Existe una
correspondencia entre el misterio del sacerdocio católico y el misterio de la
Madre de Dios, y a tal punto que ambos misterios se iluminan mutuamente,
enlazándose uno con el otro en manera tal de formar un todo armonioso y
luminoso con la única luz de Cristo, con la Luz que es Cristo. Sin esta
correspondencia y sin esta mutua iluminación, ambos misterios quedarían ocultos
en su realidad última, separados entre sí y por lo tanto incomprensibles.
Sin embargo, de
los dos misterios, es tal vez la maternidad virginal de María el misterio a
través del cual se puede intentar dilucidar y establecer cuál sea la
correspondencia entre ambos: es la admirable maternidad divina de María la que
actúa como modelo, figura y fundamento del misterio del sacerdote ministerial; la
maternidad divina de María es el modelo, la figura y el fundamento para la
concepción y el nacimiento espiritual de Cristo en la Iglesia mediante el sacerdocio
ministerial.
Entonces,
contemplando la misteriosa maternidad divina de María, se puede ver el
sacerdocio ministerial como una copia y una prolongación de la maternidad
mariana: el sacerdote concibe a Cristo en el seno de la Iglesia, como María lo
concibió en su seno. En otras palabras, de la misma manera a como María
concibió en su seno al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo, haciendo
descender este Hijo desde el Cielo con su “sí”, depositándolo en su seno y
donándole una forma visible al Dios Invisible, de la misma manera, como hace
María, el sacerdote ministerial, por virtud del mismo Espíritu Santo, concibe
al Hijo de Dios hecho Hombre, lo hace descender del cielo hasta la Eucaristía
para depositarlo en el seno de la Iglesia bajo las especies eucarísticas, forma
sacramental visible del Dios Invisible.
Es decir, a
través del sacerdocio ministerial, copia y prolongación de la maternidad divina
de la Virgen, Cristo nace espiritualmente en el seno de la Iglesia y en el
corazón de los fieles, porque el sacerdocio ministerial realiza y prolonga en
el tiempo de la Iglesia lo realizado por la Madre de Dios en la Encarnación.
Por eso mediante el sacerdocio nace Cristo, continúa naciendo,
por decirlo así, del seno de María, y este nacimiento de Cristo a partir del
sacerdote en el seno de la Iglesia, se prolonga en la Iglesia a través de la
función sacerdotal ministerial en tres maneras.
Por un lado, el
sacerdote prolonga la maternidad divina de María haciendo nacer a Cristo en la
Eucaristía, lo concibe por medio de la acción y el poder del Espíritu Santo,
como María lo concibió, por el poder del Espíritu Santo, y lo hizo nacer en su
seno.
Por otro lado,
la maternidad de María se prolonga mediante el sacerdocio ministerial además en
otra manera: el sacerdote hace nacer a Cristo en el corazón de los creyentes, mediante
los sacramentos y la prédica de la Palabra de Dios y por la virtud del Espíritu
Santo, de la misma manera a cómo María nos habla, con la fuerza y la convicción
del Espíritu Santo, de su Hijo, haciéndolo nacer en nuestros corazones.
La tercera forma de participación del misterio de la
maternidad virginal es a través de la concepción y generación de Cristo en el
corazón de los fieles: así como María concibió en su seno y dió a luz a la
Cabeza y al Cuerpo de Cristo, así el sacerdote ministerial concibe en el seno
de la Iglesia y da a luz tanto a la Cabeza, que es Cristo, y el Cuerpo de
Cristo.
Al igual que María, el sacerdote da a luz no sólo la Cabeza
–Cristo Eucaristía, en el momento de la consagración, haciéndolo descender
desde el cielo por la potencia del Espíritu Santo- sino que también concibe y
da a luz al Cuerpo de Cristo, porque hace nacer a los miembros del Cuerpo
Místico de Cristo, por la predicación y por el bautismo.
Finalmente, en
una admirable correspondencia entre ambos misterios, la introducción del Cuerpo
de Cristo en la Eucaristía tiene el fin de unir la Cabeza con su Cuerpo
Místico, es decir, los fieles, los cuales a su vez se unen a Él a través de la
Eucaristía, del mismo modo como María introdujo el Cuerpo de su Hijo en el
mundo para que los hombres se unieran a su Hijo, la Cabeza.
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