“¡Madre de Dios!/Tu vientre se ha convertido en
una Santa Mesa/en la que está contenido el Pan que viene del Cielo./Quien coma
de este Pan no morirá,/así lo ha dicho el que alimenta a todos/ [1]”.
El vientre virginal de
María aloja al Verbo eterno del Padre que ha tomado la forma de una célula
humana primero y la de un embrión humano después. ¡Tiene la forma de un niño
humano y es Dios! No se puede dar crédito, si Dios mismo no lo revelara, a
noticia tan asombrosa: el Dios omnipotente se ha convertido, sin dejar de ser
Dios, en un niño humano, desde embrión unicelular, hasta feto viable de nueve
meses.
Pero este Niño, que crece
en el seno de María, no es un Niño cualquiera, así como María no es una mujer
cualquiera. Este Niño es Dios, y se entregará a sí mismo, en la Última Cena,
como Pan de Vida eterna. Antes de subir a la cruz y antes de volver al Padre,
de donde vino, este Niño se quedará en medio de su Iglesia como Pan, pero no
como un pan cualquiera, sino como un pan que da vida y no vida natural, sino la
vida misma de Dios Trinidad, la
Vida eterna del Padre, del Hijo y del Espíritu.
Por que el Niño es Pan
Vivo bajado del cielo, María es el altar, la Mesa sagrada en donde este Pan se ofrece a los
comensales, los hijos de Dios.
El Hombre-Dios se ofrece,
con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad, como Pan de Vida,
sacramentalmente, en la Última Cena, y renueva este ofrecimiento en cada santa
misa.
Pero mucho antes de
ofrecerse sacramentalmente como Pan Vivo, mucho antes, ya en el seno de su
Madre Virgen, María, Jesús se ofrecía al mundo como Hostia Pura y Santa, como
Pan Santo de Vida eterna.
Ya en el vientre materno
de María, el Niño es un Pan bajado del cielo; ya en el vientre materno de
María, se comporta como el Maná verdadero de los cielos, destinado a ser
consumido por los hijos de Dios que peregrinan en el desierto del mundo; ya en
el seno virgen de María, antes de nacer, el Niño era Pan Vivo, y daba de su
vida eterna, primera a su madre y a sus hermanos después; ya en el seno virgen
de María, altar del Dios Altísimo, el Espíritu Santo obraba el mismo milagro
que habría de obrar en el altar de la Iglesia , el seno puro y virgen de la Esposa del Cordero, la
conversión milagrosa del pan en el cuerpo de Jesús: en el altar, el Espíritu
convierte el pan inerte en el cuerpo de Jesús resucitado, que se dona como Pan
Eucarístico, como Pan de Vida eterna; en el seno virgen de María, altar del
Dios Altísimo, el Espíritu convierte al Pan de los cielos, al Maná celestial,
el Verbo del Padre, en el cuerpo y la sangre de Jesús, Hijo de Dios e hijo de
María.
Así como el altar es el
seno virgen de la Iglesia ,
Esposa del Cordero, en donde se ofrece al mundo el Hijo de Dios como Pan de
Vida, por obra del Espíritu, así, por obra del Espíritu, el seno virgen de María
es el altar desde el cual se ofrece al mundo al Pan de Vida eterna, Dios Hijo
encarnado, Hijo eterno del Padre e Hijo de María Virgen por el Espíritu.
[1] Cfr. San Andrés de Creta, del Canon, para la mitad de Pentecostés;
cit. La
Virgen María. Padres de la Iglesia , Editora
Patria Grande, Buenos Aires 1978, 104.
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