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jueves, 20 de septiembre de 2018

Nuestra Señora de la Merced y el Bastón de mando del General Belgrano


El General Belgrano entrega el Bastón de mando a la Virgen de la Merced.

         Como es sabido por la Historia, el General Belgrano se encomendó a la Virgen de la Merced antes de la Batalla del 24 de Septiembre. Puesto que era un hombre devoto, religioso y piadoso, tuvo otros gestos además para con la Virgen: hizo celebrar la Santa Misa, hizo rezar el Rosario y además, le pidió al capellán del Ejército Patriota que impusiera el Escapulario de la Virgen del Carmen a la tropa, de manera tal que sus almas se vieran salvadas si es que debían morir en el campo de batalla. El resultado de la batalla confirmó que la Virgen intervino milagrosamente en la misma: hubo una escasa cantidad de muertos y heridos, debido en gran parte a una misteriosa nube de langostas que de improviso se abatió sobre el campo de batalla, impidiendo así un mayor derramamiento de sangre, tanto de realistas como de patriotas. Al final de la batalla, el General Belgrano, que se había encomendado a la Virgen, reconoció que la Batalla del Campo de las Carreras se había ganado gracias a la intervención celestial de la Virgen y por esa razón fue que, una vez finalizada la misma, le entregó el Bastón de mando del Ejército, nombrándola Generala del Ejército Argentino.
         Puesto que los próceres son dignos de imitar y lo son mucho más cuando estos son fervientes devotos de la Virgen, como en el caso del General Belgrano, también nosotros debemos imitarlo, no solo en sus virtudes humanas, sino también en sus virtudes sobrenaturales. Ahora bien, nosotros, a diferencia del General Belgrano, no tenemos un ejército ni un bastón de mando, pero sí tenemos el bastón de mando de nuestra vida, por lo que, imitando al General Belgrano, que le otorgó el bastón de mando de su ejército, también nosotros le demos a la Virgen el bastón de mando de nuestras vidas, consagrándonos a la Virgen y confiándole a Ella el triunfo final, ya que luchamos una batalla que no es terrena, sino celestial y no contra enemigos terrenos, sino contra los ángeles caídos, que quieren perder nuestras almas. En esta lucha, el campo de la batalla son nuestros corazones; el enemigo son los demonios, que quieren nuestra condenación; nuestras banderas son el estandarte ensangrentado de la Santa Cruz y el Manto celeste y blanco de la Virgen; el triunfo es la libertad de los hijos de Dios y la vida eterna. Como el General Belgrano, entreguemos el bastón de mando de nuestras vidas a la Virgen de la Merced y así estaremos seguros de ganar la batalla de esta vida, en la que se juega nuestra eterna salvación.

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