Para
poder reflexionar acerca de uno de los títulos más preciados de la Virgen y Madre
de Dios, esto es, el título de “Nuestra Señora de los Dolores”, debemos primero
detenernos brevemente en la consideración del título de su Hijo Jesucristo como
“Varón de Dolores”.
Es el Profeta
Isaías quien, cientos de años antes de la Encarnación redentora del Verbo del
Padre, tiene una visión en la que contempla a Nuestro Señor Jesucristo en el
Camino Real de la Cruz, el Via Crucis, dirigiéndose al Monte Calvario. El Profeta
lo describe como “aplastado por nuestros pecados”, como alguien ante quien “se
da vuelta la cara”, tal es el sentimiento de pena y dolor que produce Nuestro
Señor, agobiado por el peso de la cruz, por las flagelaciones, por los insultos,
las blasfemias, las trompadas, los escupitajos. Nuestro Señor Jesucristo, así
cargado con nuestros pecados, llega al Monte Calvario y allí sufre los dolores
transfixiantes de la crucifixión, los dolores más profundos y atroces que pueda
un hombre sufrir. Pero Nuestro Señor Jesucristo no solo sufre los dolores que los
esbirros romanos, por orden de los judíos, le propinan en su Humanidad
Sacratísima: además de estos dolores propios de su Humanidad, de su Cuerpo
Purísimo y puesto que Él es Dios Hijo encarnado, asume, en el momento de la Encarnación,
los dolores de todos los hombres de todos los tiempos, desde Adán y Eva hasta
el último hombre engendrado en el Último Día, en el Día del Juicio Final. En otras
palabras, asume todos los dolores de todos los hombres de todos los tiempos. Esto,
que parece algo genérico, en realidad tiene una relación personal, directa, con
todos y cada uno de los hombres, porque significa que asume mis dolores
personales -del orden que sean, físicos, psíquicos, morales, espirituales- y al
asumirlos y llevarlos Consigo a la cruz, santifica mis dolores al contacto con
su Sangre, con sus dolores y con sus sufrimientos, de manera que, a partir de
Cristo, si el dolor y la muerte eran el castigo debido a los hombres por su
rebelión en los primeros seres humanos, Adán y Eva, ahora, al llevarlos Él consigo,
purifica y santifica esos dolores, convirtiéndolos en fuente de santificación tanto
para mi persona, como para muchas otras personas, siempre y cuando, claro está,
yo no reniegue de mis dolores y los ofrezca a Nuestro Señor crucificado. En definitiva,
el dolor de los hombres, si antes eran castigo por el pecado original, ahora
son fuente de santificación, de redención y de salvación, si se los une a Jesús
crucificado. Es esto lo que le vale a Jesús el título magno de “Varón de
dolores”.
Una vez
hecha esta reflexión, podemos considerar ahora la razón por la que la Virgen
lleva el título magno de “Nuestra Señora de los Dolores”. La razón es que la Virgen
es, al mismo tiempo, Madre de Dios Hijo encarnado, por lo que está unida con un
doble amor a su Hijo Jesús: con el amor de naturaleza, propio de cada madre, y con
un Amor sobrenatural, el Amor del Espíritu Santo, el mismo Amor que une al Padre
y al Hijo desde toda la eternidad. Como consecuencia de este doble amor, la
Virgen sufre los mismos dolores de su Hijo en la Pasión, y aunque no los sufra
físicamente, porque Ella no recibió físicamente ni las flagelaciones, ni las
coronaciones de espinas, ni ningún golpe dado a su Hijo, sí sufrió todos estos
dolores no solo moralmente, como cuando una madre terrena sufre por los dolores
de su hijo, sino también mística y espiritualmente, precisamente por estar
unida a su Hijo Jesús por el Divino Amor, el Espíritu Santo. Ésta es la razón
por la cual la Virgen lleva el título real de “Nuestra Señora de los Dolores”.
Por último,
si los dolores de Nuestro Señor Jesucristo son redentores, porque santifica el
dolor de toda la humanidad en general y de cada hombre en particular, entonces
la participación moral, mística y sobrenatural de la Virgen a los dolores de su
Hijo, dolores que como vemos son redentores, entonces a la Virgen le
corresponde el título también magno, real, de “Corredentora de los hombres”, porque
al pie de la cruz no solo ofrece a su Hijo Jesús como Víctima Pura, Santa e
Inmaculada al Padre por nuestros pecados, sino que también Ella se ofrece como
Víctima Pura, Santa e Inmaculada, en unión con su Hijo Jesús, para nuestra
salvación.
No hagamos
vanos los Dolores de la Madre de Dios al pie de la cruz y los Dolores de su
Hijo crucificado: ofrezcámoslos a Jesús, por intermedio del Inmaculado Corazón
de María, para que así nuestros dolores personales y los dolores de todos y
cada uno de los hombres, sirvan para la santificación y la salvación del alma.
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