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jueves, 31 de marzo de 2011

Si creemos en la Presencia real de Cristo Redentor en la Eucaristía, debemos creer en la Presencia real de la Virgen Co-redentora en la Santa Misa

María Co-redentora está
al pie del altar de la cruz,
en el Monte Calvario,
y está también
al pie de la cruz del altar,
la Santa Misa

Para la Iglesia Católica, la Santa Misa no es un rito vacío: es la perpetuación, renovación, actualización, incruenta y sacramental, del sacrificio del Calvario. Detrás –o más bien, dentro- de las acciones litúrgicas, se encuentra, oculto bajo el velo sacramental, el mismo sacrificio del Calvario, de modo que asistir a Misa es asistir al sacrificio de Cristo en el Monte Gólgota.

En la Santa Misa, Jesús, el Hombre-Dios, está Presente con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, tal como estuvo Presente en la cruz con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.

De este modo, el altar eucarístico se convierte en el Nuevo Monte Calvario, en donde Jesús renueva, en el misterio sacramental, el don de sí mismo en la cruz: así como en el altar de la cruz entregó su Cuerpo y derramó su Sangre, así en la cruz del altar, entrega su Cuerpo en la Eucaristía y derrama su Sangre en el cáliz.

Jesús está Presente en la Santa Misa, así como estuvo Presente en el Calvario hace veinte siglos, y como donde está el Hijo está la Madre, así como en el Calvario estuvo la Virgen al pie de la cruz, ofreciendo al Padre a su Hijo por la salvación de los hombres, así está la Virgen, Presente en Persona, al pie de la cruz del altar, al pie de la cruz del sacrificio eucarístico, ofreciendo a su Hijo al Padre por la redención de los hombres.

Es dogma de fe católica que la Santa Misa es la renovación del sacrificio del Calvario, y que Jesús, el Hombre-Dios, está Presente en el Sacrificio Eucarístico, así como estuvo Presente en el sacrificio de la cruz, y es dogma de fe que su sacrificio es un sacrificio redentor. A estos sublimes dogmas revelados por el cielo, le está indisolublemente unida la verdad de la Presencia en Persona de la Virgen María en el altar eucarístico, acompañando a su Hijo, ofreciendo a su Hijo en el sacrificio eucarístico, como Madre Co-redentora, por la salvación de los hombres.

Si creemos en la Presencia real de Cristo Redentor en la Eucaristía, debemos creer en la Presencia real de la Virgen María Co-redentora en la Santa Misa.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Oremos con el icono de la Madre de Dios La Dormición

