Para saber qué implica el ser devotos de la Inmaculada
Concepción, debemos tener en cuenta quién es la Virgen,
La Virgen es la Mujer del Génesis, Aquella que, con el poder
omnipotente de Dios, aplasta la cabeza de la Serpiente Antigua; la Virgen es la
Mujer del Calvario, la que, al pie de la cruz, participando de los dolores de
la Pasión de Jesús, se convierte en la Madre de todos los hombres, por el
Querer Divino; la Virgen es la Mujer del Apocalipsis, Aquella que, revestida de
sol, con la luna bajo sus pies y coronada de estrellas, aparece en el
firmamento como señal divina que indica el inicio de la Nueva Era, la Era de
los hijos de Dios, los cristianos bautizados en la Iglesia Católica. La Virgen
es la Concebida sin mancha de pecado original, la Nueva Eva, inhabitada por el
Espíritu Santo, merecedora del doble y asombroso prodigio de ser, al mismo
tiempo, Virgen y Madre de Dios; la Virgen es la Madre de la Iglesia, Asunta al
cielo en cuerpo y alma, como anticipo de la asunción y glorificación de sus
hijos, los nacidos en Cristo por la gracia.
La Virgen es la Llena de gracia, la Vencedora de Satanás, la
Inhabitada por el Espíritu Santo, la Purísima de cuerpo y alma, la Madre de
Jesús, que da a luz al Hijo de Dios, Jesús, la Misericordia Encarnada, de modo
virginal, en Belén.
Puesto
que de la Virgen nace la Nueva Humanidad, porque Ella da a luz al Verbo de Dios
encarnado, cuya Humanidad Santísima está inhabitada por el Espíritu Santo, ser devotos
de la Inmaculada Concepción implica entonces imitarla en su pureza de
cuerpo y alma; ser devotos de la Inmaculada Concepción implica aversión total
al pecado, por mínimo que sea y eso quiere decir preferir “morir antes que pecar”,
como pidió Santo Domingo Savio el día de su Primera Comunión; ser devotos de la
Inmaculada Concepción implica el rechazo de la mentira, porque el “Padre de la
mentira es Satanás” (cfr. Jn 8, 44) y
nada hay en común entre el Demonio,
mentiroso y “homicida desde el principio” y la Virgen, Madre de la Divina Sabiduría;
ser devotos de la Inmaculada Concepción, la Llena de gracia, implica estar “vigilantes
y atentos” (cfr. Mc 13, 33) para
conservar y acrecentar la gracia, y para dejar atrás la vida de pecado, la vida
del hombre viejo, la vida dominada por las pasiones, la vida de esclavo de
Satanás, la vida de supersticiones, de deseo del dinero y de bienes materiales
en vez de deseo de la vida eterna en el Reino de los cielos; ser devotos de la
Inmaculada Concepción significa amar a Dios por sobre todas las cosas y al
prójimo como a uno mismo, y el primer prójimo a amar es aquel que
circunstancialmente puede ser nuestro enemigo, porque ése es el mandamiento de
Jesús: “Ama a tus enemigos” (Mt 5, 43).
Ser devotos de la Virgen, la Inmaculada Concepción, significa serlo todo el
día, todos los días, combatiendo contra la propia concupiscencia, contra la
propia inclinación al pecado, combatiendo, con las armas de la Santa Cruz y el
Rosario, al Demonio, enemigo de la eterna salvación. Ser devotos de la
Inmaculada Concepción significa acudir a la Virgen como Nuestra Madre del
cielo, no una vez al año, sino todos los días del año, y no para seguir con la
vida antigua del pecado, sino para vivir, todos los días, la vida nueva de la
gracia, como anticipo de la vida de gloria que, con su maternal intercesión,
esperamos vivir en la eternidad.
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