El Legionario y el
servicio de María
El Manual del Legionario nos advierte acerca de una devoción
a María que fácilmente puede pasar por verdadera, pero ser en realidad falsa, y
es “la de cubrir, con la apariencia de un espíritu dependiente de María, faltas
de energía y método”[1]. En
otras palabras, es justificar la propia pereza y acedia en la condición de
María como, por ejemplo, Medianera de todas las gracias: si es la Virgen la que
concede las gracias, entonces no hace falta que yo me esfuerce o, al menos, es
suficiente hacer lo mínimo indispensable. Esto no es otra cosa, como decíamos,
que encubrir la propia pereza corporal, la propia negligencia, la propia
acedia, con la falsa excusa de que la Virgen es la que obra en las almas.
Es verdad que es María quien, por orden de su Hijo,
distribuye las gracias entre las almas, pero eso no excluye al legionario de su
deber de trabajar apostólicamente con “tesón, habilidad y delicadeza”. Es decir,
el Legionario tiene que hacer, en su apostolado mariano, lo que dice el dicho: “Rezar
como si todo dependiera de Dios; obrar como si todo dependiera del hombre”.
Dice el Manual que esta advertencia es necesaria porque “hay
ciertos praesidia y socios que no
parecen esforzarse bastante en cumplir los deberes ordinarios de la Legión, o
que no se esfuerzan en extenderla y reclutar miembros, diciendo: “Yo desconfío
de mis propias fuerzas, así que se lo dejo todo a la Virgen, para que Ella obre
a su gusto”. Esto no es otra cosa que indolencia a la virtud, como si la
energía y el método fueran señal de poca fe[2].
No se debe caer en el activismo, que descuida la oración; pero tampoco en el
quietismo, que se olvida de la acción.
El principio que rige para el Legionario en este tema es el
siguiente: los Legionarios no son simples instrumentos de María, sino sus
verdaderos colaboradores, que trabajan con Ella para la redención de los
hombres. En esta colaboración, el Legionario presta todo su ser, con sus
cualidades y virtudes, y María su poder. El éxito de la empresa está en el
Legionario: depende de si contribuye o no con todos los dones de su
inteligencia y voluntad, aplicados con método y perseverancia. El Legionario
debe entregarse al apostolado totalmente, con todas sus fuerzas y capacidades,
como si todo dependiera de él y de sus propias fuerzas. El Legionario debe
combinar fe sin límites en el poder de María, con el esfuerzo metódico e
intenso, cuya relación fue expresada por los santos así: “es necesario orar,
como si de la oración dependiera todo y de los propios esfuerzos nada; y luego
hay que poner manos a la obra como si tuviéramos que hacerlo todo nosotros
solos.
El Legionario debe dar de sí todo lo que tiene, pero aunque lo
que sea que dé, sea poco, lo debe dar de todo corazón, es decir, con amor, y
aunque sea poco pero dado con amor, la Virgen lo cambiará y lo convertirá, a
ese poco, en “mucho”. Si el Legionario dice que “todo lo deja en manos de María”,
como excusa para no hacer nada, entonces la Virgen nada puede hacer, ni en su
corazón, ni en el apostolado que debe hacer el Legionario.
En definitiva, en su apostolado mariano, el Legionario debe
tener siempre presentes las palabras de Jesús en el Apocalipsis: “¡Ojalá fueras
frío o caliente, pero porque no eres ni frío ni caliente, sino tibio, te
vomitaré de mi boca!” (3, 16).
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