Icono de La Dormición
de la Madre de Dios

Este hermoso icono, perteneciente a Teófanes de Creta, del año 1546, se encuentra en el Monasterio Stavronikita, en el Monte Athos, Grecia. ¿Cómo podemos rezar con este icono? Considerando sus imágenes, las cuales nos revelan el misterio de lo que se conoce como “La Dormición”, que es el misterio de la Virgen previo al de su Asunción gloriosa, en cuerpo y alma, a los cielos. Algo que debemos considerar, antes de continuar con la meditación, es que este icono también podría llamarse “de la Asunción” de la Virgen, porque la Dormición es el estado inmediato anterior a la Asunción.
Aunque para este icono no hay textos bíblicos que reflejen en la palabra lo que muestra la imagen, sí se pueden usar textos como el Cántico de la Virgen, el Magnificat, o algunos textos del Cantar de los cantares, pero en realidad, de donde toma la iconografía la fuente de su inspiración, es en las antiguas narraciones del “Tránsito” de la Virgen María.
Pasando ya al icono, podemos analizarlo para ver cómo podemos orar con él. Lo primero que podemos advertir, es que se divide en algo así como en dos “tiempos”, si lo analizamos desde abajo hacia arriba.
En un primer plano, hacia el centro y abajo del icono, encontramos a la Madre de Dios en su Dormición, revestida de su manto púrpura y con las tres estrellas que indican el misterio de la Santísima Trinidad. La Virgen descansa sobre un lecho, y aquí recurrimos a la Tradición para interpretar su significado: la Virgen no murió, sino que se durmió. Alrededor de la Virgen, se encuentran ángeles con incienso –están esperando que la Virgen se despierte, glorificada, para honrarla y venerarla, puesto que Ella es la Reina de los ángeles-; los Apóstoles, reunidos a su alrededor, con la mirada dirigida hacia la Virgen, y luego una representación de padres y obispos de la Iglesia oriental. Se encuentran también presenciando la escena Pedro, Pablo, Juan y Tomás, y algunos obispos y personajes con fama de santidad, como Dionisio el Areopagita, Hieroteo y Timoteo.
En otro nivel, siempre en el centro, aparece otro elemento del misterio, que explica todo el icono, y por el cual el misterio de la Dormición de la Virgen adquiere todo su esplendor y significado, y es la Presencia de Cristo, resucitado y glorioso.
La particularidad es que aquí Cristo aparece portando en sus brazos a una criatura vestida de blanco. Más precisamente, es una niña envuelta en pañales. ¿Qué significa esto? Jesús, el Señor, el Hijo de María, recibe a la Virgen, cuya alma es como la de un niño, por su pureza, su humildad y su sencillez, y está vestida de blanco, el color de la divinidad, para indicar la condición de Llena de gracia de la Virgen.
Hay en esta escena de Cristo con la niña un misterio que une a este icono con los otros iconos de la Madre de Dios: si en el resto de los iconos es la Virgen la que lleva en sus brazos a Dios Niño, aquí es Cristo, el Hijo de María, quien lleva en sus brazos a su Madre, la Virgen Niña. En la Virgen Madre que lleva en sus brazos al Hijo de Dios encarnado, puede verse a la tierra, o a la humanidad, que reciben con amor a la divinidad; en el icono de la Dormición, Cristo Dios llevando en sus brazos a la Virgen Niña, significa a la divinidad que, en el cielo, recibe a la humanidad.
En otros iconos, la escena de la Dormición se continúa con la Asunción de la Virgen, en triunfo y gloria, en paralelismo a la Ascensión del Señor.
Otro aspecto que podemos considerar en este icono, y con el cual podemos también rezar, es la presencia de la Iglesia, simbolizada en los edificios ubicados hacia los costados y hacia el fondo. La Iglesia tiene una estrecha relación con la Dormición de la Virgen, debido a que María es icono de la Iglesia. La Virgen fue glorificada en cuerpo y alma, y como la Iglesia se contempla en la Virgen, ella también espera ser glorificada.
María icono de la Iglesia
María es el icono de la iglesia. A su alrededor, en el símbolo de la iglesia madre de Sión (el lugar de la dormición de la Virgen en Jerusalén) se concentra la iglesia apostólica. También está presente la Jerusalén celestial, la Iglesia del cielo, por medio de los ángeles. La presencia de la Iglesia no es arbitraria ni está por casualidad: la Madre de Dios es modelo de la Iglesia, y por lo tanto, lo que sucede en Ella, ha de suceder también en la Iglesia: así como María fue glorificada y Asunta a los cielos, así sucederá con la Iglesia.
El nombre del icono: “La Dormición”
Analizado el icono en sí mismo, ahora podemos detenernos en el nombre, “Dormición”, en su significado, y en su relación con la Iglesia y con nosotros, de manera que podamos tener más material para rezar y meditar.
Ante todo, hay que tener presente que la fiesta de la Asunción toma diversos nombres: “Dormición”, “Tránsito glorioso”, “Tránsito de la Virgen” y, finalmente, “Asunción”, y ya veremos cuál es el motivo.
La Iglesia celebra y festeja el día en el que la Madre de Dios pasó de esta vida terrena a la vida celestial. Forma parte de la Tradición de la Iglesia Católica que la Virgen María no experimentó la muerte, sino que fue glorificada luego de atravesar un proceso conocido como “Dormición”: en el momento en que debía pasar de esta vida a la otra, es decir, cuando llegó el momento en que su cuerpo debía ser glorificado, la Virgen no murió, sino que se durmió, y así, estando dormida, su cuerpo comenzó a ser glorificado, a ser invadido por la luz y por la gracia divina, y a pasar del estado de corporeidad material, al estado de corporeidad espiritualizada, propio de los cuerpos resucitados.
