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miércoles, 17 de diciembre de 2014

María, anticipo del altar del Pan celestial


¡Madre de Dios!/Tu vientre se ha convertido en una Santa Mesa/en la que está contenido el Pan que viene del Cielo./Quien coma de este Pan no morirá,/así lo ha dicho el que alimenta a todos/ [1]”.
         El vientre virginal de María aloja al Verbo eterno del Padre que ha tomado la forma de una célula humana primero y la de un embrión humano después. ¡Tiene la forma de un niño humano y es Dios! No se puede dar crédito, si Dios mismo no lo revelara, a noticia tan asombrosa: el Dios omnipotente se ha convertido, sin dejar de ser Dios, en un niño humano, desde embrión unicelular, hasta feto viable de nueve meses.
         Pero este Niño, que crece en el seno de María, no es un Niño cualquiera, así como María no es una mujer cualquiera. Este Niño es Dios, y se entregará a sí mismo, en la Última Cena, como Pan de Vida eterna. Antes de subir a la cruz y antes de volver al Padre, de donde vino, este Niño se quedará en medio de su Iglesia como Pan, pero no como un pan cualquiera, sino como un pan que da vida y no vida natural, sino la vida misma de Dios Trinidad, la Vida eterna del Padre, del Hijo y del Espíritu.
         Por que el Niño es Pan Vivo bajado del cielo, María es el altar, la Mesa sagrada en donde este Pan se ofrece a los comensales, los hijos de Dios.
         El Hombre-Dios se ofrece, con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad, como Pan de Vida, sacramentalmente, en la Última Cena, y renueva este ofrecimiento en cada santa misa.
         Pero mucho antes de ofrecerse sacramentalmente como Pan Vivo, mucho antes, ya en el seno de su Madre Virgen, María, Jesús se ofrecía al mundo como Hostia Pura y Santa, como Pan Santo de Vida eterna.
         Ya en el vientre materno de María, el Niño es un Pan bajado del cielo; ya en el vientre materno de María, se comporta como el Maná verdadero de los cielos, destinado a ser consumido por los hijos de Dios que peregrinan en el desierto del mundo; ya en el seno virgen de María, antes de nacer, el Niño era Pan Vivo, y daba de su vida eterna, primera a su madre y a sus hermanos después; ya en el seno virgen de María, altar del Dios Altísimo, el Espíritu Santo obraba el mismo milagro que habría de obrar en el altar de la Iglesia, el seno puro y virgen de la Esposa del Cordero, la conversión milagrosa del pan en el cuerpo de Jesús: en el altar, el Espíritu convierte el pan inerte en el cuerpo de Jesús resucitado, que se dona como Pan Eucarístico, como Pan de Vida eterna; en el seno virgen de María, altar del Dios Altísimo, el Espíritu convierte al Pan de los cielos, al Maná celestial, el Verbo del Padre, en el cuerpo y la sangre de Jesús, Hijo de Dios e hijo de María.
         Así como el altar es el seno virgen de la Iglesia, Esposa del Cordero, en donde se ofrece al mundo el Hijo de Dios como Pan de Vida, por obra del Espíritu, así, por obra del Espíritu, el seno virgen de María es el altar desde el cual se ofrece al mundo al Pan de Vida eterna, Dios Hijo encarnado, Hijo eterno del Padre e Hijo de María Virgen por el Espíritu.



[1] Cfr. San Andrés de Creta, del Canon, para la mitad de Pentecostés; cit. La Virgen María. Padres de la Iglesia, Editora Patria Grande, Buenos Aires 1978, 104.

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