¿Qué
es la consagración a la Virgen?
La
respuesta está en lo que la
Virgen le dijo a Sor Lucía en la segunda aparición, el 13 de
junio de 1917, luego de anunciarle la próxima partida al cielo de sus dos
primos, Jacinta y Francisco: “Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y yo seré
el camino que te conduzca a Dios”. La
Virgen le dice que su Corazón es dos cosas: refugio y camino.
La
consagración a la Virgen
es esto: entrar en el Corazón Inmaculado de María Santísima para que nos sirva
de refugio y, al mismo tiempo, de camino hacia Dios.
¿Por
qué el Corazón de la Virgen
es refugio?
Para
entender porqué el Corazón Inmaculado de María es refugio, imaginemos la
siguiente situación: imaginemos que para llegar a nuestro destino, tenemos que atravesar un bosque muy tupido.
Nos internamos en él y a medida que avanzamos, se va ocultando el sol y se va
haciendo la noche. Es un bosque en donde habitan bestias salvajes y furiosas
que han sido atacadas por un extraño virus, el cual las ha vuelto mucho más
agresivas de lo que ya son en sí mismas. Por ejemplo, orangutanes, leones,
tigres, panteras, lobos, osos. A causa del virus, las bestias se han vuelto tan
salvajes y agresivas, que solo con mirar a una persona, ya desean destrozarla
con sus manos, como el orangután, o con sus dientes y garras, como el león, el
tigre, la pantera y el lobo. Caminamos por el bosque, nos internamos en él, se
hace cada vez más de noche, y comenzamos a sentir los gruñidos, los resoplidos,
los aullidos, de las bestias del bosque. Están cada vez más cerca. Si nos
alcanzan, nos destruirán con toda seguridad. Avanzan cada vez más rápido y
están tan cerca, que incluso podemos oír el chocar de sus dientes al lanzar
dentelladas en el aire, como pregustando la presa anticipadamente. Podemos
incluso ver sus ojos en la oscuridad de la noche, ojos que son rojos como brasas
ardientes. El virus ha provocado una transformación en sus ojos: antes podían
ver la luz, pero a causa del virus, ya no soportan la luz, y sólo pueden ver en
la oscuridad. Las bestias son numerosas, y su número aumenta a cada instante.
Están cada vez más cerca y, de no mediar un auxilio próximo, nuestro fin parece
cercano, tanto más, cuanto que estamos desarmados, pero si tuviéramos armas, el
número de las bestias es tan grande, que no podríamos ni siquiera empezar a
defendernos, porque el virus que ha atacado sus cerebros y sus corazones las ha
vuelto tan agresivas, que no le tienen miedo a nada. Están ya muy cerca de
nosotros, e incluso parecen habernos rodeado. Ya todo parece perdido. No hay
salida posible. Además, estamos tan cansados, hambrientos y sedientos, que nos
da la impresión de que no podemos hacer ni un paso más. Las luces de nuestras
linternas se van apagando poco a poco, lo cual atrae más a las bestias, a
quienes les favorece la oscuridad. Pero de pronto, la situación cambia en un
instante. Cuando parecía que estábamos por sucumbir bajo las garras y los
dientes de estas bestias feroces, hacemos unos pocos pasos más y llegamos a un
claro del bosque en donde se levanta una hermosa y sólida casa, que más que
casa, parece una fortaleza, porque es una casa como un castillo, y está bien
defendida con poderosas armas. Es una casa espléndida, toda bien iluminada, y
su resplandor, que sale desde dentro de la casa, tanto que parece que el sol se
ha metido ahí, y es más brillante que la misma luz del sol, pero no enceguece,
ahuyenta a las bestias, que no soportan la luz. Entramos en la casa y ahí nos
refugiamos, y nos sentimos a salvo de las bestias, que no se atreven a
acercarse, y una vez dentro, la
Dueña de casa nos atiende con amor de madre, nos alimenta,
nos hace descansar, y nos dice que descansemos, que el lugar adonde vamos está
a pocos metros de su casa, y el camino que va desde su casa a nuestro lugar de
destino final, es tan seguro como la misma casa.
Las
bestias feroces son los enemigos de nuestras almas, las potestades siniestras
de los aires, los demonios; el virus que ataca a las bestias del bosque, es el
pecado de soberbia, que les hizo perder el cielo para siempre a los demonios;
el bosque que se oscurece es el mundo; el día que se convierte en noche, es
nuestra vida; la luz de las linternas que se apaga poco a poco al agotarse la
batería, es la luz de la gracia que se apaga poco a poco con los pecados
veniales, hasta agotarse del todo con el pecado mortal; la casa en la que nos
refugiamos, es el Corazón Inmaculado de María; la luz que sale de su interior,
más brillante que el sol, es la luz de la gracia que inhabita en María por ser
Ella la
Inmaculada Concepción; el camino que hay desde la casa hasta
el lugar adonde vamos, camino seguro e iluminado y muy cercano a nuestra meta
final, es el Corazón de María, que nos conduce a la unión con Dios en esta
vida, por el Amor, y en la otra, para siempre.
