El Manual del Legionario afirma que el legionario encuentra
en la devoción a la Virgen, llamada “portento inefable del Altísimo”, su más
firme apoyo, “después de Dios”[1].
Es decir, para el Legionario, luego de Dios Uno y Trino, es la Madre de Dios, María
Santísima, la que le proporciona auxilio y sostén en todo momento.
Afirma el Manual que María, comparada con Dios, es nada, porque
es una creatura suya y esto a pesar de que, desde el momento mismo en que la
creó, Dios la colmó de dones como a ninguna otra creatura: “Dios la sacó da la
nada y aunque ya en ese momento inicial la ensalzó hasta una altura de gracia
inmensa e inconcebible, respecto de su Hacedor es como la nada”[2].
Ahora bien, siendo su creatura predilecta, Dios obró “grandes
cosas en María”: la asoció desde la eternidad con el Redentor, Jesucristo, para
que siendo Virgen fuera al mismo tiempo su Madre y para que fuera también madre
de todos los que estuvieran, en el tiempo, unidos a Jesucristo. Dios eligió a
María, porque sabía que Ella, en su pureza, amor y humildad, habría de
corresponder fielmente a la misión que Él le habría de encargar –esto es, ser
Virgen y Madre de Dios, y Madre de todos los hombres-, y la eligió también porque
de este modo –por medio de María- “acrecentaba la gloria que habíamos de darle
también todos nosotros”; es decir, eligiendo a María, Dios sabía que sería Él
glorificado mucho más por nosotros, a través de la Virgen, que por nosotros
mismos. Esta doctrina es contraria al pensamiento de los falsos devotos de
María, que afirman equivocadamente que, al honrar a la Madre, se menoscaba al
Hijo. Dice así el Manual: “Es imposible que ninguna oración o servicio de amor
con que obsequiemos a María como a Madre nuestra y Auxiliadora de nuestra
salvación pueda redundar en menoscabo de Aquél que quiso crearla así”. Es decir,
es erróneo pensar que, honrando a la Madre de Dios, se menoscaba a Dios, porque
fue Dios quien quiso que María fuera Virgen y Madre de Dios, para recibir, a
través de Ella, nuestra acción de gracias, alabanzas y adoración.
Todavía más, si para Dios es mayor gloria que las alabanzas
pasen a Él a través de María, para nosotros, es mucho más seguro y fácil que
nuestras alabanzas, acciones de gracias y adoraciones lleguen a Dios, cuando se
las encomendamos a María, que cuando no recurrimos a Ella: “Cuanto le
ofrezcamos a Ella, llega a Dios íntegro y seguro. Es más: nuestra ofrenda, al
pasar por manos de María, no sólo no sufre mengua, sino que aumenta su valor”. Es
decir, no solo llegan a Dios nuestras alabanzas, de modo más rápido, fácil y
seguro, cuando lo hacemos a través de María, sino que incluso ¡llegan a Él
aumentadas en su valor!, según lo afirma el Manual. La razón es que María “no
es simple mensajera”, sino que “ha sido constituida por Dios como elemento
vital en la economía de su gracia” –es Mediadora de todas las gracias-; “de
suerte que su intervención le procura a Él una gloria mayor, y, a nosotros, más
copiosas gracias”. Acudiendo a María, Dios recibe más gloria de parte nuestra,
y nosotros recibimos de Dios gracias más abundantes todavía de las que pedimos
e imaginamos.
Esto es así porque Dios hizo que María fuera, además de
nuestra celestial Abogada y la celestial Transmisora de nuestros pedidos, “la
Medianera de todas las gracias”, la que nos comunica las gracias que provienen
de su Hijo Jesús, “Aquél que es la causa y fuente de nuestros favores, la Segunda
Persona Divina hecha hombre, nuestra verdadera Vid y única Salvación”, su Hijo
Jesús.
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