Puede suceder, con mucha frecuencia, que seamos reticentes
a aceptar la Voluntad de Dios en nuestras vidas. Tal vez la razón se deba a
nuestra escasa o nula comprensión de lo que significa "Voluntad de
Dios"; tal vez se deba a que, generalmente, la asociamos con los
sufrimientos de Jesús en el Huerto de Getsemaní, y entonces de modo automático,
pensamos que eso es lo que Dios quiere para nosotros, es decir, asociamos, casi
inconscientemente, a Jesús sudando Sangre en el Huerto de los Olivos, con la
Voluntad de Dios -porque Jesús dice allí: "Que no se cumpla Mi Voluntad
sino la Tuya", refiriéndose a Dios Padre- y, por lo tanto, como rechazamos
automáticamente el dolor y el sufrimiento, al asociar la Voluntad de Dios con
el dolor y el sufrimiento, rechazamos la Voluntad de Dios en nuestras vidas, y
nos desentendemos de ella. Sin embargo, cuando esto hacemos, es decir, cuando
no queremos saber nada de la Voluntad de Dios en nuestras vidas, somos como un
barco pequeño que, navegando de noche en medio de una gran tormenta, acosado
por grandes olas marinas, por el estruendo del viento y la furia de la lluvia y
de los rayos y truenos, pierde de pronto la luz del faro que lo guiaba al único
puerto seguro que habría de salvarlo del naufragio, y se expone a un inminente
y más que catastrófico hundimiento. Sin aceptar la Voluntad de Dios en nuestras
vidas, estamos definitivamente perdidos, y nuestro destino no es otro que el de
perecer en medio de las olas de las tentaciones del Ángel caído, de las
pasiones sin control, y de las trampas del mundo.
Ésta es la razón por la cual es -literalmente hablando- de
vital importancia, para nuestra vida espiritual, decir siempre que
"Sí" a la Voluntad de Dios que, sea como sea, siempre será que
vivamos y muramos en estado de gracia. Pero si no podemos o no sabemos cómo,
elevemos nuestros ojos a Nuestra Madre del cielo, la Virgen María, porque la Inmaculada
Concepción es nuestro modelo para decir que “Sí” a la Voluntad de Dios en
nuestras vidas. Todo lo que tenemos que hacer, es contemplarla a Ella en el
momento en el que el Arcángel Gabriel le anuncia que Dios la ha elegido para
ser Madre del Hijo Eterno de Dios (Lc 1, 28).
Hagamos la composición de lugar: la Virgen se encuentra en
su humilde casa, en Nazareth, haciendo sus labores de ama de casa, mientras
eleva su mente y su corazón a Dios; siente una ligera brisa y un suave
resplandor; eleva la vista, y ve delante suyo al Arcángel Gabriel,
resplandeciente por la luz divina, que se inclina ante la Flor de los cielos,
mientras la saluda diciéndole: "Alégrate, Llena de gracia, el Señor está
contigo". No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas
a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre
Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará
el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su
reino no tendrá fin". María le responde al ángel: '¿Cómo será esto, puesto
que no conozco varón?' El ángel le responde: 'El Espíritu Santo vendrá sobre ti
y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer
será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha
concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que
llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios'. Dice María: 'He
aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra'. Y el ángel,
dejándola, se va. (Lc 1,26-38).
Lo que vemos de la escena evangélica y
del diálogo que la Virgen sostiene con el Arcángel, es
que la Virgen, al saber que es Voluntad de Dios, no duda ni por un instante en
dar el “Sí” a lo que Dios quiere y la razón por la que dice que “Sí”, es que
ama a Dios con todo su ser, con toda su alma, con toda su mente, con todo su
corazón, y por eso, le basta con saber que es Voluntad de Dios, para querer y
amar su Voluntad con todas las fuerzas de su ser, y por eso dice inmediatamente
que “Sí”, que quiere que se haga en Ella la Voluntad de Dios: “He aquí la
Esclava del Señor; se haga en mí según su Voluntad”.
En ese “Sí” de la Virgen, estaba comprendida la profecía de
Simeón, cuando la Virgen habría de llevar a su Hijo recién nacido al Templo, en
la ceremonia de la Presentación del Señor: “Una espada de dolor te atravesará
el corazón” (Lc 2, 33-35); la Virgen acepta y ama la Voluntad de Dios,
aun cuando es la Voluntad de Dios que una espada de dolor le atraviese el
corazón, porque su Hijo, el Hijo de sus entrañas virginales, será el Mesías,
que será entregado como Hostia Inmaculada en el Santo Sacrificio de la Cruz,
para la salvación del mundo, y la Virgen, a pesar de esto, ama y acepta la
Voluntad de Dios.
