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viernes, 13 de mayo de 2016

Los pedidos y advertencias del cielo en las Apariciones de Nuestra Señora de Fátima


Las apariciones de la Virgen en Fátima, Portugal, constituyen una de las más grandiosas manifestaciones marianas de todos los tiempos y esto debido al contenido de su mensaje, que atañe tanto a la salvación personal, como a la del mundo entero. En estas apariciones, el cielo, a través de la Madre de Dios, nos recuerda qué es lo que debemos hacer, tanto para salvar el alma propia, como la de los pecadores: adoración y comunión eucarística, penitencia y sacrificios por los pecadores, rezo del Santo Rosario, reparación por los ultrajes que continuamente reciben los Sagrados Corazones de Jesús y María. Pero en estas apariciones el cielo nos advierte además acerca de los dos únicos destinos posibles en el más allá: o cielo, o infierno (el Purgatorio es la antesala del Cielo), por medio de las experiencias místicas los Pastorcitos, quienes experimentan dos clases distintas de fuegos: el fuego del Amor de Dios, que no arde y produce gozo y alegría celestial, y el fuego del Infierno, que sí produce dolor. Puesto que nadie va de modo “automático” ni al infierno ni al cielo, sino que esos destinos los merecemos de acuerdo a nuestras obras libremente realizadas, las apariciones de Fátima nos hacen reflexionar también acerca de si nuestra fe está viva, lo cual se demuestra con obras, o si por el contrario está muerta –lo cual se demuestra con ausencia de obras-.
Antes de las apariciones propiamente de la Virgen y como preparación para estas, se les apareció a los Pastorcitos un ángel, quien luego se identificó como el “Ángel de Portugal”[1]. En su primera aparición, el ángel les enseñó una oración de reparación a la Trinidad, relatada de este modo por Sor Lucía: “Pasaron tan solo unos segundos cuando un fuerte viento comenzó a mover los árboles y miramos hacia arriba para ver lo que estaba pasando, ya que era un día tan calmado. Luego comenzamos a ver, a distancia, sobre los árboles que se extendían hacia el este, una luz más blanca que la nieve con la forma de un joven, algo transparente, tan brillante como un cristal en los rayos del sol. Al acercarse pudimos ver sus rasgos. Nos quedamos asombrados y absortos y no nos dijimos nada el uno al otro. Luego él dijo: “No tengáis miedo. Soy el Ángel de la paz. Orad conmigo. Él se arrodilló, doblando su rostro hasta el suelo. Con un impulso sobrenatural hicimos lo mismo, repitiendo las palabras que le oímos decir: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no te adoran, no te esperan y no te aman”. Después de repetir esta oración tres veces el ángel se incorporó y nos dijo: “Orad de esta forma. Los corazones de Jesús y María están listos para escucharos”.
En su Tercera Aparición, el Ángel de Portugal les enseña a adorar la Eucaristía, además de enseñarles las oraciones de amor y reparación a la Trinidad; finalmente, les da la Comunión bajo las dos especies: “Vimos a una luz extraña brillar sobre nosotros. Levantamos nuestras cabezas para ver qué pasaba. El ángel tenía en su mano izquierda un cáliz y sobre él, en el aire, estaba una hostia de donde caían gotas de sangre en el cáliz. El ángel dejó el cáliz en el aire, se arrodilló cerca de nosotros y nos pidió que repitiésemos tres veces: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente, y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con los cuales Él mismo es continuamente ofendido. Por los méritos infinitos de su Sagrado Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la conversión de los pobres pecadores. Después se levantó, tomó en sus manos el cáliz y la hostia. La hostia me la dio a mí y el contenido del cáliz se lo dio a Jacinta y a Francisco, diciendo al mismo tiempo: “Tomad y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo terriblemente agraviado por la ingratitud de los hombres. Ofreced reparación por ellos y consolad a Dios. Una vez más él se inclinó al suelo repitiendo con nosotros la misma oración tres veces: “Santísima Trinidad…” etc. y desapareció. Abrumados por la atmósfera sobrenatural que nos envolvía, imitamos al ángel en todo, arrodillándonos postrándonos como él lo hizo y repitiendo las oraciones como él las decía”.
