Como es sabido por la Historia, el General Belgrano se
encomendó a la Virgen de la Merced antes de la Batalla del 24 de Septiembre. Puesto
que era un hombre devoto, religioso y piadoso, tuvo otros gestos además para
con la Virgen: hizo celebrar la Santa Misa, hizo rezar el Rosario y además, le
pidió al capellán del Ejército Patriota que impusiera el Escapulario de la
Virgen del Carmen a la tropa, de manera tal que sus almas se vieran salvadas si
es que debían morir en el campo de batalla. El resultado de la batalla confirmó
que la Virgen intervino milagrosamente en la misma: hubo una escasa cantidad de
muertos y heridos, debido en gran parte a una misteriosa nube de langostas que de
improviso se abatió sobre el campo de batalla, impidiendo así un mayor
derramamiento de sangre, tanto de realistas como de patriotas. Al final de la
batalla, el General Belgrano, que se había encomendado a la Virgen, reconoció
que la Batalla del Campo de las Carreras se había ganado gracias a la intervención
celestial de la Virgen y por esa razón fue que, una vez finalizada la misma, le
entregó el Bastón de mando del Ejército, nombrándola Generala del Ejército
Argentino.
Puesto que los próceres son dignos de imitar y lo son mucho
más cuando estos son fervientes devotos de la Virgen, como en el caso del
General Belgrano, también nosotros debemos imitarlo, no solo en sus virtudes
humanas, sino también en sus virtudes sobrenaturales. Ahora bien, nosotros, a
diferencia del General Belgrano, no tenemos un ejército ni un bastón de mando,
pero sí tenemos el bastón de mando de nuestra vida, por lo que, imitando al
General Belgrano, que le otorgó el bastón de mando de su ejército, también nosotros
le demos a la Virgen el bastón de mando de nuestras vidas, consagrándonos a la
Virgen y confiándole a Ella el triunfo final, ya que luchamos una batalla que
no es terrena, sino celestial y no contra enemigos terrenos, sino contra los
ángeles caídos, que quieren perder nuestras almas. En esta lucha, el campo de
la batalla son nuestros corazones; el enemigo son los demonios, que quieren
nuestra condenación; nuestras banderas son el estandarte ensangrentado de la
Santa Cruz y el Manto celeste y blanco de la Virgen; el triunfo es la libertad
de los hijos de Dios y la vida eterna. Como el General Belgrano, entreguemos el
bastón de mando de nuestras vidas a la Virgen de la Merced y así estaremos
seguros de ganar la batalla de esta vida, en la que se juega nuestra eterna salvación.
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