Esta
es la razón por la cual el Corazón Inmaculado de María Santísima es llamado
“Refugio de los pecadores”.
¿Por
qué el Corazón de la Virgen
es camino hacia Dios?
Para saberlo, hay que tener en cuenta primero que hay
un camino que nos aleja de Dios, que va en dirección contraria adonde se
encuentra Dios, y es el camino del mundo. Este camino es ancho, espacioso,
fácil de transitar, porque es declive, en bajada. Aún más, a medida que avanza
el camino, se hace cada vez más en declive. Es espacioso y por él transita
mucha, muchísima gente. Es muy fácil de andar porque no hay que llevar nada
pesado, o si son cosas pesadas, es como si no pesaran nada, porque por un
efecto especial, propio del camino, todas las cosas pesadas se vuelven ligeras
como una pluma. Así, uno puede llevar, por ejemplo, una carretilla de lingotes
de oro, y le parece que está llevando un almohadón de plumas de ganso, tan poco
es el peso del oro. Uno puede llevar valijas y valijas de dinero, sin ningún
esfuerzo. Hasta se puede llevar un auto de lujo, con una sola mano, o una
mansión, sin el menor esfuerzo. A los costados del camino, hay cómodos sillones
en donde uno se puede echar a descansar todo el tiempo que quiera, y como en
las paredes hay televisores plasma gigantes, y Play Station, y pantallas de
computadoras con conexión a internet inalámbrica velocísima, y no hay
restricción para entrar en ningún sitio, uno puede estar en esos sillones días
y días enteros. La única regla para usar todos estos artilugios es que no se
usen las palabras “Dios”, “Jesús”, “María”, “Misa”, “Castidad”. En este camino,
todos están felices y ríen a carcajadas, porque no hay nadie que diga qué es lo
que hay que hacer. Es más, a cada tramo del camino hay letreros gigantes,
brillantes, parpadeantes, que enseñan cuál es la única regla que hay que
cumplir para poder caminar por este camino: “Haz lo que quieras”. Todos comen
de carritos gigantes con comida que hay a los costados del camino, pero comen
sin necesidad, sin hambre, sin apetito, comen solo por comer, por probar el
sabor de la comida rica; comen por gula y comen hasta no poder más. Beben
también sin necesidad, bebidas de todo tipo, principalmente alcohólicas,
mezcladas con substancias extrañas. No beben agua, no beben para satisfacer la
sed, sino para embriagarse, para probar el gusto de estar embriagados. Todos
comen y beben sin control y ríen también sin control. Escuchan música
estridente, ensordecedora, que incita a toda clase de cosas malas. Sin embargo,
este camino, a medida que avanza, se va convirtiendo en algo distinto a lo que
era al principio: se vuelve cada vez más empinado, y tan empinado, que en sus
últimos tramos todos deben ir corriendo cada vez más rápido, hasta que al final
se convierte en una pendiente casi vertical que da a un abismo profundísimo y
negro, en donde habita el ángel caído; las risas se convierten en llantos y
lamentos; el oro, el dinero y los bienes materiales, se vuelven incandescentes
y adquieren un peso de mil toneladas; las pantallas de televisión, de Play
Station, de computadoras y celulares, usadas para diversión sin Dios, se
convierten en horribles huecos negros de donde salen toda clase de alimañas
venenosas; el camino mismo, a medida que se avanza, va aumentando su calor,
como si estuviera tapizado por losas radiantes, y al final está tan caliente,
que está blanco, incandescente, a causa del fuego que sale del abismo y que
llega hasta el camino, para envolver a todo el que viene por él. Este camino
ancho y espacioso, el camino del mundo, conduce al lago de fuego, en donde
habita el ángel caído.
