En el año 1917 se produjeron una de las más grandiosas
apariciones de la Madre de Dios en la historia de la Iglesia. Estas apariciones
estuvieron precedidas por las apariciones, a su vez, de un Ángel, quien se
presentó a sí mismo como “El Ángel de la Paz” y también “El Ángel de Portugal”.
Estas apariciones nos dejaron numerosas enseñanzas:
Por un lado, el Ángel les enseña a adorar la Presencia
Sacramental de Jesucristo en la Eucaristía, dictándoles dos oraciones de
adoración a Jesús Sacramentado y enseñándoles en la práctica cómo adorar con el
cuerpo, postrándose él mismo, el Ángel, ante Jesús Eucaristía. Una de las
oraciones del Ángel dice así: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu
Santo, yo os adoro profundamente y os ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre,
Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, Presente en todos los sagrarios
del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias, con los
cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los infinitos méritos de su
Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores.
Amén”. La otra oración que les enseña el Ángel es: “Dios mío, yo creo, espero,
te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te
adoran, ni te aman”. Estas oraciones, profundamente eucarísticas, mantienen su
plena vigencia, hoy más que nunca, debido a las innumerables profanaciones y
sacrilegios que sufre, día a día, el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús y es
por eso que es muy conveniente rezar estas oraciones en las Horas Santas, en la
Adoración Eucarística al Santísimo Sacramento del altar.
Por otra parte, la Virgen les proporciona numerosas
enseñanzas a los Pastorcitos:
El rezo del Santo Rosario y su importancia para la
conversión de los pecadores; la existencia del Infierno, haciéndolos participar,
místicamente, de la realidad del Infierno, al llevarlos al Infierno y hacerlos
contemplar cómo las almas de los condenados caían en el lago de fuego y
fluctuaban como “copos de nieve”: al respecto, la Beata Sor Lucía describe así
la experiencia del Infierno: “Mientras Nuestra Señora decía estas palabras
abrió sus manos una vez más, como lo había hecho en los dos meses anteriores.
Los rayos de luz parecían penetrar la tierra, y vimos como si fuera un mar de
fuego. Sumergidos en este fuego estaban demonios y almas en forma humana, como
tizones transparentes en llamas, todos negros o color bronce quemado, flotando
en el fuego, ahora levantadas en el aire por las llamas que salían de ellos
mismos junto a grandes nubes de humo, se caían por todos lados como chispas
entre enormes fuegos, sin peso o equilibrio, entre chillidos y gemidos de dolor
y desesperación, que nos horrorizaron y nos hicieron temblar de miedo (debe
haber sido esta visión la que hizo que yo gritara, como dice la gente que hice).
Los demonios podían distinguirse por su similitud aterradora y repugnante a
miedosos animales desconocidos, negros y transparentes como carbones en llamas.
Horrorizados y como pidiendo auxilio, miramos hacia Nuestra Señora, quien nos
dijo, tan amablemente y tan tristemente: ‘Ustedes han visto el infierno, donde
van las almas de los pobres pecadores. Es para salvarlos que Dios quiere
establecer en el mundo una devoción a mi Inmaculado Corazón. Si ustedes hacen
lo que yo les diga, muchas almas se salvarán, y habrá paz’”. Luego, después de
la visión, María les indicó una oración esencial para ayudar a los pecadores:
“Cuando ustedes recen el Rosario, digan después de cada misterio: Oh Jesús mío,
perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a
todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu infinita
Misericordia”.
Además,
la Virgen les enseña el valor del sacrificio, de la penitencia, de la mortificación
y del ayuno, como vías de crecimiento en santidad personal y también para la
conversión de las almas más necesitadas de la gracia de Dios, los pecadores: “Hagan
sacrificios por los pecadores, y digan seguido, especialmente cuando hagan un
sacrificio: Oh Jesús, esto es por amor a Ti, por la conversión de los
pecadores, y en reparación por las ofensas cometidas contra el Inmaculado
Corazón de María”; también les advierte acerca del peligro del Comunismo y de
cómo este régimen satánico, despiadado y ateo habría de “propagar sus errores
por todo el mundo”, tal como sucedió y tal como está sucediendo en la
actualidad: desde que se implementó en Rusia por medio de una sangrienta
revolución, el Comunismo ha esparcido el ateísmo, la violencia y la lucha de
clases por todo el mundo, provocando desde entonces hasta ahora un genocidio de
más de ciento cincuenta millones de muertos, sin contar los cuatrocientos
millones de muertos provocados por la política del “hijo único” aplicado por el
gobierno comunista chino durante treinta años.
La
Virgen les enseña también a rezar el Santo Rosario y les enseña la devoción del
rezo del Rosario reparador, el cual se reza durante cinco sábados, los primeros
sábados de cada mes, meditando en los misterios del Santo Rosario y acompañando
este rezo con el deseo de un profundo cambio de vida, haciendo un completo
examen de conciencia, confesando los pecados y recibiendo la Sagrada Comunión,
todo para reparar las ofensas que se realizan al Inmaculado Corazón de María y
también al Sagrado Corazón de Jesús.
No
debemos creer que las Apariciones de Fátima son cosa del pasado: estas
apariciones, importantísimas para la vida espiritual y de la Iglesia, son
atemporales, en el sentido de que abarcan todos los tiempos y por lo tanto son
actuales y mucho más en nuestros días, en los que se atenta cotidianamente
contra la Sagrada Eucaristía y contra el Inmaculado Corazón de María y también
contra la vida humana por nacer, por medio de la inicua e infame ley del
aborto. Hoy, más que nunca, es necesario recordar las Apariciones de la Virgen
en Fátima y aplicar, con todo el corazón, sus invalorables enseñanzas
celestiales.
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