Afirma el Manual que la Verdadera Devoción a María –según el
espíritu de San Luis María Grignon de Montfort- implica “entregar a la Virgen
hasta el último suspiro, para que Ella disponga (de nuestra entrega) a la mayor
gloria de Dios”[1].
Es un sacrificio de todo el ser –alma y cuerpo- sobre un altar muy particular:
el Inmaculado Corazón de María. Este sacrificio de sí mismo “para Dios sobre el
ara del Corazón de María” es un martirio, en el sentido de que implica una
muerte y es la muerte del “yo” propio: es la muerte del ego, es la muerte de
las pasiones sin la razón, es la muerte de la concupiscencia de los ojos y la
soberbia de la vida, es la muerte de los vicios, es la muerte de los pecados,
de la pereza, la envidia, la ira, etc., para que pueda nacer el hombre nuevo,
el hombre que vive la vida de la gracia, el hombre que vive no ya él, sino que
es Cristo quien vive en él. El martirio o muerte al propio yo o ego que supone
la devoción a la Virgen, es una imitación, una prolongación y una participación
al “martirio o sacrificio de Jesús, quien lo inicia en el seno de María, desde
el instante mismo de su Encarnación; lo promulga públicamente en sus brazos el
día de su Presentación y lo mantiene toda su vida hasta consumarla en el
Calvario, sobre el ara de la cruz y sobre el ara mística del corazón
sacrificado de la Madre”[2].
La consagración o devoción a María no queda nunca en un mero
acto externo: es, ante todo, la inmolación del propio ser, con el alma y el
cuerpo, y con todos sus bienes, materiales y espirituales, a la Virgen, más
específicamente, a su Corazón Inmaculado. Y como el Corazón Inmaculado de la
Virgen está inhabitado por el Espíritu Santo, el Fuego del Divino Amor, todo
nuestro ser es ofrendado sobre el ara mística que es el Corazón de María, para
que sea allí quemado todo lo que en nosotros no dé gloria a Dios, para que
nuestro ser sea purificado en el Fuego del Amor Divino y así quede brillante y
reluciente, como el oro queda brillante y reluciente cuando sus impurezas
desaparecen por la acción del fuego. La Verdadera Devoción implica un sacrificio místico en esa ara santa que es el Inmaculado Corazón de María.
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