El Arca de Noé era majestuosa y estaba hecha de madera; era resistente al
agua, fuerte, de gran tamaño. Interiormente era oscura, aunque estaba iluminada
con la tenue luz de las velas. Llevaba en ella las tablas de la ley, las que
Dios había dado a Moisés en el Monte Sión; llevaba también todo lo que quedaba
con vida sobre la superficie humana.
Gracias al Arca de Noé pudo salvarse la vida en la faz
de la tierra y pudieron los hombres conocer la ley de Dios, que estaba escrita en
tablas de piedra. Pasadas las aguas de la inundación, el Arca de Noé abrió sus
puertas y dejó al descubierto sus tesoros: la vida de la tierra, la vida de
Dios, contenida en las tablas de la ley.
Pero luego vino otra Arca, mucho más majestuosa, y no
estaba hecha de madera, sino de carne y hueso, y estaba revestida del Espíritu
de Dios, era resistente al agua, a las tribulaciones del mundo y de la
historia, y al fuego de los infiernos que trataban de quemarla; no era de gran
tamaño, sino pequeña.
A diferencia del Arca de Noé, que por dentro no estaba
bien iluminada, esta Nueva Arca, era interiormente luminosa[1], muy luminosa, porque no sólo estaba
iluminada por el Espíritu Santo, que es luz de Dios, sino que la luz de Dios,
el Espíritu divino, inhabitaba en Ella.
El Arca de Noé llevaba la ley de Dios, grabada en una
piedra; esta Arca celestial lleva al Autor de la
Nueva Ley , que la graba en los corazones
humanos y ya no más en la piedra.
El Arca de Noé llevaba toda la vida que quedaba en la
tierra; la Nueva Arca
lleva al Autor de toda vida y a la
Vida en sí misma, Dios Hijo encarnado.
El Arca de Noé transportaba corderos, entre otros
animales, y cada tanto debían ser sacrificados, para poder sobrevivir; en la
Nueva Arca , el Cordero se inmola de una vez
para siempre, en el altar de la cruz, para donarse como alimento de vida eterna,
que no se termina nunca, y que da la
Vida eterna del Dios Trino a quien lo consume.
El Arca de Noé se posó sobre un monte, el monte
Ararat, y desde ahí, al abrir sus puertas, salieron todos los seres vivientes
que poblaron el mundo.
Sobre la Nueva Arca ,
María, se posó el Espíritu Santo, y desde su seno virginal salió, como un rayo
de sol atraviesa el cristal, la
Vida de Dios personificada, Jesús, Dios Niño, Pan de Vida
eterna para el mundo.
En el Arca de Noé se alimentaban con pan cocido, asado
en fuego, y cuando se terminaba, no
había más y había que volver a amasar; en la
Nueva Arca , la Iglesia del Dios Altísimo,
el Pan, cocido y asado en el fuego del Espíritu, no se termina más, porque se
multiplica siempre como cuerpo y sangre de Jesús.
El Arca de Noé se quedó en la cima del monte Ararat; la
Nueva Arca , María, subió al Monte Sión,
vértice del cielo, en compañía de su Hijo Jesús.
El Arca de Noé abrió sus puertas y salió de ella todo
lo que tenía; la Nueva Arca ,
María, dio de su seno virginal a su Hijo Jesús, y lo continúa donando de manera
inagotable en cada banquete celestial, como Pan Vivo bajado del cielo, para
alimentar a los hijos de Dios.
En el Arca de Noé, una paloma sobrevoló las aguas y
trajo un ramo en su pico, para indicar que el diluvio había pasado; para la
Nueva Arca , María, una Paloma, el Espíritu
Santo, sobrevoló sobre ella, para indicar que recién comenzaba el diluvio del
agua de la gracia que habría de abatirse sobre la humanidad.
[1] Cfr. San Máximo de Turín, siglo IV, Sermón 42, 5; cit. La Virgen
María. Padres de la Iglesia , Editora Patria Grande, Buenos Aires
1978, 46-47.
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