En cambio, el camino que es el Corazón de María es un
corazón lleno de luz celestial, porque está Lleno de la gracia divina, y es un
corazón lleno del Amor divino, porque es un corazón en donde vive el Espíritu
Santo, que es el Amor de Dios. Es difícil y trabajoso transitar por este
camino, porque necesariamente hay que renunciar a hacer la propia voluntad,
para hacer la Voluntad
de Dios en todo; es un camino en subida y además hay que llevar la Cruz, que es de madera y a
medida que se sube, se hace más pesada; al que tiene hambre y sed, se le da de comer
un Pan que tiene vida eterna, y se le da de beber un cáliz que tiene un vino
que solo parece vino, pero es la
Sangre del Cordero; mientras se camina, se entonan hermosos
cantos de alabanzas a Cristo Jesús, Presente en la Eucaristía, y esto
produce el efecto de aliviar inmediatamente el peso de la Cruz y alivia hasta hacer
desaparecer, la fatiga que produce la subida. Al final del camino, está Jesús
crucificado, y el que llega, sube a la
Cruz junto a Jesús, muere con Él y resucita, y así resucitado
y lleno de la gloria de Dios, se une a Dios Padre en el Amor del Hijo, el
Espíritu Santo. El camino que es el Corazón Inmaculado de María, termina en el
cielo, en la unión con Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, unión que
provoca una felicidad y una alegría que no se pueden describir ni imaginar en
este mundo.
Éste es el motivo por el cual el Corazón de María es
camino a Dios.
¿Cómo vivir la consagración a María? Imitando a la Virgen en sus virtudes. La Virgen tiene todas las
virtudes posibles y todas en grado máximo, muchísimo más alto que todos los
ángeles y santos juntos: paciencia, humildad, bondad, pureza, castidad,
caridad, alegría, amor, paz, afabilidad, servicialidad, sacrificio, valentía,
fortaleza, etc. etc. Enumerar las virtudes de la Virgen sería interminable y
por eso, el que quiera imitar a María y crecer en una virtud, lo único que
tiene que hacer es elevar los ojos a María, y contemplarla en la virtud que
quiere practicar. El Corazón de María es como un jardín hermosísimo, con toda
clase de flores y plantas que dejan asombrado a quien lo ve; consagrarme a la Virgen es recibir la
oportunidad de cultivar una flor como la de ese jardín, en mi propio jardín. Me
dan la semilla, que es la virtud, y el agua, que es la gracia. Lo único que
tengo que hacer es ponerme a trabajar.
Pero la consagración a María implica otra cosa, porque
en María no hay absolutamente ni la más pequeñísima sombra no solo de pecado
-que es malicia-, sino ni siquiera de la más insignificante imperfección,
porque en María sólo hay lugar para la Bondad y el Amor de Dios. Entonces, el que quiera
imitar a María, tiene que ver cuáles son sus pecados e imperfecciones, para
arrancarla de raíz, así como se arranca de raíz a una planta venenosa que
creció por descuido en el jardín. Si dejamos crecer una planta venenosa –un
pecado, un afecto desordenado, un vicio, una imperfección-, entonces se arruina
nuestro jardín, que no se parece más al de la Virgen.
¿Dónde y cómo practicar las virtudes de María? ¿Dónde
y cómo trabajar para erradicar los pecados, vicios, defectos e imperfecciones,
que se encuentran en nuestros corazones, pero que no están en el Corazón de
María, y por lo tanto hay que sacarlos urgentemente?
Para imitar a María, no es necesario ir a vivir en un
convento; no es necesario hacer un largo viaje y una interminable
peregrinación; lo único que es necesario es ver mi vida personal desde el
Corazón de María, con los ojos de María, para obrar como lo haría la Virgen, en las situaciones
cotidianas que me toca vivir, según mi deber de estado. Es necesaria también la
oración, especialmente el Santo Rosario, que son rosas espirituales que le
regalamos a la Virgen
cada vez que lo rezamos; son necesarios los sacramentos, sobre todo la
confesión sacramental frecuente y la Eucaristía, para vivir en estado de gracia y así
imitar a María, que es la Llena
de gracia; es necesario usar los sacramentales, principalmente el agua bendita;
es necesario practicar la humildad y la auto-humillación –María se llamó a sí
misma “Esclava del Señor”-, que son contrarios a la soberbia que anida en
nuestros corazones; es necesario practicar la misericordia, tanto espiritual
como corporal, como la practicó María con su Hijo Jesús durante toda su vida y
muy especialmente, en el Camino Real de la Cruz.
Por último, para imitar a María, que es en lo que
consiste la consagración, es necesario ver, amar y adorar a su Hijo Jesús, como
María. Para eso, hay que rezar esta oración: “Virgen María, dame tus ojos para
ver a Jesús como Tú lo ves; dame tu Corazón, para amar a Jesús con tu mismo
Amor; dame tu adoración, para adorar a Jesús en la Eucaristía con tu misma
adoración”. O también, más corta: “María, Madre mía, dame tus ojos para ver a
Jesús, dame tu Corazón para amarlo, dame tu adoración para adorarlo”. Así podremos
vivir plenamente la consagración al Inmaculado Corazón de María, y su Corazón
Purísimo será nuestro refugio y nuestro camino hacia Dios.