En el “Sí” de la Virgen estaba comprendida la participación
espiritual de la Virgen en la Pasión de su Hijo Jesús, porque aunque Ella no
participó físicamente de la Pasión, en el sentido de que no sufrió en su Cuerpo
purísimo los azotes y los golpes y la coronación de espinas que sufrió su Hijo,
sí los sufrió moral y espiritualmente, porque estaba tan unida por el Amor a su
Hijo Jesús, que todo lo que le pasaba a su Hijo, repercutía en su Corazón y en
su Alma, de manera tal que puede decirse que la Pasión que sufrió su Hijo Jesús
físicamente la padeció la Virgen moral y espiritualmente, y por eso la Virgen
es Corredentora, y a pesar de eso, la Virgen le dijo “Sí”, a la Voluntad de
Dios.
En el “Sí” de la Virgen a la Voluntad de Dios, estaba
comprendida la entrega del Amor de sus entrañas, su Hijo Jesús, para la
salvación del mundo, en el sacrificio de la cruz, y la Virgen habría de hacerlo
años después, cuando, erguida al pie de la cruz (cfr. Jn 19, 25-27),
como Nuestra Señora de los Dolores, actuara como Sacerdotisa que ofrecería al
Padre la Víctima Inmaculada, Pura y Santa, que salvaría a los hombres de la
eterna perdición, les infundiría su filiación divina y los conduciría al cielo,
para hacerlos bienaventurados por toda la eternidad en el seno eterno del
Padre, y por este motivo, es que la Virgen también es Corredentora, porque al
pie de la cruz, se desprendió de la Fuente de su Amor y de su Vida, su Hijo
Jesús, para que nosotros los hombres, fuéramos salvados de la eterna
condenación, y a pesar de ese dolor, que fue la actualización y el cumplimiento
cabal de la profecía de Simeón: “Una espada de dolor te atravesará el corazón”,
la Virgen le dijo que “Sí” a la Voluntad de Dios.
La Virgen le dijo que “Sí” a la Voluntad de Dios, aunque en
ese “Sí” estaban comprendidos los tres días de amargo luto que habría de
sobrellevar por la muerte de su Hijo: el Viernes Santo, el Sábado Santo, y el
amanecer del Domingo de Resurrección; cuando la Virgen le dijo que “Sí” al
Arcángel que le anunciaba que era la Elegida para ser la Madre de Dios, la
Virgen no le cuestionó que porqué iba a tener que pasar días de dolor, y nadie
pasó días más amargos y de más dolor que la Virgen, porque es Ella quien habla
en el Libro de las Lamentaciones: “Vosotros, los que pasáis por el camino,
mirad, fijaos: ¿Hay dolor como mi dolor?” (Lam 1, 12), porque no hay
dolor más grande que el dolor de la Madre de Dios al ver muerto a su Hijo Dios
en la cruz, luego de sufrir terribles dolores, después de tres horas de
dolorosa agonía, y a pesar de esto, la Virgen dijo que “Sí” a la Voluntad de
Dios, y no solo nunca se quejó de la Voluntad de Dios, sino que siempre, y
sobre todo en las horas más amargas y tristes, encontró la Virgen que la
Voluntad de Dios para su vida era un néctar más dulce que la miel y por eso en
todo momento dijo siempre: “Sí, hágase en mí según su Voluntad”.
Por todo esto, cuando nos sea difícil e incomprensible
comprender o aceptar la Voluntad de Dios en nuestras vidas, elevemos la mirada
del alma a la Virgen Santísima, la contemplemos en su Inmaculada Concepción, la
contemplemos en el momento del Anuncio del Ángel, meditemos en su “Fiat”, en su
“Sí” amoroso a la amorosa Voluntad de Dios, y le pidamos la gracia que sea Ella
quien mueva nuestros corazones y nuestros labios, para que también nosotros,
junto con Ella, desde su Inmaculado Corazón, le digamos a Nuestro Amado Dios:
“Fiat”, “Sí, hágase tu amadísima y santísima Voluntad, oh Dios Uno y Trino, en
mi pobre y humilde vida. Amén”.
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