consagramos a su
Inmaculado Corazón, y eso es lo que la Virgen le quiere decir a Sor Lucía
cuando le dice: “Nunca te dejaré”.
“Mi Inmaculado Corazón será tu refugio”: este mundo, según
el Evangelio, está “bajo el dominio del Maligno” (1 Jn 5, 19), y eso lo podemos ver a diario: violencias, guerras,
injusticias, sectas, hambre, odio, usura, materialismo, mentiras, peleas,
discordias, engaños, inmoralidades de todo tipo, etc. El mundo actual es como
un inmenso alud de mal, que arrastra todo a su paso, y para cuya defensa, nada
de lo que pueda hacer el hombre es útil. Solo el Inmaculado Corazón de María es
el refugio seguro frente al horrible huracán de maldad y perversidad que azota
sin compasión a toda la humanidad y que segundo a segundo parece aumentar de
intensidad. Sólo la consagración al Inmaculado Corazón de María no solo nos
librará de esta tormenta de oscuridad infernal, sino que nos alumbrará con la
luz del Espíritu Santo, mientras el mundo se sumerge en las tinieblas más
oscuras que jamás haya conocido la humanidad.
“Y
el camino que te conducirá a Dios”: la humanidad, en nuestros días, transita
múltiples caminos, anchos, pavimentados, lisos, en pendiente, fáciles de
transitar, divertidos, coloridos, atractivos, que a la par que se los
transitan, permiten dar rienda suelta a las pasiones. Sin embargo, esos caminos
finalizan en el Abismo del cual no se sale. El Inmaculado Corazón de María, por
el contrario, es el camino seguro que conduce a Dios, porque nada hay en María
que no sea de Dios y para Dios, y es por eso que, quien se adentra en el
Inmaculado Corazón de María, se adentra en el Sagrado Corazón de Jesús, que es
el Corazón mismo de Dios, y es por eso que, consagrarse al Inmaculado Corazón
de María, es equivalente a consagrarse al Corazón mismo de su Hijo Jesús, que
es el Corazón de Dios.
Estas
son las razones por las cuales la Virgen, en Fátima, pide que, los que estamos
aún en la tierra, peregrinando hacia la eternidad, debemos consagrarnos a su
Inmaculado Corazón.
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