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viernes, 4 de febrero de 2011

Oremos con el icono de la Madre de Dios Alimentando al Niño



Breve historia
El icono original fue traído por san Sabas al monasterio del Monte Athos en el año 531. En él se ve a la Madre de Dios alimentando a su pequeño hijo, y de ahí la imagen toma el nombre que la caracteriza. Podemos orar con este icono a partir de esta amorosa obra de misericordia de la Virgen para con Jesús.
Significado
La Virgen alimenta al Niño, como hace toda madre con su hijo, pero en su caso, es una prefiguración de lo que luego Dios Padre hará con nosotros: así como la Virgen alimenta a Jesús con su propia sustancia humana, así la Madre Iglesia, por providencia del Padre, nos alimentará en el sacramento de la Eucaristía con la sustancia humana divinizada y con la sustancia divina de Dios Hijo encarnado. Así como la Virgen se muestra como madre amorosa y dedicada, así el Padre y la Madre Iglesia se muestran, para con los hijos de Dios, los bautizados, como progenitores amorosos y dedicados, al alimentarlos con el Pan de los ángeles.
La Eucaristía, Pan de Vida eterna
Al consumir la Eucaristía, el Pan de Vida eterna, los hijos de la Iglesia tomamos el alimento que el Padre celestial y la Madre Iglesia nos dan. Este sacramento es Pan de Vida eterna porque en él recibimos la vida divina y eterna del Hijo de Dios, que se nos brinda en el Banquete eucarístico. Lo grandioso y maravilloso de este alimento tan particular es que, a diferencia de los otros alimentos, como por ejemplo el pan común que consumimos todos los días, que se degrada en el tubo digestivo y luego es absorbido para ser incorporado a nuestro organismo, el Pan celestial incorpora el Cuerpo de Cristo a quien lo consume.
Nos convertimos en lo que consumimos
En el icono, vemos cómo la Madre de Dios alimenta al Niño con su propia leche materna; en el alimento que Dios Padre nos da a través de su Iglesia —la Eucaristía—, recibimos algo infinitamente más grande que esto, pues recibimos la Sangre de Cristo, que fue exprimida como en una prensa en la Pasión, y recibimos, además, con su sustancia humana divinizada, toda su sustancia divina, la que El posee como Dios Hijo. No hay comparación alguna entre los alimentos terrestres, aunque estos fueran los más ricos y sustanciosos, con el alimento que es el Pan del altar.
En la Eucaristía recibimos la Sangre de Cristo y su Cuerpo glorioso, divinizado y resucitado, es decir, lo mejor de su sustancia corporal, pero recibimos también su Alma, llena de gracia y santidad, con más gracia y santidad que todos los ángeles y santos juntos, porque es el Alma de Dios Hijo encarnado. Todo esto, sin contar que en el Pan del altar recibimos la divinidad de Jesucristo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad.
La Eucaristía, alimento de santidad
Si en el icono vemos cómo la Madre de Dios se preocupa por el alimento de su Hijo, para que crezca sano y fuerte, dándole de su propia substancia humana, esta escena del amor materno de la Virgen debe remontarnos al amor paterno de Dios Padre, que a través de la Madre Iglesia nos dona la sustancia humana y divina de su Hijo en la Eucaristía, para que no solo crezcamos sanos y fuertes, sino santos, puros y castos, a semejanza de la Hostia que consumimos.

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