El pedido de penitencia y sacrificios por la conversión de los pecadores es un pedido personal de la Virgen. En su Primera Aparición les dice a los Pastorcitos[2]: “¿Queréis ofreceros a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviaros como reparación de los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?” -Si queremos. –“Tendréis, pues, mucho que sufrir, pero la gracia de Dios os fortalecerá”[3]. En la Tercera Aparición, vuelve a pedir que ofrezcamos sacrificios por la conversión de los pecadores y en reparación por los ultrajes contra su Inmaculado Corazón: “¡Sacrificaos por los pecadores y decid muchas veces, y especialmente cuando hagáis un sacrificio: OH, Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María!”. En la Cuarta Aparición: “Rezad, rezad mucho y haced sacrificios por los pecadores, porque muchas almas van al infierno por no tener quien se sacrifique y rece por ellas”. En la Sexta Aparición: “Soy la Señora del Rosario (…) continúen rezando el Rosario todos los días”.
También el Ángel de Portugal les pide oración y sacrificios por los pecadores, en su segunda aparición: “¿Qué estáis haciendo? ¡Rezad! ¡Rezad mucho! Los corazones de Jesús y de María tienen sobre vosotros designios de misericordia. ¡Ofreced constantemente oraciones y sacrificios al Altísimo!”.
La Virgen les hace tener una experiencia mística del Amor de Dios y de su Presencia en la Eucaristía, enseñándoles una oración a Jesús Eucaristía: “Diciendo esto la Virgen abrió sus manos por primera vez, comunicándonos una luz muy intensa que parecía fluir de sus manos y penetraba en lo más íntimo de nuestro pecho y de nuestros corazones, haciéndonos ver a nosotros mismos en Dios, más claramente de lo que nos vemos en el mejor de los espejos. Entonces, por un impulso interior que nos fue comunicado también, caímos de rodillas, repitiendo humildemente: “Santísima Trinidad, yo te adoro. Dios mío, Dios mío, yo te amo en el Santísimo Sacramento””.
También el pedido de rezar el Rosario. En la misma aparición, les dice: “Rezad el rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra”. En la Tercera Aparición les dice: “Quiero que vengáis aquí el día 13 del mes que viene, y continuéis rezando el rosario todos los días en honra a Nuestra Señora del Rosario con el fin de obtener la paz del mundo y el final de la guerra”.
La reparación también es pedida por la Virgen, con la devoción de los Cinco Primeros Sábados de mes, aunque esta devoción la especificará años más tarde, en otras apariciones, las de Pontevedra, España. En Fátima anunció el origen de la devoción: “(Jesús) quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado. A aquellos que abracen esta devoción les prometo la salvación y serán predilectas de Dios estas almas, como flores puestas por Mi para adornar su trono”, y en Pontevedra especificó cómo debía ser[4]: “Ese día estando en mi habitación en Pontevedra, España, se me apareció la Santísima Virgen y, al lado, como suspendido en una nube luminosa, el Niño. La Santísima Virgen me ponía la mano sobre mi hombro derecho y, al mismo tiempo, me mostraba un corazón cercado de espinas que tenía en la mano”. Entonces dijo el Niño: “Ten compasión del corazón de tu Santísima Madre que está cubierto de espinas que los hombres ingratos le clavan continuamente sin que haya nadie que haga un acto de reparación para arrancárselas”. Y en seguida dijo la Santísima Virgen: “Mira, hija mía, mi corazón cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan continuamente con blasfemias e ingratitudes, tú, al menos, procura consolarme y di que: Todos aquellos que durante cinco meses seguidos, en el primer sábado, se confiesen y reciban la Santa Comunión, recen el Santo Rosario y me hagan 15 minutos de compañía meditando en los misterios del Rosario, con el fin de desagraviarme, yo prometo asistirlos en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para su salvación”. “Ese día estando en mi habitación en Pontevedra, España, se me apareció la Santísima Virgen y, al lado, como suspendido en una nube luminosa, el Niño. La Santísima Virgen me ponía la mano sobre mi hombro derecho y, al mismo tiempo, me mostraba un corazón cercado de espinas que tenía en la mano”[5].
