¿Por qué la Virgen lleva el título de “Medianera de todas
las gracias”? Nos lo explican los santos de la Iglesia Católica.
El Papa Pío X[1]
dice así: “La Santísima Virgen es Dispensadora universal de todas las gracias,
tanto por su divina Maternidad, que las obtiene de su Hijo, como por su
Maternidad espiritual, que las distribuye entre sus otros hijos, los hombres. Para
el Papa Pío X, la Virgen es Mediadora de todas las gracias porque es doblemente
Madre: al ser Madre de Dios Hijo, y al ser su Hijo la Gracia Increada, obtiene
de su Hijo todas las gracias necesarias para la salvación de los hombres; al
ser espiritualmente Madre de todos los hombres, distribuye estas gracias entre
ellos, así como una madre amorosa distribuye entre sus hijos el alimento y la
ternura materna. Por esta razón, dice el Papa, la Virgen está “subordinada a
Cristo” por voluntad divina, hecho que la convierte en Corredentora –distribuye
las gracias que su Hijo mereció para nosotros en la Cruz- y Dispensadora “con
alcance universal y para siempre”: “Esto lo hace subordinada a Cristo, pero de
manera inmediata. Y ello por una específica y singular determinación de la
voluntad de Dios, que ha querido otorgar a María esta doble función: ser
Corredentora y Dispensadora, con alcance universal y para siempre”.
San
Bernardo[2] afirma
que María es nuestra Mediadora porque, con Ella, viene Jesús, que es la Divina
Misericordia encarnada. Es decir, cuando la Virgen entra en una casa, entra con
Ella su Hijo –donde está la Madre está el Hijo y donde está el Hijo está la
Madre-, significando “casa”, en este caso, no tanto el edificio material, sino
el cuerpo y el alma del cristiano, convertidos en “templo del Espíritu Santo”
por la gracia santificante: “María es nuestra mediadora, por ella recibimos,
¡oh Dios mío! tu misericordia, por ella recibimos al Señor Jesús en nuestras
casas. Porque cada uno de nosotros tiene su casa y su castillo, y la Sabiduría
llama a las puertas de cada uno; si alguna la abre, entrará y cenará con él”.
Dice San Bernardo que si alguien abre las puertas de su alma a la Virgen,
recibirá con Ella a la Divina Sabiduría, que es Jesús, y así se cumplirán las
palabras del Apocalipsis, esto es, que “Dios cenará con el alma y el alma con
Dios” (cfr. Ap 3, 20). María es Mediadora de todas las gracias, en palabras de
San Bernardo, porque con Ella viene Aquél que es la Gracia Increada, Cristo
Jesús.
El mismo santo[3] sostiene
que veneramos a María con todo el amor del que somos capaces, porque eso es lo
que Dios quiere, ya que eligió a María para que fuera Ella por quien “recibiéramos
todo”: “Con todo lo íntimo de nuestra alma, con todos los afectos de nuestro
corazón y con todos los sentimientos y deseos de nuestra voluntad, veneremos a
María, porque ésta es la voluntad de aquel Señor que quiso que todo lo
recibiéramos por María. Esta es su voluntad para bien nuestro”. Al amar y
venerar a la Virgen, cumplimos la voluntad de Dios, y así nos llegan las
gracias espirituales provenientes de la Divina Bondad: “Mirando en todo y
siempre al bien de los necesitados, consuela nuestro temor, excita nuestra fe,
fortalece nuestra esperanza, disipa nuestra desconfianza y anima nuestra pusilanimidad”.
También sostiene San Bernardo[4]
que Dios podría infundirnos su gracia sin la Virgen, pero fue su voluntad
divina la que quiso que María fuera “el acueducto” por el cual nos llegaran
todas las gracias: “No le faltaba a Dios, ciertamente, poder para infundirnos
la gracia sin valerse de este acueducto, sí Él hubiera querido, pero quiso
proveerse de ella por este conducto”. Si pensamos el alma como un jardín cerrado
que subsiste por un manantial de agua cristalina que le provee del agua que necesita
para no morir, y esta agua viene desde el manantial por un acueducto, el
manantial de agua es el Corazón de Jesús, Fuente inagotable y la Gracia Increada
en sí misma, y el acueducto es la Virgen.
Por María nos vienen todas las gracias y también por Ella
nos viene la gracia de ofrecer a Dios lo poco bueno que podamos hacer -siempre
con la ayuda de Dios-; por esta razón, debemos ofrecer al Señor nuestras
oraciones, sacrificios y obras buenas, no por nosotros mismos, sino por manos
de María, y este deseo es ya una gracia que nos viene por María: “Aquello poco
que desees ofrecer, procura depositarlo en manos de María, graciosísimas y
dignísimas de todo aprecio, a fin de que sea ofrecido al Señor, sin sufrir de Él
repulsa”[5].
Jesús es el Mediador ante el Padre, pero la Virgen es la
Mediadora ante Jesús, Dios Hijo, y la Única digna que puede desempeñar tan
grande oficio es la Virgen[6]: “Ya
no parecerá estar de más la mujer bendita entre todas las mujeres, pues se ve
claramente el papel que desempeña en la obra de nuestra reconciliación, porque
necesitamos un mediador cerca de este Mediador, y nadie puede desempeñar tan
provechosamente este oficio como María.
Dios, que es la Divina Misericordia, es el tesoro del alma y
la Virgen, Madre de la Divina Misericordia, es el tesoro de Dios, además de ser
la tesorera “de todas las misericordias que Dios nos quiere dispensar”, según
San Alfonso[7]:
“María es el tesoro de Dios y la tesorera de todas las misericordias que nos
quiere dispensar”.
No hay gracia que no sea concedida por medio de María, por
lo que siempre que necesitemos una gracia, por grande o pequeña que sea, no
debemos dejar de recurrir a María Santísima, dice el Santo Cura de Ars[8]: “Siempre
que tengamos que pedir una gracia a Dios, dirijámonos a la Virgen Santa, y con
seguridad seremos escuchados”.
Por último, San Josemaría Escrivá[9], trae
a la memoria el recuerdo de aquellas madres amorosas que se alegran por las
muestras de amor de sus hijos, por pequeñas que sean estas muestras: si esto
sucede con las madres de la tierra, ¡cuánto más con la Madre de Dios y Madre
nuestra!: “Las madres no contabilizan los detalles de cariño que sus hijos les
demuestran; no pesan ni miden con criterios mezquinos. Una pequeña muestra de
amor la saborean como miel, y se vuelcan concediendo mucho más de lo que
reciben. Si así reaccionan las madres buenas de la tierra, imaginaos lo que
podremos esperar de nuestra Madre Santa María”.
He aquí entonces, las razones por las cuales la Virgen es
Mediadora de todas las gracias, en las palabras de los santos.
[1] Encíclica Ad diem illum laetissimum, 4 de febrero de 1904.
[3] Cfr. San Bernardo, Homilía
en la Natividad de la Beatísima Virgen María, 7.
[4] Cfr. Homilía en la Natividad de la Beatísima Virgen María, 17.
[5] Cfr. San Bernardo, Homilía
en la Natividad de la Beatísima Virgen María, 18.
[6] Cfr. San Bernardo, Homilía
para el Domingo infraoctava de la Asunción, 2.
[7] Cfr. San Alfonso María de Ligorio, Visitas al Santísimo Sacramento, 25.
[8] Sermón sobre la pureza.
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