La Madre de Dios no podía nunca morir, puesto que la muerte es una consecuencia del pecado original, y si bien luego de la redención de Jesucristo, la muerte en Cristo se convierte en sacrificio grato a Dios, la Virgen nunca experimentó el proceso de la muerte, porque nunca tuvo pecado original. La Asunción de María es un misterio que se inicia en el misterio de su Inmaculada Concepción, y en el misterio de ser Ella la Llena de gracia: su alma, creada por Dios sin la mancha de pecado original, no sólo era Purísima, sino que además estaba inhabitada por el Espíritu Santo, desde el primer instante de su Concepción. La Virgen es la “Mujer revestida de sol”, descripta por el Apocalipsis: “Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza” (12, 1): el sol que ilumina y reviste con su luz a la Mujer del Apocalipsis, la Virgen, es Dios con su gloria, que reviste a la Virgen con su gracia desde el primer momento de su Concepción.
Es por eso que la glorificación de su cuerpo, en el momento de la Asunción, es simplemente la consecuencia lógica y sobrenatural de su sobrenatural concepción y condición de ser la Madre de Dios. El dogma de la Asunción no es, de ninguna manera, un dogma anexado en modo externo, como si fuera ajeno a su Concepción en estado de gracia: es simplemente el desenvolverse de su condición de Inmaculada Concepción, y lo mismo debe decirse de la Dormición.
En otras palabras, Inmaculada Concepción, Llena de gracia, Dormición y Asunción, son distintas etapas o fases de la vida de la Madre de Dios. La Dormición, que precede a la Asunción, viene al puesto de la muerte, porque la Virgen nunca murió, al no tener pecado mortal: en lugar de morir, la Virgen se duerme, y es en ese momento en donde comienza el proceso de glorificación de su cuerpo. ¿Cómo fue ese momento, el de la Dormición y el de la glorificación, previos a la Asunción? Al dormirse, el cuerpo de la Virgen es glorificado por la gracia que, de su alma, se derrama sobre él, llenándolo de la luz, de la gloria, de la vida divina. El alma de la Virgen estuvo, desde el primer instante de su Concepción, llena de la gracia divina, e inhabitada por el Espíritu Santo, y por lo tanto, iluminada con la luz de Dios; al momento de dormirse la Virgen, esa misma gracia, que llenaba su alma de un modo desbordante, se derrama sobre su cuerpo, comunicándole de la gloria y de la gracia que su alma gozaba desde su creación, y así su cuerpo hace visible la gloria divina, transfigurándose en luz, tal como se transfiguró el cuerpo sacratísimo de Jesús en el Monte Tabor.
Con la glorificación, la materialidad del cuerpo se vuelve “materia espiritual”, por lo que el cuerpo comienza a participar de las propiedades del alma glorificada, ya que él mismo es materia espiritualizada y glorificada. Como una tenue luz primero, como una luz intensa después, el cuerpo de la Virgen comenzó a experimentar la glorificación, hasta convertirse en el cuerpo glorificado propio de aquellos que han resucitado. En ese estado, con su cuerpo glorificado, es que la Virgen ascendió a los cielos.
La Virgen María es modelo de la Iglesia, por lo que lo que sucede en Ella sucede luego en los miembros de la Iglesia, los bautizados, y es por esto que, así como Ella fue asunta a los cielos en cuerpo y alma, así los cristianos, también seremos llevados al cielo en cuerpo y alma.
Pero antes de ser llevados en cuerpo y alma al cielo, como la Virgen, debido a que somos la Iglesia, y la Iglesia reproduce lo que le sucede a María, también pasaremos por lo que pasó María antes de ir al cielo, como el ser perseguida por el demonio, que busca devorar a su Hijo, según el relato del Apocalipsis: “Y apareció en el cielo otro signo: un enorme dragón rojo como el fuego, con siete cabezas y diez cuernos, y en cada cabeza tenía una diadema (12, 3) (…) El Dragón se puso delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto naciera. Pero el hijo fue elevado hasta Dios y hasta su trono, y la Mujer huyó al desierto (…) se le dieron a la Mujer las dos alas del águila grande para volar al desierto, a su lugar, lejos del Dragón (…) Entonces el Dragón vomitó de sus fauces como un río de agua, detrás de la Mujer, para arrastrarla con su corriente. Pero la tierra vino en auxilio de la Mujer: abrió la tierra su boca y tragó el río vomitado de las fauces del Dragón” (12, 14-16).
La persecución del demonio al Hijo de María se continúa en los hijos de la Iglesia: “Entonces despechado contra la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos, los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús” (12, 17).
Y no debemos pensar que esto es una figura alegórica, o es algo que sucedió en el pasado y no vuelve más: el demonio hace la guerra a los hijos de la Iglesia hoy, en la actualidad, y lo hace por medio de la Nueva Era, o Conspiración de Acuario, secta luciferina cuyo propósito declarado es el de hacer desaparecer al cristianismo y reemplazarlo por una religión mundial anticristiana y neo-pagana. Eso explica el auge de la brujería, del ocultismo, de la hechicería, en continentes enteros, como Europa y América, y es lo que explica el éxito mundial de libros y películas como Harry Potter.
El demonio persigue a los hijos de la Iglesia, los hijos de María, pero deben hacer los hijos como hace la Madre: a la Mujer del Apocalipsis le son dadas alas para escapar del dragón, y la Mujer, que es la Virgen, se refugia en el desierto, escapando del dragón: las alas representan la gracia, y el desierto la oración, y así debe hacer el bautizado en tiempos de oscuridad: vivir en gracia y vivir en oración, y así se asegurará el camino al cielo; por la gracia y por la oración, el cristiano se asegura el ser llevado al cielo, junto a su Madre, la Virgen, y junto a Jesús, el Cordero.