Dentro de todas las experiencias místicas que experimentan los Pastorcitos, hay dos que se destacan, además de la experiencia de recibir la Comunión Eucarística de manos del Ángel de Portugal: la experiencia del Amor de Dios, descripto como “fuego que no arde”, y la experiencia del Infierno. Con relación a la experiencia de Dios, decía así Francisco: “Estábamos ardiendo en aquella luz que es Dios y no nos quemábamos. ¿Cómo es Dios? Esto no lo podemos decir. Pero qué pena que Él está tan triste; ¡si yo pudiera consolarle!”. Muy distinta es la experiencia con el otro fuego, el del Infierno, que sí arde y duele, según el relato de Sor Lucía: “Al decir estas últimas palabras abrió de nuevo las manos. El reflejo de la luz parecía penetrar la tierra y vimos como un mar de fuego y sumergidos en este fuego los demonios y las almas como si fuesen brasas trasparentes y negras o bronceadas, de forma humana, que fluctuaban en el incendio llevada por las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados, semejante a la caída de pavesas en grandes incendios, pero sin peso ni equilibrio, entre gritos y lamentos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero trasparentes como negros tizones en brasa. Asustados y como pidiendo socorro levantamos la vista a nuestra Señora, que nos dijo con bondad y tristeza: “Habéis visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo os digo se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra terminará pero si no dejan de ofender a Dios en el reinado de Pío XI comenzara otra peor”.
Con respecto a esta última, podemos hacer la siguiente observación: en nuestros días, se oculta la realidad del Infierno y sobre todo a los niños, pero en Fátima, la Virgen no solo no oculta la realidad del Infierno a los niños, sino que, en cierta medida, los transporta allí, pues los niños tienen una experiencia real y directa del Infierno, tan real, que Lucía exclama asustada. Si la Virgen misma, en persona, les hace tener esta experiencia mística del Infierno, para advertirnos acerca de las consecuencias del desamor, la indiferencia y la rebelión contra Dios, ¿acaso cabe acusar a la Virgen por revelar estas cosas a los niños? Por supuesto que no; la conclusión, entonces, es que no se debe ocultar esta realidad de la eterna condenación, como tampoco los medios que el cielo nos da para ganar el cielo: rezo del Rosario, penitencia, sacrificios, adoración eucarística. En favor de esto, podemos recordar que Jacinta, lejos de quedar “traumatizada” o “perturbada” por la experiencia del Infierno, se preguntaba aún “porqué la Virgen no mostraba el Infierno a los pecadores” -e incluso ella misma deseaba hacerlo-, porque sostenía que si la Virgen lo hacía, los pecadores se convertirían y no se condenarían. Estas son sus palabras: “¿Por qué es que Nuestra Señora no muestra el infierno a los pecadores? Si lo viesen, ya no pecarían, para no ir allá. Has de decir a aquella Señora que muestre el infierno a toda aquella gente. Verás cómo se convierten. ¡Qué pena tengo de los pecadores! ¡Si yo pudiera mostrarles el infierno!”. Jacinta también revela la causa principal de la condenación de muchas almas en nuestros días, los pecados de la carne: “Los pecados que llevan más almas al infierno son los de la carne”.
Rezo del Santo Rosario, oración, penitencia, sacrificios, reparación, adoración a la Trinidad y a Dios Presente en la Eucaristía, recuerdo del cielo y del infierno: estos son algunos de los mensajes que la Madre de Dios nos transmite en las apariciones de Fátima, una de las más grandiosas apariciones marianas de todos los tiempos.





[1] http://webcatolicodejavier.org/VFapariciones.html
[2] http://www.corazones.org/maria/fatima/apariciones_nuestra_senora_fatima.html
[3] Cfr. ibidem.
[4] Mensaje del 10 de diciembre de 1925, Pontevedra, España.
[5] http://forosdelavirgen.org/3225/devocion-de-los-cinco-primeros-sabados/

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