Existen en la Iglesia multitud de
santos que se han destacado por su amor a la Eucaristía. Sólo por nombrar
algunos, se encuentran, entre muchos otros, el obispo González, el adorador de
los sagrarios abandonados, fundador de la Unión Eucarística Reparadora; San
Pascual Baylón, Santo Tomás de Aquino, … etc. Los santos que se han destacado
por su devoción a la Eucaristía son innumerables, y mucho más, desde el momento
en que no existe santo de la Iglesia Católica que no haya sido devoto de la
Eucaristía. De todos estos santos, puede el adorador tomar ejemplo.
Sin embargo, existe un modelo
insuperable, ante el cual el amor eucarístico de los santos más piadosos y
fervorosos es casi como una pequeñísima chispa comparada con una inmensa
hoguera, y este modelo de adoración eucarística insuperable, es la Virgen
María. Todo en la Virgen se origina en la Eucaristía y se orienta hacia la
Eucaristía. Fue creada para la Eucaristía, porque solo Ella, Inmaculada y Llena
de gracia, Toda Pureza y Hermosura, podía ser el receptáculo digno, de dignidad
acorde a la majestad del Verbo de Dios que por amor a los hombres se habría de
encarnar. La Virgen fue pensada y creada por la Trinidad, no solo sin mancha de
pecado original, es decir, sin la más
pequeñísima mancha no de malicia, sino siquiera de imperfección, para alojar en
su seno virginal al Dios Perfecto, la Perfección Increada fuente de toda
perfección creada; la Virgen fue pensada y creada por la Trinidad, además de
sin mancha de pecado original, Toda Llena de gracia, Inhabitada por el Espíritu
Santo, lo cual quiere decir que fue creada enamorada de Dios y para enamorar al
mismísimo Dios Uno y Trino; fue creada Llena del Amor hermoso, con su cuerpo y
su alma, su mente y su corazón, ardientes en el Amor divino, desde el instante
mismo de la Concepción Inmaculada, lo cual quiere decir que la Virgen no podía amar
otra cosa que no sea Dios, ni amar nada que no sea en Dios, ni amar nada que no
sea para Dios. Sólo su mente perfectísima, llena de la Sabiduría divina, podía
recibir y aceptar sin dudar ni un instante, a la Sabiduría encarnada,
Jesucristo; solo su Corazón Inmaculado, Purísimo y exultante con el más puro
Amor, podía recibir y amar a la Bondad infinita de Dios que por Amor se
encarnaba; sólo su seno virginal, sólo su útero humano, jardín del Paraíso en
la tierra, podía alojar al diminuto Cuerpo creado del Redentor, que en el momento
de la Encarnación tenía, como todo hombre, un cuerpo del tamaño de una célula,
pues era un cigoto, pero a diferencia de todo hombre, cuyo cigoto está animado
por su alma humana, unida indisolublemente al cuerpo, que tiene el tamaño de un
cigoto, el Hombre-Dios tenía, además de su alma humana, su Divinidad, porque era
Dios Hijo en Persona.
La Virgen adoró, desde el primer
instante de su Concepción, a Dios Trino, y adoró, desde el primer instante de
la Encarnación, a Dios Hijo humanado en su seno. La Virgen fue creada para ser
sagrario viviente, custodia viva y ardiente de amor, para alojar al Hijo de
Dios encarnado, que se alojaría en su seno virginal durante nueve meses, y en
esos nueve meses, el Hijo de Dios fue adorado por la Virgen en su Cuerpo, su
Sangre, su Alma y su Divinidad.
La Virgen adoró al Hijo de Dios
desde el primer instante de la Encarnación, y lo adoró en su seno virginal,
convertido en sagrario viviente más precioso que el oro; cuando el Hijo de Dios
se encarnó, la Virgen lo adoró en la Encarnación a Aquel que era en sí mismo la
Eucaristía. La Virgen no solo cuidó con amor maternal a su Hijo Jesús, desde
que se encarnó, sino que lo adoró durante todo el período de gestación, a
Jesús, cuyo Cuerpo fue primero un cigoto, luego un embrión, luego un bebé; Cuerpo
en el que luego comenzó a circular su Sangre Preciocísima, a medida que se
formaban las células de la sangre, las venas, y el corazón comenzaba a latir;
la Virgen adoró a Jesús, cuyo cuerpo que estaba animado por su Alma santísima, Alma
unida a la Divinidad, Divinidad que el Hijo de Dios poseía desde la eternidad,
dada por el Padre desde siempre. La Virgen adoró la Eucaristía, el Cuerpo, la
Sangre, el Alma y la Divinidad de su Hijo Jesús, con su mente, colmada con la Sabiduría
divina, anonada en la Inteligencia infinita de Dios, sumisa en el Amor al
Pensamiento divino que pensaba de esta manera el mejor camino para salvar a los
hombres, y la adoración se tradujo en la más absoluta sumisión a la Verdad
divina; la Virgen adoró la Eucaristía, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la
Divinidad de su Hijo Jesús, con su Corazón Inmaculado, Corazón sin mancha,
brillantísimo, limpidísimo, purísimo, Lleno del Amor divino, que no podía ni
sabía ni quería amar otra cosa que no sea a su Hijo Jesús en su Cuerpo, Sangre,
Alma y Divinidad; la Virgen no podía ni quería amar otra cosa que no sea la
Eucaristía, su Hijo Jesús, y la adoración se tradujo en amor puro y exclusivo a
la Eucaristía; la Virgen adoró la Eucaristía, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y
la Divinidad, con su cuerpo, porque la Eucaristía, su Hijo Jesús, se alojó en
su cuerpo, en su seno virginal, convertido en sagrario viviente y en custodia
viva, ardiente en Amor divino, y la adoración la llevó a consagrar su cuerpo
inmaculado, para dar de su cuerpo y de su sangre, de su vida y de su amor, a su
Hijo Jesús, que era ya Eucaristía en su seno virginal.
La Virgen en la Encarnación adoró
a su Hijo Jesús en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, con su mente, su
corazón y su cuerpo, y por eso es modelo de adoración para todo adorador de la
Eucaristía.
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