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jueves, 2 de noviembre de 2017

Las características de la devoción legionaria: Dios y María


         El Manual del Legionario afirma que el legionario encuentra en la devoción a la Virgen, llamada “portento inefable del Altísimo”, su más firme apoyo, “después de Dios”[1]. Es decir, para el Legionario, luego de Dios Uno y Trino, es la Madre de Dios, María Santísima, la que le proporciona auxilio y sostén en todo momento.
         Afirma el Manual que María, comparada con Dios, es nada, porque es una creatura suya y esto a pesar de que, desde el momento mismo en que la creó, Dios la colmó de dones como a ninguna otra creatura: “Dios la sacó da la nada y aunque ya en ese momento inicial la ensalzó hasta una altura de gracia inmensa e inconcebible, respecto de su Hacedor es como la nada”[2].
         Ahora bien, siendo su creatura predilecta, Dios obró “grandes cosas en María”: la asoció desde la eternidad con el Redentor, Jesucristo, para que siendo Virgen fuera al mismo tiempo su Madre y para que fuera también madre de todos los que estuvieran, en el tiempo, unidos a Jesucristo. Dios eligió a María, porque sabía que Ella, en su pureza, amor y humildad, habría de corresponder fielmente a la misión que Él le habría de encargar –esto es, ser Virgen y Madre de Dios, y Madre de todos los hombres-, y la eligió también porque de este modo –por medio de María- “acrecentaba la gloria que habíamos de darle también todos nosotros”; es decir, eligiendo a María, Dios sabía que sería Él glorificado mucho más por nosotros, a través de la Virgen, que por nosotros mismos. Esta doctrina es contraria al pensamiento de los falsos devotos de María, que afirman equivocadamente que, al honrar a la Madre, se menoscaba al Hijo. Dice así el Manual: “Es imposible que ninguna oración o servicio de amor con que obsequiemos a María como a Madre nuestra y Auxiliadora de nuestra salvación pueda redundar en menoscabo de Aquél que quiso crearla así”. Es decir, es erróneo pensar que, honrando a la Madre de Dios, se menoscaba a Dios, porque fue Dios quien quiso que María fuera Virgen y Madre de Dios, para recibir, a través de Ella, nuestra acción de gracias, alabanzas y adoración.
         Todavía más, si para Dios es mayor gloria que las alabanzas pasen a Él a través de María, para nosotros, es mucho más seguro y fácil que nuestras alabanzas, acciones de gracias y adoraciones lleguen a Dios, cuando se las encomendamos a María, que cuando no recurrimos a Ella: “Cuanto le ofrezcamos a Ella, llega a Dios íntegro y seguro. Es más: nuestra ofrenda, al pasar por manos de María, no sólo no sufre mengua, sino que aumenta su valor”. Es decir, no solo llegan a Dios nuestras alabanzas, de modo más rápido, fácil y seguro, cuando lo hacemos a través de María, sino que incluso ¡llegan a Él aumentadas en su valor!, según lo afirma el Manual. La razón es que María “no es simple mensajera”, sino que “ha sido constituida por Dios como elemento vital en la economía de su gracia” –es Mediadora de todas las gracias-; “de suerte que su intervención le procura a Él una gloria mayor, y, a nosotros, más copiosas gracias”. Acudiendo a María, Dios recibe más gloria de parte nuestra, y nosotros recibimos de Dios gracias más abundantes todavía de las que pedimos e imaginamos.
         Esto es así porque Dios hizo que María fuera, además de nuestra celestial Abogada y la celestial Transmisora de nuestros pedidos, “la Medianera de todas las gracias”, la que nos comunica las gracias que provienen de su Hijo Jesús, “Aquél que es la causa y fuente de nuestros favores, la Segunda Persona Divina hecha hombre, nuestra verdadera Vid y única Salvación”, su Hijo Jesús.
        



[1] Cfr. Manual del Legionario, Cap. V, 1.
[2] Cfr. ibidem.

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