La Virgen María es nuestro modelo para decir que “Sí” a la
Voluntad de Dios en nuestras vidas. Todo lo que tenemos que hacer, es
contemplarla a Ella en el momento en el que el Arcángel Gabriel le anuncia que
Dios la ha elegido para ser Madre del Hijo Eterno de Dios (Lc 1, 28). La Virgen, al saber que es Voluntad de Dios, no duda ni
por un instante en dar el “Sí” a lo que Dios quiere y la razón por la que dice
que “Sí”, es que ama a Dios con todo su ser, con toda su alma, con toda su
mente, con todo su corazón, y por eso, le basta con saber que es Voluntad de
Dios, para querer y amar su Voluntad con todas las fuerzas de su ser, y por eso
dice inmediatamente que “Sí”, que quiere que se haga en Ella la Voluntad de
Dios: “He aquí la Esclava del Señor; se haga en mí según su Voluntad”.
En ese “Sí” de la Virgen, estaba comprendida la profecía de
Simeón, cuando la Virgen habría de llevar a su Hijo recién nacido al Templo, en
la ceremonia de la Presentación del Señor: “Una espada de dolor te atravesará
el corazón” (Lc 2, 33-35); la Virgen
acepta y ama la Voluntad de Dios, aun cuando es la Voluntad de Dios que una
espada de dolor le atraviese el corazón, porque su Hijo, el Hijo de sus
entrañas virginales, será el Mesías, que será entregado como Hostia Inmaculada
en el Santo Sacrificio de la Cruz, para la salvación del mundo, y la Virgen, a
pesar de esto, ama y acepta la Voluntad de Dios.
En el “Sí” de la Virgen estaba comprendida la participación espiritual
de la Virgen en la Pasión de su Hijo Jesús, porque aunque Ella no participó
físicamente de la Pasión, en el sentido de que no sufrió en su Cuerpo purísimo
los azotes y los golpes y la coronación de espinas que sufrió su Hijo, sí los
sufrió moral y espiritualmente, porque estaba tan unida por el Amor a su Hijo
Jesús, que todo lo que le pasaba a su Hijo, repercutía en su Corazón y en su
Alma, de manera tal que puede decirse que la Pasión que sufrió su Hijo Jesús
físicamente la padeció la Virgen moral y espiritualmente, y por eso la Virgen
es Corredentora, y a pesar de eso, la Virgen le dijo “Sí”, a la Voluntad de
Dios.
En el “Sí” de la Virgen a la Voluntad de Dios, estaba
comprendida la entrega del Amor de sus entrañas, su Hijo Jesús, para la
salvación del mundo, en el sacrificio de la cruz, y la Virgen habría de hacerlo
años después, cuando, erguida al pie de la cruz (cfr. Jn 19, 25-27), como Nuestra Señora de los Dolores, actuara como
Sacerdotisa que ofrecería al Padre la Víctima Inmaculada, Pura y Santa, que
salvaría a los hombres de la eterna perdición, les infundiría su filiación divina
y los conduciría al cielo, para hacerlos bienaventurados por toda la eternidad
en el seno eterno del Padre, y por este motivo, es que la Virgen también es
Corredentora, porque al pie de la cruz, se desprendió de la Fuente de su Amor y
de su Vida, su Hijo Jesús, para que nosotros los hombres, fuéramos salvados de
la eterna condenación, y a pesar de ese dolor, que fue la actualización y el cumplimiento
cabal de la profecía de Simeón: “Una espada de dolor te atravesará el corazón”,
la Virgen le dijo que “Sí” a la Voluntad de Dios.
La Virgen le dijo que “Sí” a la Voluntad de Dios, aunque en
ese “Sí” estaban comprendidos los tres días de amargo luto que habría de
sobrellevar por la muerte de su Hijo: el Viernes Santo, el Sábado Santo, y el
amanecer del Domingo de Resurrección; cuando la Virgen le dijo que “Sí” al
Arcángel que le anunciaba que era la Elegida para ser la Madre de Dios, la
Virgen no le cuestionó que porqué iba a tener que pasar días de dolor, y nadie
pasó días más amargos y de más dolor que la Virgen, porque es Ella quien habla
en el Libro de las Lamentaciones: “Vosotros, los que pasáis por el camino,
mirad, fijaos: ¿Hay dolor como mi dolor?” (Lam
1, 12), porque no hay dolor más grande que el dolor de la Madre de Dios al ver
muerto a su Hijo Dios en la cruz, luego de sufrir terribles dolores, después de
tres horas de dolorosa agonía, y a pesar de esto, la Virgen dijo que “Sí” a la
Voluntad de Dios, y no solo nunca se quejó de la Voluntad de Dios, sino que
siempre, y sobre todo en las horas más amargas y tristes, encontró la Virgen que
la Voluntad de Dios para su vida era un néctar más dulce que la miel y por eso
en todo momento dijo siempre: “Sí, hágase en mí según su Voluntad”.
Por todo esto, cuando nos sea difícil e incomprensible
comprender o aceptar la Voluntad de Dios en nuestras vidas, elevemos la mirada
del alma a la Virgen Santísima, la contemplemos en su Inmaculada Concepción, la
contemplemos en el momento del Anuncio del Ángel, meditemos en su “Fiat”, en su
“Sí” amoroso a la amorosa Voluntad de Dios, y le pidamos la gracia que sea Ella
quien mueva nuestros corazones y nuestros labios, para que también nosotros,
junto con Ella, desde su Inmaculado Corazón, le digamos a Nuestro Amado Dios: “Fiat”,
“Sí, hágase tu amadísima y santísima Voluntad, oh Dios Uno y Trino, en mi pobre
y humilde vida. Amén”.
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