lunes, 28 de marzo de 2011

Oremos con el icono de la Madre de Dios La cultivadora de la cosecha

Icono de la Madre de Dios
"La cultivadora de la cosecha"

Según la historia de este icono, a través de él se produjeron numerosos milagros, entre los cuales se destacan aquellos por los cuales se evitó que mucha gente muriera de hambre. En él, se representa a la Madre de Dios, que aparece sentada en un trono de nubes, en el cielo, extendiendo sus brazos sobre el campo, en actitud de bendecir. Hacia abajo, aparece un campo de trigo abundante y robusto.

Podemos rezar con este icono teniendo en cuenta qué representa, además de los milagros que hizo, comparándolos con los misterios sobrenaturales de la Madre de Dios, ya que entre el icono y la Virgen hay semejanzas, pero también diferencias.

Por ejemplo, en el icono, la Virgen bendice un campo de trigo, con el cual luego se hará el pan, y por eso es llamada “La cultivadora de la cosecha”, ya que su bendición permite una cosecha abundante, y de hecho, los milagros atribuidos al icono impidieron que mucha gente muriera de hambre; en la realidad, la Virgen es la “Bendita entre todas las mujeres”, porque en su seno virginal crece el Hijo de Dios, quien luego se donará al mundo como Pan de Vida eterna. El Hijo de la Virgen María, al sufrir la Pasión, será como “el grano de trigo que cae en tierra” para dar fruto: morirá en la cruz, y luego resucitará, para dar vida a los hombres por medio del don de su Cuerpo y de su Sangre.

En el icono, la Virgen aparece sentada en un trono, con los brazos extendidos, bendiciendo un campo de trigo, y por esta bendición sobre el campo, el trigo crecerá fuerte y sano, y servirá para hacer el pan de la mesa que saciará el hambre de muchos. En la realidad, la Virgen no bendice un campo de trigo del cual sale el pan, sino que de Ella, que es la Llena de gracia, surge, milagrosamente, como un rayo de sol atraviesa un cristal, su Hijo, el Niño Pre-eterno, el cual se donará a sí mismo como Pan Vivo bajado del cielo, para saciar no el hambre corporal, sino el hambre espiritual de Dios de muchos, que así serán salvados.

El trigo del campo que aparece en el icono será luego cosechado para ser triturado y luego horneado al fuego, y se convertirá en pan; Cristo, el fruto bendito y santo de las entrañas virginales de María, será triturado en la Pasión, y luego su Cuerpo será abrasado por el fuego del Espíritu Santo en la resurrección, y como Pan Vivo que da la Vida eterna será entregado en la mesa del banquete celestial, la Santa Misa, para no solo calmar el hambre espiritual, sino para dar la vida eterna a quien lo consuma.

Podemos orar con este icono también a partir de la posición y el rol que la Madre de Dios ejerce en él: la Madre de Dios aparece sobre un abundante campo de trigo, y esto nos recuerda a la Santa Misa, porque si de un campo de trigo se obtiene la materia para hacer el pan que luego se ofrece en la mesa, en la Santa Misa se ofrece un pan hecho de trigo, pero que por el poder de Dios, se convierte en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. El icono nos hace pensar en la misa, porque así como en el icono la Madre de Dios aparece extendiendo los brazos, en actitud orante, sobre el campo de trigo, y como consecuencia, del campo se saca abundante pan que sacia el hambre, así en la Santa Misa el sacerdote extiende sus brazos, en actitud orante, en la consagración, y de la Santa Misa se saca un Pan de Vida eterna que sacia con creces el apetito que de Dios tiene el espíritu humano.

viernes, 25 de marzo de 2011

La Anunciación


El ángel se aparece a María, se arrodilla frente a Ella, y le anuncia que el Espíritu Santo fecundará su seno con la Palabra de Dios.

María acepta el designio divino y el ángel se retira, y al retirarse, la Llena de gracia se convierte, por el Espíritu, en Madre de Dios, y la Palabra del Padre se convierte en Hijo de la Madre Virgen. María se convierte en Madre de Dios, y su maternidad divina se consuma en el don de sí misma a la Palabra de Dios que se encarna.

Por el poder del Espíritu Santo, María recibe en su seno al Hijo de Dios y lo reviste de su propia carne y de su propia sangre, volviendo visible al Dios invisible. Gracias a María, la Palabra de Dios, invisible para el mundo, se reviste de una naturaleza humana y se vuelve visible.

María es el espejo sagrado en el que todo cristiano debe reflejarse: así como María recibe, por el Espíritu Santo, a la Palabra de Dios, y la reviste con su propia naturaleza, dándole de su carne y de su sangre, revistiendo a la Palabra para presentarla ante el mundo, así el cristiano debe recibir, por la gracia del Espíritu Santo, a la Palabra de Dios y revestirla con sus propios conceptos y presentarla ante el mundo.

María es modelo y ejemplo para todo cristiano de cómo se debe recibir a la Palabra de Dios, pero María no es solo ejemplo para el cristiano, que debe tener la misma actitud de María en recibir a esa Palabra y en revestirla con sus propios conceptos para presentarla al mundo, sino que María, recibiendo en su seno a Dios Hijo, por el poder del Espíritu Santo, y volviéndolo visible por el don de su cuerpo y de su sangre, es modelo y figura para la Iglesia: la Iglesia también recibe, al igual que María, a la Palabra de Dios, en su seno, el altar eucarístico, y la reviste de apariencia de pan, y la presenta ante el mundo, para que se manifieste ante el mundo como Dios hecho visible por el Pan eucarístico.

