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miércoles, 17 de diciembre de 2014

María, Arca luminosa de Dios



El Arca de Noé era majestuosa y estaba hecha de madera; era resistente al agua, fuerte, de gran tamaño. Interiormente era oscura, aunque estaba iluminada con la tenue luz de las velas. Llevaba en ella las tablas de la ley, las que Dios había dado a Moisés en el Monte Sión; llevaba también todo lo que quedaba con vida sobre la superficie humana.
Gracias al Arca de Noé pudo salvarse la vida en la faz de la tierra y pudieron los hombres conocer la ley de Dios, que estaba escrita en tablas de piedra. Pasadas las aguas de la inundación, el Arca de Noé abrió sus puertas y dejó al descubierto sus tesoros: la vida de la tierra, la vida de Dios, contenida en las tablas de la ley.
Pero luego vino otra Arca, mucho más majestuosa, y no estaba hecha de madera, sino de carne y hueso, y estaba revestida del Espíritu de Dios, era resistente al agua, a las tribulaciones del mundo y de la historia, y al fuego de los infiernos que trataban de quemarla; no era de gran tamaño, sino pequeña.
A diferencia del Arca de Noé, que por dentro no estaba bien iluminada, esta Nueva Arca, era interiormente luminosa[1], muy luminosa, porque no sólo estaba iluminada por el Espíritu Santo, que es luz de Dios, sino que la luz de Dios, el Espíritu divino, inhabitaba en Ella.
El Arca de Noé llevaba la ley de Dios, grabada en una piedra; esta Arca celestial lleva al Autor de la Nueva Ley, que la graba en los corazones humanos y ya no más en la piedra.
El Arca de Noé llevaba toda la vida que quedaba en la tierra; la Nueva Arca lleva al Autor de toda vida y a la Vida en sí misma, Dios Hijo encarnado.
El Arca de Noé transportaba corderos, entre otros animales, y cada tanto debían ser sacrificados, para poder sobrevivir; en la Nueva Arca, el Cordero se inmola de una vez para siempre, en el altar de la cruz, para donarse como alimento de vida eterna, que no se termina nunca, y que da la Vida eterna del Dios Trino a quien lo consume.
El Arca de Noé se posó sobre un monte, el monte Ararat, y desde ahí, al abrir sus puertas, salieron todos los seres vivientes que poblaron el mundo.
Sobre la Nueva Arca, María, se posó el Espíritu Santo, y desde su seno virginal salió, como un rayo de sol atraviesa el cristal, la Vida de Dios personificada, Jesús, Dios Niño, Pan de Vida eterna para el mundo.
En el Arca de Noé se alimentaban con pan cocido, asado en fuego, y cuando se  terminaba, no había más y había que volver a amasar; en la Nueva Arca, la Iglesia del Dios Altísimo, el Pan, cocido y asado en el fuego del Espíritu, no se termina más, porque se multiplica siempre como cuerpo y sangre de Jesús.
El Arca de Noé se quedó en la cima del monte Ararat; la Nueva Arca, María, subió al Monte Sión, vértice del cielo, en compañía de su Hijo Jesús.
El Arca de Noé abrió sus puertas y salió de ella todo lo que tenía; la Nueva Arca, María, dio de su seno virginal a su Hijo Jesús, y lo continúa donando de manera inagotable en cada banquete celestial, como Pan Vivo bajado del cielo, para alimentar a los hijos de Dios.
En el Arca de Noé, una paloma sobrevoló las aguas y trajo un ramo en su pico, para indicar que el diluvio había pasado; para la Nueva Arca, María, una Paloma, el Espíritu Santo, sobrevoló sobre ella, para indicar que recién comenzaba el diluvio del agua de la gracia que habría de abatirse sobre la humanidad.



[1] Cfr. San Máximo de Turín, siglo IV, Sermón 42, 5; cit. La Virgen María. Padres de la Iglesia, Editora Patria Grande, Buenos Aires 1978, 46-47.

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