Afirma
el Manual del Legionario que “algunas personas reducen su vida espiritual a un
balance egoísta de ganancias y pérdidas”[1]. En
este sentido, cuando por la Verdadera Devoción se enteran de que deben entregar
sus haberes –sobre todo los espirituales- en manos de la Virgen, piensan que,
llegado el momento del Juicio Particular, se presentarán al Justo Juez con las
manos vacías. En efecto, estas personas dicen: “Pero, si lo doy todo a María,
¿no estaré delante de mi Juez, en la hora de la salida de este mundo, con las manos
vacías? ¿No se me prolongará el Purgatorio interminablemente?”[2]. A
estas, preguntas, dice el Manual citando a un autor, se responde lo siguiente: “¡Pues
claro que no! ¿Acaso no está presente en el Juicio la Virgen María?”. Es decir,
si nosotros, por medio de la Devoción, entregamos a la Virgen todos los bienes
espirituales por cualquier obra buena que hagamos –oraciones, mortificaciones,
obras de misericordia, etc.-, no quiere decir por eso que en el Juicio
Particular estaremos con las manos vacías, porque será la Virgen quien saldrá
en nuestra defensa.
Pero el reparo a esta Devoción viene principalmente por otro
lado: por ejemplo, temen por la suerte de las cosas y personas por las que se
ha de rogar obligatoriamente –la familia, los amigos, el Papa, etc.-, si se dan
a manos ajenas todos los tesoros espirituales que uno posee, sin quedarse con
nada. A este temor, se responde que en ningún otro lugar, que no sean las manos
de la Virgen, están a mejor resguardo nuestros tesoros espirituales. En efecto,
si la Virgen llevó en sus brazos al mismo Dios Hijo encarnado; si Ella custodió
el Tesoro más valioso que los cielos infinitos, el Verbo Eterno del Padre
encarnado en su seno virginal, ¿no habrá de guardar unos tesoros espirituales
que, comparados con aquél, son casi igual a nada? Como dice el Manual, “en
manos de la Virgen, todo está bien guardado”[3]. Incluso
no sólo la Virgen guardará con todo celo y confianza los tesoros espirituales
que nosotros le demos, sino que incluso “los acrecentará”. Por eso, dice el
Manual, no hay que dudar ni un instante en arrojar, en manos de la Virgen,
todos los bienes espirituales que seamos capaces de conseguir, en el Inmaculado
Corazón de María, sin temor alguno a que se pierdan; más bien, con el
convencimiento de que éstos serán acrecentados: “Arroja, pues, en la gran arca
de su maternal corazón, juntamente con el haber de tu vida, todas sus
obligaciones y deberes –todo el débito-”. La Virgen actuará con nosotros, así como
una madre amorosa actúa con su hijo único: “María actuará como si tú fueras su
hijo único. Tu salvación, tu santificación, tus múltiples necesidades son cosas
que reclaman indispensablemente sus desvelos. Cuando ruegues tú por sus
intenciones, tú mismo eres su primera intención”[4]. Entonces,
cuando damos los tesoros espirituales a la Virgen, no solo están bien
resguardados y no nos quedamos sin nada, sino que los acrecentamos a todos y
cada uno, en una medida en que ni siquiera podemos imaginarnos.
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