El ángel anuncia, María recibe en su seno, y la Palabra se encarna y la Palabra invisible se hace visible y aparece como Niño; la Iglesia recibe al Verbo de Dios en su seno, el altar eucarístico, y la Palabra prolonga su encarnación en el Pan Vivo, apareciendo como Pan de Vida eterna; así el cristiano debe recibir la Palabra de Dios en su seno, encarnarla y hacerla visible ante el mundo, convirtiéndose él mismo en otro Cristo.

María recibe en su seno a la Palabra y la presenta ante el mundo como Dios Niño; la Iglesia recibe en su seno a la Palabra y la presenta ante el mundo como Cristo Dios revestido de Pan; el cristiano recibe la Palabra y la presenta ante el mundo convirtiéndose él en una imagen de Cristo.

domingo, 20 de marzo de 2011

Oremos con el icono de la Madre de Dios Hodegetria o La que muestra el Camino



Según la Tradición, este ícono de la Madre de Dios “Hodegetria” o “Ella que muestra el camino”, fue pintado por el apóstol san Lucas.

Recibe su nombre debido a un milagro de la Virgen. Cuenta la historia que María se les apareció a dos hombres ciegos y los condujo hasta la sagrada imagen, en donde recobraron la vista.

¿Qué es lo que nos dice este icono? ¿Cómo podemos rezar con él?

Para saber qué es lo que nos dice, y para saber cómo podemos rezar, debemos considerar el milagro acaecido a través de la imagen, la curación de la ceguera corporal de dos ciegos.

Ante todo, hay que tener en cuenta que la ceguera corporal es figura de la ceguera espiritual; con esta primera consideración, podemos tratar de determinar qué es lo que nos dice la imagen.

El hecho de que la Madre de Dios se apareciera a dos no videntes significa que es Ella la que conduce a la luz de la fe a aquellos que no la poseen y que por lo tanto viven en las tinieblas del mundo. El icono, con el milagro de la curación de los ciegos corporales, nos estaría diciendo que es la Virgen quien concede la luz de la fe para que se pueda contemplar a la Luz del mundo, Jesucristo.

Pero hay otro elemento más, también sobrenatural, con el cual podemos rezar, y ese elemento es el mismo icono “Hodegetria”, y es por esto que tenemos que considerar qué es lo que significa un icono en general, para aplicarlo a este en particular.

Según la historia de esta imagen, los dos ciegos, conducidos por la Madre de Dios, recobraron la vista una vez delante del ícono. Esto es una prefiguración de cómo el icono es una puerta abierta al mundo sobrenatural de la gracia y de la vida divina: así como los ciegos recuperan la vista delante de él, así, quien contempla un icono puede recibir el don de la fe en Cristo Jesús, y esto se debe a que un icono no es una pintura cualquiera, ni es un cuadro pictórico que se compone según las técnicas humanas. Es una ventana a lo sobrenatural, a la vida de la gracia, a la vida de Dios y de Cristo. No es un cuadro religioso: es una imagen celestial inspirada desde el cielo, que conduce al cielo; si bien posee elementos terrenos —naturaleza, objetos, seres humanos—, conduce al cielo a través de lo que ha sido pintado. Los ciegos fueron guiados por la Virgen y recobraron la vista delante del icono de la Madre de Dios y de su Hijo Jesucristo: cuando pudieron ver, tenían delante de sí a la Madre de Dios y a Jesús en el icono, y esto en sí mismo es un milagro dentro de un milagro, porque al milagro de recobrar la vista corporal se le suma el de contemplar, con los ojos de la fe, a la Madre de Dios y a su Hijo, Cristo Dios. El hecho de que es el icono lo primero que ven los ciegos, ya curados, con sus ojos corporales, es un símbolo de quien abre sus ojos a la verdadera fe: contempla a la Madre de Dios y a su Hijo Jesucristo.

Pero además, este episodio, con la sagrada imagen como protagonista, representa otras realidades sobrenaturales: el don de la fe en Cristo como Hombre-Dios, y el don de la fe en la Iglesia como dadora del don eucarístico, porque así como los ciegos fueron guiados por la Virgen María y recuperaron su vista ante la imagen del icono, así quienes se dejan guiar por la Madre de Dios recibirán la fe en su Hijo Jesucristo. Y de un modo análogo, quienes se dejen conducir dócilmente por la Santa Madre Iglesia, llegarán a la luz en el conocimiento de Cristo Eucaristía.

Por último, si bien es la Virgen la que indica el camino, lo que nos dice el icono es que Ella no es el camino, sino “La que muestra el camino” que conduce a Jesucristo. Quien se deja conducir dócilmente por María, en medio de las tinieblas del mundo, es llevado a contemplar la luz eterna, que es su Hijo Jesucristo, “Dios de Dios, Luz de Luz”. La Virgen señala un camino, y es Jesús el Camino de luz eterna señalado por Ella en el icono.

