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sábado, 3 de octubre de 2015

La liturgia de la Eucaristía en unión con María


         Dice el Manual del Legionario[1] que “Así como Jesús no comenzó su redención sin el consentimiento de María, así finaliza su redención en el Calvario sin su presencia –estuvo al pie de la cruz- y consentimiento” –la Virgen quería ofrecer a su Hijo en la cruz por nuestra salvación-.
         Continúa el Manual diciendo que “Así la Virgen se convirtió en la principal restauradora del mundo perdido y dispensadora de todas las gracias que Dios obtuvo con su muerte y con su sangre”[2].
         La Virgen permaneció al pie de la cruz y en cada misa ofrece al Salvador como en la cruz, permaneciendo en el altar así como permaneció en la cruz. De esta manera, “coopera con su Hijo, aplastando la cabeza de la serpiente”.
         El Manual nos enseña que debemos asistir a la Santa Misa pensando en lo que es, la renovación incruenta y sacramental del Santo Sacrificio de la Cruz, pero también debemos ser conscientes de que la Virgen está también presente. En cada misa, la Virgen toma parte de la misma, porque está presente con su cuerpo y su alma glorificados, así como estuvo presente con su cuerpo y su alma martirizados y sufrientes al pie de la cruz.
         Entonces, en cada misa oída con devoción, no solo debemos estar atentos a Cristo, que entrega su Cuerpo en la Eucaristía y derrama su Sangre en el cáliz, sino que también debemos prestar amorosa y filial atención a la Virgen, que está al pie del altar, ofreciendo a su Hijo Jesús en la Eucaristía[3].
         Ahora bien, el Manual nos dice que “junto a María estaban los representantes de la legión, que crucificaron al Hijo de Dios, sin saber lo que hacían”, y esto es lo que hacemos nosotros, cuando crucificamos a Jesús con nuestros pecados. Pero a pesar de esto, la gracia de Dios descendió a raudales porque los legionarios se convirtieron, comenzando por San Longinos, que traspasó su Corazón y al caer sobre su rostro la Sangre y Agua del Cordero, que contenía al Espíritu Santo, exclamó: “Éste era el Hijo de Dios”. De la misma manera, como San Longinos, los legionarios debemos contemplar a Cristo que desde la Eucaristía derrama abundantes gracias de conversión –así como fue levantado el Hijo del hombre en la cruz, para que todos los que crean en Él tengan vida eterna, así también nosotros, al contemplar la elevación de la Hostia y creer en su Presencia Eucaristía, también tenemos vida eterna-. Por último, dice el Manual, “los legionarios ofrecerán el Santo Sacrificio de la Misa y se alimentarán con el Cuerpo Eucarístico de Jesús”. Por eso es que no se entiende un legionario que no perdona, un legionario soberbio, un legionario sin misericordia, porque todo eso lo recibió en la Sagrada Eucaristía y si no lo transmite a sus hermanos, entonces no está viviendo su ser legionario. Al salir de Misa, María seguirá con sus legionarios y los hará participantes y corresponsables con Ella de la distribución de las gracias; de la misma manera, como ellos fueron luego cristianos que evangelizaron a los demás, así debemos hacer nosotros, dando a los demás el Amor Misericordioso recibido en la Santa Eucaristía.
        



[1] Cfr. El Legionario y la Eucaristía, 3, 49.
[2] Cfr. ibidem.
[3] Cfr. ibídem, 50.

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