Antes de
subir a los cielos, luego de resucitado, Jesús dejó encargado a la Iglesia
Universal, a la Iglesia de todos los tiempos, el mandato misionero: “Id por todo
el mundo y predicado el Evangelio; el que crea y se bautice se salvará, el que
no crea y no se bautice no se salvará” (Mt
16, 15). Esto quiere decir que cuando la Iglesia hace misión, no hace otra cosa
que seguir el mandato de su Señor, quien explícitamente dio a su Iglesia, la
Iglesia Católica, el encargo de la misión.
Ahora
bien, ¿en qué consiste este mandato misionero y cómo se lo cumple? Ante todo, para
saber cómo se lo cumple, no hay más que contemplar cómo, a lo largo de los
siglos, desde que la Iglesia misma fue constituida al pie de la Cruz, en el
Calvario, los santos de todos los tiempos han entregado sus vidas por la
difusión del Evangelio. Evangelizar no quiere decir imponer, ni coaccionar,
puesto que la aceptación del Evangelio debe ser libre y debe surgir de lo más
profundo del ser de cada persona, pero tampoco significa ingresar en una
cultura para quedarse cruzados de brazos o, peor aún, asimilar esa cultura de
manera tal que la personalidad del bautizado y el rostro de la Iglesia Católica
queden desfigurados, al punto de hacerse irreconocibles.
¿En qué
consiste el mandato misionero? Consiste en bautizar a los paganos y en proclamar a nuestros prójimos, más
que con discursos y sermones, con el ejemplo de vida, que somos cristianos y
que venimos a traer una Buena Noticia, la Noticia de la Encarnación del Verbo,
la Segunda Persona de la Trinidad, que se ha hecho carne en el seno purísimo de
María Santísima, que padeció la Pasión por nuestra salvación, que murió en la
Cruz para derrotar de una vez y para siempre a nuestros grandes enemigos, el
Demonio, el Pecado y la Muerte y que resucitó al tercer día, según lo predijo;
que subió a los cielos, está sentado a la derecha de Dios Padre y que ha de
venir, al fin de los tiempos, a juzgar a vivos y muertos, para dar a los buenos
el Reino de los cielos y a los malos, el Infierno. En síntesis, en esto
consiste la misión, en la proclamación del Credo que rezamos todos los Domingos
en Misa, pero no con discursos y sermones, como dijimos, sino con ejemplo y
santidad de vida, lo cual es sumamente difícil cuando lo intentamos con
nuestras fuerzas y es sumamente fácil cuando entregamos nuestra labor misionera
al Inmaculado Corazón de María.
La Iglesia
es esencialmente misionera y esa misión, si bien por lo general se realiza en
lugares lejanos, se realiza también cada día, cuando finaliza la Santa Misa y
el ámbito es aquel en el que nos movemos y aquellos quienes deben ser
evangelizados son, para comenzar, nuestros seres queridos, para luego continuar
con todo prójimo que se nos cruce en el camino. La Evangelización del mundo, la
misión de la Iglesia, comienza en realidad cada vez que finaliza la Santa Misa;
cada vez que finalizada la Misa abandonamos el templo para comenzar nuestras
labores cotidianas. Confiemos nuestra misión al Inmaculado Corazón de María y
será Ella quien haga la misión y evangelice por nosotros, dando a todos a su
Hijo Jesús, Presente en la Eucaristía.
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