El ícono “Hodegetria” es una fuente de gracia para los que buscan a Dios: abre nuestros ojos del alma para que contemplemos a la Madre de Dios, que nos dona a su Hijo Jesucristo en la Eucaristía.

viernes, 18 de marzo de 2011

Oremos con el icono de la Madre de Dios En busca de los perdidos

Icono de la Madre de Dios
En busca de los perdidos

Cuenta la historia de este icono que, a mediados del siglo XVIII, en Rusia, en un pueblo llamado Bor, vivía un parroquiano llamado Fedot Obukhov, el cual recorría pueblos cercanos comprando semillas de cáñamo. Sucedió que un día de invierno, durante una gran tormenta de nieve, debido a la intensidad de la nevada, se extravió en el sendero de regreso a su casa, deteniéndose en un barranco imposible de franquear.

Debido a que la temperatura era muy baja, el campesino comenzó a sentir cómo su cuerpo, poco a poco, comenzaba a congelarse. Sintiéndose en peligro de muerte, debido a que había extraviado el camino y la tormenta de nieve arreciaba, rezó una oración a la Madre de Dios Thetokos y le prometió que si lo salvaba, haría una copia del icono “En busca de los perdidos” y lo donaría a la iglesia parroquial. Luego de la oración, se tendió en el suelo en medio de la nieve, y quedó acurrucado, tratando de conservar el calor de su cuerpo. Luego de unos cuantos minutos, comenzó a perder el sentido.

De haber continuado así, Fedot habría muerto con toda seguridad, debido al frío y a la nieve, pero la Madre de Dios escuchó sus súplicas y lo salvó de morir congelado.

Un campesino de un pueblo cercano, amigo de Fedot, estaba en su casa cuando escuchó una voz que le dijo: “Tómalo”; salió a la calle, y vio a un caballo que arrastraba un trineo, con su amigo en él ya casi congelado. Inmediatamente lo cargó sobre sus hombros, y lo introdujo en su casa. Habiéndose recuperado, el campesino Fedot cumplió su promesa, e hizo la copia del icono “En busca de los perdidos”, y lo donó a su iglesia parroquial, en el pueblo de Bor. Desde entonces, el icono ha cobrado fama por los innumerables milagros atribuidos a él.

¿Cómo podemos rezar con este icono? Teniendo en cuenta el milagro, y la simbología que se expresa a través de él.

El peregrino perdido es una figura del bautizado que se extravía en el mundo y en el pecado. Sin la luz de la gracia, el alma pierde el rumbo y se extravía por caminos oscuros y desconocidos. El frío que casi le provoca la muerte es una figura del frío del corazón que no ama a Dios. El Amor de Dios es fuego divino, y quien no lo ama, tiene su corazón helado como el hielo, y ese estado espiritual es el que conduce a la muerte, tal como le pasó al campesino Fedot, que casi muere congelado. En este caso, el frío, que es lo opuesto al calor, representaría al estado espiritual en donde no hay amor de Dios. Pero algo que nos muestra el icono y su milagro es que no todo está perdido para el pecador, ya que siempre queda una esperanza: recurrir a la Madre de Dios. Aún si el pecador tuviera innumerables pecados, si recurre, por la gracia, a la Madre de Dios, Ella lo socorre por su bondadoso y misericordioso corazón de Madre celestial.

Es esto lo que vemos en la historia milagrosa del campesino Fedot: estaba ya a punto de morir congelado, pero se acuerda de la Madre de Dios, y le reza; esto significa que aún los pecadores más empedernidos, pueden recibir la gracia divina del arrepentimiento y de la oración, y dirigirse a la Madre de Dios y a su Hijo con un corazón “contrito y humillado”, con la seguridad de ser escuchados.

Por otra parte, el amigo de Fedot, que es quien lo socorre, representa a otro bautizado, ya que es amigo del campesino, y con esto se quiere significar que la Madre de Dios se hace presente por medios humanos, como los bautizados. Las obras de misericordia de la Iglesia son obras de amor espiritual divino, llevadas a cabo por instrumentos humanos, los miembros de la Iglesia. Cuando un bautizado obra la misericordia guiado por la gracia –eso es lo que significa la frase que guía al amigo de Fedot: “Tómalo”-, es la Iglesia -de quien María es Madre- quien actúa, y como los que obran la misericordia son los hijos de Dios, que son también hijos de María, es María, a través de sus hijos, quien obra la misericordia con los más necesitados: los extraviados, los que han perdido la gracia.

lunes, 14 de marzo de 2011

Oremos con el icono de la Madre de Dios De las tres alegrías


A comienzos del siglo XVIII, en Rusia, sucedió que una mujer noble y piadosa sufrió tres desgracias en su vida: su esposo fue difamado, y a causa de las calumnias tuvo que exiliarse; su hijo fue tomado prisionero en una guerra, y por último, le confiscaron todos sus bienes.

