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lunes, 9 de abril de 2018

La Anunciación de la Santísima Virgen María



(Cuando la fiesta de la Anunciación [25 de Marzo] cae en Semana Santa, la Misa de esta festividad se traslada a la siguiente fecha disponible después del Domingo in Albis)

         La Anunciación del Ángel a la Santísima María constituye el más grande evento de la historia, un evento que supera infinitamente a la Creación del universo visible e invisible: la Encarnación del Verbo Eterno del Padre en el seno purísimo de María Virgen.

          La Virgen Santísima fue creada Pura e Inmaculada e inhabitada por el Espíritu Santo precisamente para este hecho: para ser el Tabernáculo viviente y Sagrario vivo más precioso que el oro y la plata, en el cual el Logos, llegada la plenitud de los tiempos, habría de encarnarse para así cumplir el plan de redención de la humanidad de Dios Trino. Puesto que no hubo intervención humana alguna, el Verbo Eterno del Padre fue llevado por el Espíritu Santo, el Amor de Dios, hasta las entrañas purísimas de la Virgen. Por este hecho, la Virgen, sin dejar de ser Virgen, se convirtió, en el mismo instante de la Encarnación, en la “Theotokos”, en la Madre de Dios, una condición de tan alta sublimidad y santidad que hizo que la Virgen, que ya era inmensamente más grande que los ángeles y santos más grandes, se convirtiera en la creatura más excelsa jamás concebida, superada en santidad, honor y majestad, solo por su Hijo –“Colocada en los confines de la divinidad”, dicen los santos-, que era Dios Hijo en Persona. Describiendo el inefable hecho de la Encarnación, afirma San Anselmo que “el Hijo del Padre y el Hijo de la Virgen se convierten naturalmente en un solo y mismo Hijo”. La Virgen, sin dejar de ser Virgen, ofrenda a Dios su maternidad, convirtiéndose en la Madre de Dios al encarnarse en su seno purísimo el Hijo de Dios. Una vez en su seno, la Virgen hizo lo que toda madre con su hijo concebido: le suministró de su carne y de su sangre, nutriendo a Aquél que da el ser a las creaturas y tejiéndole un cuerpo de niño para que el Invisible sea visible y pueda ser contemplado por todas las naciones. Por el misterio sublime de la Encarnación, la Virgen le dio al Verbo Eterno del Padre de su propio cuerpo y de su propia sangre para que el Verbo, Encarnado, pudiera ofrecerse como Víctima en el altar sacrosanto de la cruz y en la cruz del sacrosanto altar eucarístico, entregando su Cuerpo y su Sangre, su Alma y su Divinidad para la salvación de los hombres.

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