María es Reina de la Iglesia porque es Madre de Cristo, Rey
de la Iglesia, y es de Él de quien toma su realeza, la cual no consiste, como
en la tierra, en títulos nobiliarios, ni el poder de esta Casa Real se deriva
de grandes posesiones materiales, de ejércitos terrenos y de alianzas de poder
terrenales.
Si bien María desciende de una familia real, al igual que
José, la realeza de María, pero su realeza sobre la Iglesia no se deriva de la
sangre de seres humanos que pertenecen a una dinastía terrena, puesto que su
condición de Reina de la Iglesia se fundamenta en la posesión de una sangre
real, la sangre de su Hijo; María es Reina de la Iglesia porque su realeza se en
la Sangre del Hombre-Dios, el Rey de reyes, Cristo Jesús.
Como Reina, María tiene una corona, pero no una corona de
oro, de plata y diamantes, como las reinas de la tierra, sino una corona de luz
y de gloria divina, la gloria de su Hijo Jesús. María compartió aquí en la
tierra los dolores de su Hijo coronado de espinas, y por eso ostenta ahora,
para siempre, la corona de luz que su Hijo Jesús le concedió en los cielos. María
es Reina del Reino de los cielos, en donde su Hijo Jesús es Rey de reyes y
Señor de señores.
Como Reina, María se encuentra al frente de un gran “terrible
ejército formado en batalla” (Cant 6,
10), porque el Reino de los cielos, el Reino de la luz, está en guerra sin
cuartel contra el Reino de las tinieblas, que ahora campea en victoria aparente
sobre la tierra y sobre los hombres. María Reina, al frente del poderoso
ejército de su Hijo Jesús libra, comandando su ejército, la batalla de todas
las batallas, la conquista de las almas. Así como en una batalla encarnizada,
el ejército victorioso entra en la ciudadela conquistando casa por casa,
librando feroces encuentros hasta lograr la victoria final, así el ejército de
María Reina, compuesta en el cielo por los ángeles y santos que adoran al
Cordero y compuesto en la tierra por aquellos que en la Iglesia se consagran a
su Inmaculado Corazón, libra en esta tierra un duro combate por las almas,
luchando ardorosamente para conquistar alma por alma. A esta Reina de los
cielos, que es María, no le interesan las posesiones materiales ni la riqueza
terrena, porque todo el universo le pertenece, como Reina y Señora de todo lo
creado; le interesan las almas de los hombres, todas, y especialmente aquellas
que forman parte del tenebroso escuadrón de las tinieblas, porque también esas
almas, aunque momentáneamente formen parte del Reino de las tinieblas, han sido
destinadas al Reino de los cielos.
Los emblemas que identifican al ejército de María Reina y de
Jesús Rey son el estandarte ensangrentado de la Cruz y los emblemas de los Sagrados
Corazones traspasados de Jesús y de María; las armas que empuñan los miembros de
este victorioso ejército son el Santo Rosario y la Cruz; la armadura está
compuesta por la gracia santificante, el Escapulario del Monte Carmelo, y el intenso
entrenamiento, con el cual los miembros del ejército de María Reina consiguen enormes
victorias sobres sus enemigos, los “habitantes tenebrosos de los aires”, arrebatándoles
de sus garras siniestras a las almas creadas por Dios, lo constituyen las obras
de misericordia corporales y espirituales.
La Reina de los cielos, la Reina de la Iglesia, a todos
llama a alistarse a su ejército victorioso, porque el Príncipe de las tinieblas
tiene cautivo al mundo y a las almas, y esta Reina, que derrotará para siempre
al inmundo Príncipe tenebroso, aplastándolo con su delicado pie de doncella,
dotado de la Omnipotencia divina, quiere alistar a los guerreros de su ejército
cuanto antes, para que participen todos de su grandioso triunfo final, el
triunfo que se avecina día a día, el triunfo de su Inmaculado Corazón.
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