La mujer, muy apenada, le rezó con mucho fervor a la Reina del Cielo, y un día escuchó una voz que le decía que debía buscar un icono de la Sagrada Familia —al cual finalmente encontró en la iglesia de la Santísima Trinidad, en Moscú—, y cuando lo hallase debía rezar una oración delante de él. Habiendo dicho la plegaria delante del icono, recibió tres grandes y alegres noticias: su esposo regresó, su hijo fue liberado de la cautividad y sus bienes le fueron regresados.

La mujer del milagro recibe tres alegrías, una por cada una de las pérdidas que había sufrido: por la pérdida de la fama de su marido, recibe la alegría de verla restituida; por la pérdida de la libertad de su hijo, la ve a ésta recuperada; por los bienes perdidos, recibe el gozo de recuperarlos a todos.

A través del milagro del icono, la Virgen nos enseña que su Hijo Jesucristo nos concede tres alegrías espirituales, también relacionadas con la fama o el buen nombre, con la libertad y con los bienes: Jesucristo nos concede la alegría de la condición de ser hijos de Dios, por medio de la gracia de la filiación divina, en el Bautismo, con el cual adquirimos la condición, el nombre y la buena fama de ser hijos de Dios; nos concede la alegría de vernos libres del pecado, de la muerte y del Infierno, gracias a su Pasión redentora, con lo cual salimos victoriosos en la lucha contra estos grandes enemigos de la raza humana y nos vemos libres de ellos, y finalmente, nos concede la alegría de adquirir los enormes, infinitos, eternos e inagotables tesoros del Reino de Dios, la vida eterna y la contemplación beata de las Tres Divinas Personas.

Ahora bien, estas tres alegrías las tenemos todas en la Eucaristía y en la comunión sacramental: en la comunión sacramental Cristo, el Hijo de Dios, nos une a El por el don del Espíritu, y nos hace ser, en El, con El y por El, un solo cuerpo y un solo espíritu; por la comunión, recibimos no solo la gracia de Dios, sino a la Gracia Increada en sí misma, Cristo Dios, por la cual nos vuelve invencibles contra nuestros enemigos —el demonio, el mundo y la carne— y nos concede la corona de la victoria espiritual, que es su propia corona; en la comunión, Dios Padre nos da el bien más preciado de todos, su Hijo resucitado en la Eucaristía, y con El, nos da el Espíritu Santo.

En la Santa Eucaristía tenemos, cada vez que comulgamos, tres grandes Alegrías.

jueves, 10 de marzo de 2011

María endulza con su presencia el dolor de la cruz

Mater Dolorosa, ora pro nobis

“El que quiera seguirme, que tome su cruz de cada día” (cfr. Lc 9, 22-25). Las palabras del Verbo de Dios revelan que Jesús no es de este mundo. ¿A qué líder del mundo se le ocurriría decir que para seguirlo y para obtener la felicidad, la vida eterna –porque para eso es el seguimiento de Jesús-, hay que cargar una cruz? La cruz es símbolo de humillación y de derrota, de fracaso humano y de abandono divino; es, para el mundo, lugar de burla, de escarnio, de mofa; para el mundo, la cruz es vergüenza y oprobio, signo de maldición y prueba del abandono divino; quien quiera ser feliz crucificado, muestra no estar en su sano juicio: ¿cómo ser feliz mientras se está crucificado? ¿No representa acaso la cruz el lugar del dolor y de la muerte, del abandono y del fracaso?

Esto es la cruz para el mundo, locura y necedad. Pero para los cristianos, es el trono de la Sabiduría eterna, que no vio otro modo más adecuado para demostrar a los hombres el Amor del Padre, que la muerte en cruz del Cordero de Dios.

Pero la cruz, si bien es lugar de desolación y de abandono, de parte de Dios –abandono reflejado en las palabras de Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”- y es el lugar del abandono de los hombres, es a la vez el lugar de la Presencia de María; es el lugar en el que María está más cerca que nunca.

María en la cruz está tan cerca de su Hijo Jesús, que se podría decir que el Monte del Calvario es su Corazón Inmaculado, porque la cruz, que es el dolor del Hombre-Dios, en donde están los dolores de todos los hombres, está clavada en el Corazón de la Madre de los Dolores.

Y si es el lugar en donde está María, María se encarga de endulzar todo dolor con su sola Presencia, así como endulzó las amargas horas de la agonía de su Hijo, permaneciendo al pie de la cruz.

“Quien quiera seguirme, tome su cruz de cada día y me siga”. Podemos subir espiritualmente a la cruz de Jesús, la cruz del Calvario, que por la omnipotencia divina se hace presente, en su realidad ontológica, a través del misterio de la liturgia eucarística, en el altar.

