(Cuando
la fiesta de la Anunciación [25 de Marzo] cae en Semana Santa, la Misa de esta
festividad se traslada a la siguiente fecha disponible después del Domingo in
Albis)
La Anunciación del Ángel a la Santísima María constituye el
más grande evento de la historia, un evento que supera infinitamente a la
Creación del universo visible e invisible: la Encarnación del Verbo Eterno del
Padre en el seno purísimo de María Virgen.
La Virgen Santísima
fue creada Pura e Inmaculada e inhabitada por el Espíritu Santo precisamente
para este hecho: para ser el Tabernáculo viviente y Sagrario vivo más precioso
que el oro y la plata, en el cual el Logos, llegada la plenitud de los tiempos,
habría de encarnarse para así cumplir el plan de redención de la humanidad de
Dios Trino. Puesto que no hubo intervención humana alguna, el Verbo Eterno del
Padre fue llevado por el Espíritu Santo, el Amor de Dios, hasta las entrañas
purísimas de la Virgen. Por este hecho, la Virgen, sin dejar de ser Virgen, se
convirtió, en el mismo instante de la Encarnación, en la “Theotokos”, en la
Madre de Dios, una condición de tan alta sublimidad y santidad que hizo que la
Virgen, que ya era inmensamente más grande que los ángeles y santos más
grandes, se convirtiera en la creatura más excelsa jamás concebida, superada en
santidad, honor y majestad, solo por su Hijo –“Colocada en los confines de la
divinidad”, dicen los santos-, que era Dios Hijo en Persona. Describiendo el inefable
hecho de la Encarnación, afirma San Anselmo que “el Hijo del Padre y el Hijo de
la Virgen se convierten naturalmente en un solo y mismo Hijo”. La Virgen, sin
dejar de ser Virgen, ofrenda a Dios su maternidad, convirtiéndose en la Madre de
Dios al encarnarse en su seno purísimo el Hijo de Dios. Una vez en su seno, la
Virgen hizo lo que toda madre con su hijo concebido: le suministró de su carne
y de su sangre, nutriendo a Aquél que da el ser a las creaturas y tejiéndole un
cuerpo de niño para que el Invisible sea visible y pueda ser contemplado por
todas las naciones. Por el misterio sublime de la Encarnación, la Virgen le dio
al Verbo Eterno del Padre de su propio cuerpo y de su propia sangre para que el
Verbo, Encarnado, pudiera ofrecerse como Víctima en el altar sacrosanto de la
cruz y en la cruz del sacrosanto altar eucarístico, entregando su Cuerpo y su
Sangre, su Alma y su Divinidad para la salvación de los hombres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario