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martes, 16 de diciembre de 2014

“Ven, Espíritu Santo, desciende sobre tu Iglesia, cúbrenos con tu sombra, tráenos el don de tu amor, el Hijo del Padre, Jesús Eucaristía, el Hombre-Dios”


“El Espíritu Santo descenderá sobre Ti” (cfr. Lc 1, 26-38). María ya había recibido al Espíritu Santo en su propia concepción, por eso es que había nacido no solo sin pecado original, sino con la plenitud de la gracia, por la inhabitación de la Gracia Increada, el Espíritu de Dios. Es decir, el Espíritu Santo, sin que medie anuncio alguno, había descendido ya sobre María Santísima, para convertirla en su morada.
Pero ahora el ángel le anuncia algo distinto: el Espíritu Santo, que inhabita en Ella, descenderá sobre Ella y en este descenso habrá un misterio insondable, que la convertirá en la morada del Hijo del Padre. El Espíritu Santo, que inhabita en Ella, descenderá sobre Ella y le traerá algo, un don de Dios Padre, y es nada menos que un Hijo, pero no un hijo de hombre, no un hijo humano, sino el Hijo que es el Hijo Unigénito y eterno del Padre eterno.
“El Espíritu Santo descenderá sobre Ti”. El descenso del Espíritu Santo sobre María Santísima lleva a su misterioso cumplimiento el designio divino sobre Ella: ser la depositaria de la Palabra eterna encarnada. El descenso del Espíritu Santo eleva a María a morada del Altísimo, a Tabernáculo del Verbo del Padre, que habita en una luz inaccesible.
El descenso del Espíritu Santo sobre María, que la convierte en Templo del Cordero, la vuelve, aunque se encuentre en la tierra, en Palestina, en imagen de la Jerusalén celestial, la Jerusalén del cielo, en donde reina el Cordero Pascual.
María inhabitada por el Espíritu y Templo del Hijo del Padre, es imagen de la Iglesia triunfante, en donde el Cordero, sacrificado por el Padre para donar el Amor divino, habita en esta Iglesia así como habitó en el seno virgen de su Madre, María.
Al igual que sucede con María en la tierra de Palestina, que desciende sobre Ella trayéndole el don del Hijo de sus entrañas, que es el Hijo del eterno Padre, revestido de Hombre, y la eleva de esta manera, estando todavía en la tierra, al seno mismo de Dios Trino, así sucede con la Iglesia peregrina en la tierra: el Espíritu Santo desciende sobre la Iglesia, en la consagración, la cubre con su sombra, y le trae el Hijo de sus entrañas, el Hombre-Dios, que procede eternamente del Padre, revestido de pan, y la eleva a una altura más alta que los cielos más altos, el seno mismo de Dios Trino.
El Espíritu Santo desciende sobre María y la cubre con su sombra, y desciende también sobre la Iglesia, de quien María es figura, cubriéndola también con su sombra.

Como hijos de la Iglesia, elevamos, desde este valle de dolor y lágrimas, con el corazón contrito y oprimido por el dolor: “Ven, Espíritu Santo, desciende sobre tu Iglesia, cúbrenos con tu sombra, tráenos el don de tu amor, el Hijo del Padre, Jesús Eucaristía, el Hombre-Dios”.

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