¿Quién puede decirse más dichoso y feliz que el católico, que tiene al alcance de su espíritu, por el misterio de la Eucaristía, el poder tomar y subir a la cruz cada día, lugar del encuentro con Jesús, lugar de la compañía de María?

lunes, 7 de marzo de 2011

Oremos con el icono de la Madre de Dios La Pasión



Podemos orar con este icono meditando en lo que su nombre evoca: la Pasión del Hombre-Dios Jesucristo.

Para ello, he aquí un breve relato, desde el Huerto hasta la crucifixión.

Ya en el Huerto de los Olivos había conocido Jesús la ingratitud, la indiferencia y la decidia de sus discípulos: mientras Él sudaba sangre y experimentaba terror y una angustia de muerte (cfr. Mt 26, 38) ante la visión de la maldad de los pecados de los hombres, y mientras sufría en agonía porque sabía que muchas de las almas por las cuales Él moría se iban igualmente a condenar, sus discípulos, llevados por el cansancio de la jornada, pero también por la falta de amor hacia Jesús, y por la incomprensión del don de su amor que les estaba por hacer al morir por ellos en la cruz, duermen (cfr. Mt 26, 40).

Mientras Jesús suda sangre y llora de angustia y sufre el espanto de la visión de los pecados de la humanidad, los discípulos duermen en el Huerto de los Olivos.

Jesús conoce el abandono, la pereza, la indiferencia, la incomprensión de sus discípulos.

También en el Huerto de los Olivos había conocido la amargura y el dolor de la traición, al consumarse la entrega de Judas Iscariote. El dolor de Jesús se refleja en las palabras que dice a Judas: “Amigo, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?” (cfr. Lc 22, 48). Lo trata de ‘amigo’, y le hace ver que ha usado el signo propio de la amistad, el beso en la mejilla, para consumar la traición. El dolor de Jesús se ve aumentado porque quien lo entrega es alguien a quien Él considera su amigo: “Amigo”, le dice al ser entregado por Judas.

Luego del Huerto, cuando ya ha emprendido el camino de la cruz, a lo largo de todo el camino de la Pasión, Jesús recibe insultos, golpes, escupitajos. Es decir, tanto en el Huerto como en el camino de la cruz, Jesús sólo conoce por parte de los hombres abandono, traición, amargura, soledad, llanto, golpes y latigazos.

Jesús no solo no tiene consuelo de parte de los hombres, sino que los hombres, aliados con los ángeles caídos, y por permisión divina, se dejan llevar por la furia y el odio deicida, y descargan toda la maldad de sus corazones humanos en el cuerpo maltrecho del Cordero de Dios, que sin quejarse se deja llevar al matadero.

Sólo su Madre, María, le da el consuelo que le da fuerzas para llegar a la cima del Monte Calvario. Si de los hombres recibe insultos, golpes, furia homicida y deicida –llevados por un odio satánico, los hombres matarían a Dios si pudieran hacerlo-, de María recibe consuelo, amor, dulzura, paz, ternura, que obran en el Hombre-Dios, maltrecho y malherido, como si le aplicaran aceite y bálsamo en sus heridas cubiertas de sangre y de polvo.

La mirada de amor maternal de María, al cruzarse con la mirada de Jesús, en el momento en el que Jesús cae llevando la cruz –es el encuentro con la Madre, que se recuerda en el rezo del Via Crucis-, es más poderosa que la más poderosa de todas las medicinas y todos los ungüentos juntos.

La mirada de María a su Hijo Jesús, cuando cae con la cruz camino del Calvario, es la mirada del amor de la Madre de Dios, y basta esa mirada para que Jesús, el Hijo de las entrañas virginales de María, se levante renovado en sus fuerzas y lleve la cruz hasta la cima del Monte Calvario.

El Hijo de Dios experimenta el dolor y la tribulación de la cruz, pero recibe también de su Madre la mirada de su amor y el saber que su Madre está con Él hasta que Él entregue su espíritu al Padre. “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (cfr. Mt 28, 16-20), les dice Jesús a sus discípulos; “Yo estoy contigo, Hijo de mi Corazón, todos los días hasta el fin de tus días”, le dice la Virgen a su Hijo Jesús, y lo acompaña a lo largo de la Pasión, y se queda con Él hasta que muere en la cruz.

Así como María acompaña a su Hijo Jesús en la Gran Tribulación de la cruz, así nos acompaña a nosotros, que también somos hijos suyos, en las tribulaciones de la vida, y así como Jesús recibió, en el camino del Calvario, la mirada de amor de su Madre, así nosotros debemos pedir lo mismo, para llevar hasta el fin la cruz de todos los días: debemos pedirle a María que nos acompañe en el camino de la vida, llevando la cruz; que sea su mirada de Madre amorosa la que nos de la fuerza del amor de Dios; que nos mire en nuestro desamparo, como miró a Jesús camino de la cruz.