La Iglesia Católica celebra, cada
12 de septiembre, el Santísimo Nombre de la Madre de Dios: “María”[1],
nombre que aparece en el Evangelio de San Lucas: “El nombre de la virgen era María” (Lc 1, 27). La Iglesia celebra
el nombre de María por la importancia de la cooperación de la Virgen en el plan
salvífico de la Trinidad para los hombres: con su “Sí” a la voluntad de Dios,
manifestada en la Encarnación del Verbo en su seno virginal, la Virgen se
convierte en la Puerta de Entrada, desde la eternidad, hasta nuestro tiempo,
del Verbo de Dios, de la Palabra de Dios, Jesús de Nazareth. Si la Virgen
hubiera dicho “No” al plan salvífico de la Trinidad, toda la humanidad habría
quedado irreversiblemente condenada para siempre, para toda la eternidad, pero
al decir “Sí” a la Divina Voluntad, la Virgen se convierte en el Portal Sagrado
por el cual el Logos del Padre ingresa, desde la eternidad, en nuestro tiempo y
espacio, en nuestra historia humana, para llevar a cabo la Redención de la
humanidad, por medio de su Sacrificio en cruz. De esta manera, María, la Virgen
y Madre de Dios, se ubica en el polo opuesta al de Eva, la primera mujer, la
cual pecó contra Dios y por la cual el Pecado Original se transmite de generación
en generación: si por Eva todos los hombres mueren, por la Virgen, Mediadora de
todas las gracias, todos los hombres nacen a la vida nueva de los hijos de
Dios, la vida de la gracia. Si el nombre de Eva evoca la pérdida de la gracia
para toda la humanidad, el Nombre Santísimo de María evoca la gracia
santificante que da la vida divina a los hombres, porque por María el Hijo de
Dios vino a nuestro mundo, para salvarnos de la eterna condenación.
Quien pronuncia con amor el sencillo pero a la vez grandioso Nombre de “María”,
recibe la luz de la gracia por la cual contempla el infinito misterio de amor
de Dios Uno y Trino por los hombres, Amor que lleva al Padre a pedir a Dios
Hijo que se encarne, por obra del Espíritu Santo, en las entrañas virginales y
purísimas de María Santísima. Por el misterio de la Encarnación del Verbo de
Dios, el Nombre de María está indisolublemente ligado al Nombre Santísimo de
Jesús quien, por su Sangre derramada en la cruz, vence a los tres grandes
enemigos del ser humano: el demonio, el pecado y la muerte, al mismo tiempo que
nos concede la gracia santificante que nos hace partícipes de la vida divina de
la Trinidad.
Así lo explicaba el Papa Benedicto XVI: “En el calendario de la Iglesia
se recuerda hoy el Nombre de María. En Ella, que estaba y está totalmente unida
al Hijo, a Cristo, los hombres han encontrado en las tinieblas y en los
sufrimientos de este mundo el rostro de la Madre, que nos da valentía para
seguir adelante… A menudo entrevemos sólo de lejos la gran Luz, Jesucristo, que
ha vencido la muerte y el mal. Pero entonces contemplamos muy próxima la luz
que se encendió cuando María dijo: ‘He aquí la esclava del Señor’. Vemos la
clara luz de la bondad que emana de Ella. En la bondad con la que Ella acogió y
siempre sale de nuevo al encuentro de las grandes y pequeñas aspiraciones de
muchos hombres, reconocemos de manera muy humana la bondad de Dios mismo. Con
su bondad trae siempre de nuevo a Jesucristo, y así la gran Luz de Dios, al
mundo. Él nos dio a su Madre como Madre nuestra, para que aprendamos de Ella a
pronunciar el ‘sí’ que nos hace ser buenos”[2].
Al recordar entonces el Nombre de María, Virgen y Madre de Dios, le
pidamos que interceda para que, como hijos suyos adoptivos, renunciemos a
nuestro propio “yo” y sigamos a su Hijo Jesús por el Camino de la Cruz, el Único
Camino que conduce al Reino de Dios. ¡Que el nombre de María no se aparte de
nuestra mente y corazón!
[1] https://www.aciprensa.com/noticias/52207/cada-12-de-septiembre-es-la-fiesta-del-santisimo-nombre-de-maria-luz-que-ilumina-el-mundo
[2] Fragmento
tomado de la Homilía del Santo Padre Benedicto XVI, Fiesta litúrgica
del Dulce Nombre de María, sábado 12 de septiembre de 2009.
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