La imagen de Nuestra Señora de la Merced lleva un bastón de
mando, donado por el General Belgrano luego de la Batalla de Campo de las
Carreras. El General Belgrano, ferviente devoto de la Virgen, había encomendado
el resultado de la batalla a la Virgen de la Merced y sus ruegos fueron
escuchados, pues la batalla no solo fue favorable a las fuerzas patriotas, sino
que también, por la aparición de prodigios y milagros, como la nube de
langostas que apareció de improviso en el campo de batallas, el triunfo se
saldó con un mínimo de muertos y heridos en ambos mandos. En acción de gracias,
el General Belgrano nombró a la Virgen como Generala del Ejército Argentino,
concediéndole el bastón de mando en una ceremonia solemne. De esta manera, el
General Belgrano no solo nos daba muestras de su gran devoción mariana, sino
que además nos daba un principio más que seguro para el progreso de la vida de
santidad, al hacernos ver que, si bien nosotros debemos poner todo nuestro
empeño en crecer en la santidad, nuestro destino está en las manos de Dios, que
quiere obrar a través de las manos de la Virgen, por lo que al poner el bastón
de mando en manos de la Virgen, el General Belgrano nos estaba diciendo, con
este gesto, que todas nuestras empresas y toda nuestra vida, debemos ponerlas
en manos de la Virgen, porque eso equivale a ponerlas en manos de Dios.
Por gracia de Dios, uno de nuestros máximos próceres, el
General Belgrano, nos da ejemplo de la más alta espiritualidad a la que pueda
aspirar un cristiano, y es la devoción ferviente y la confianza ilimitada en la
Madre de Dios, por lo que, como buenos patriotas y como buenos cristianos,
nuestro deber es imitar al General Belgrano en estas virtudes. Ahora bien, como
es obvio, constatamos que no tenemos un ejército, como lo tenía el General
Belgrano, para confiárselo a la Virgen, ni tampoco luchamos contra soldados
humanos, ni la lucha se desarrolla en una fracción de tierra, como el Campo de las
Carreras. ¿Quiere decir esto que no podemos imitar al General Belgrano en su
amor a María de la Merced? De ninguna manera, porque si bien no luchamos contra
hombres, sí luchamos contra los ángeles caídos, “las potestades malignas de los
cielos”, que buscan nuestra eterna perdición; el campo de batalla no es el
Campo de las Carreras, sino nuestra alma y nuestro corazón; la batalla no es
por la independencia de una nación, sino por la salvación eterna del alma, y si
bien, como decíamos, no tenemos un ejército para ofrendarle a la Virgen el
bastón de mando, sí tenemos para darle a la Virgen el bastón de mando de
nuestro ser, de nuestra vida, de nuestra existencia, de manera tal que la
nombramos a Ella Dueña y Señora de lo que somos y tenemos, de nuestro pasado,
presente y futuro, de nuestros bienes materiales y espirituales, y a Ella le
confiamos el triunfo final de la batalla que libramos a lo largo de esta vida,
que consiste en entronizar al Sagrado Corazón en nuestros almas, para luego
cantar al Cordero, en los cielos y por la eternidad, cánticos de triunfo, de
alabanza y de adoración. Como el General Belgrano, entreguemos a la Virgen de
la Merced el bastón de mando de nuestras vidas, para que Ella nos guíe al
triunfo final sobre los enemigos del alma, haciéndonos enarbolar el estandarte
victorioso y ensangrentado de la Santa Cruz de Jesús.
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