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viernes, 5 de septiembre de 2014

La Virgen María, Maestra de Adoradores Eucarísticos


         En su Encíclica Ecclesia de Eucharistia, dice el Santo Padre Juan Pablo II que la Virgen puede conducirnos hacia Jesús Eucaristía, debido a la “estrecha relación” que Ella tiene con Jesús: “María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él: María es mujer ‘eucarística’ con toda su vida”[1]. Y no puede ser de otra manera, porque la Virgen no solo fue concebida sin mancha, es decir, Pura e Inmaculada, sin pecado original, sino también Llena de gracia, inhabitada por el Espíritu Santo, porque debía ser la Madre de Dios, esto es, debía alojar en su seno purísimo y virginal, cual Tabernáculo Viviente, cual Sagrario más precioso que el oro, a la Eucaristía, a la Palabra de Dios encarnada, a la Hostia Inmaculada, Pura y Santa, al Verbo de Dios hecho Carne, al Amor Divino humanado, materializado en una naturaleza humana, Jesús de Nazareth. Para alojar al Verbo Purísimo e Inmaculado de Dios, al Verbo que es la Gracia Increada en sí misma y el Espirador del Amor Divino junto al Padre, la Virgen debía ser Purísima, Inmaculada, Llena de gracia e inhabitada por el Amor Divino desde su Concepción virginal; es decir, no podía, porque no lo admitía su altísimo destino, estar Ella contaminada por amores mundanos y profanos, ni en su cuerpo, ni en su alma, ni en su mente, ni en su corazón y debía, por el contrario, tender, con todas las fuerzas de su alma, de su mente y de su corazón, desde el primer instante de su Concepción Inmaculada, no solo con las fuerzas de su naturaleza humana sin mácula, sino toda la fuerza del Amor de Dios que la inhabitaba desde su Concepción, a amar a Dios Uno y Trino sin reservas, con la donación total de sí misma, y por este motivo es que María es “mujer eucarística” –en la expresión de Juan Pablo II-, porque está preparada, desde su Concepción Inmaculada, para ser sagrario y tabernáculo viviente de la Eucaristía, es decir, para recibir, en su seno virginal, al Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesucristo, Dios Hijo, que al encarnarse en el seno virgen de la Madre, por obra del Amor de Dios, el Espíritu Santo, se convertirá en la Eucaristía. Por este motivo, la vida y la existencia misma de la Virgen María, no se explican, sino es en relación a la Eucaristía, por eso uno de los nombres primeros y más propios de la Virgen es el de “Nuestra Señora de la Eucaristía” o “Virgen de la Eucaristía”, porque toda Ella está pensada, desde la eternidad, por Dios Uno y Trino, para alojar, nutrir, custodiar y dar a luz al Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, la Eucaristía.
         Luego dice el Santo Padre Juan Pablo II que “la Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio”[2]. Y la Iglesia así lo hace, porque toma a la Virgen como modelo, imitándola y prolongando, por el misterio de la liturgia, y por obra del Espíritu Santo, lo que sucede en la Virgen, en el momento de la Encarnación y el Nacimiento, el altar eucarístico: así como en la Encarnación, el Espíritu Santo lleva al Hijo del Eterno Padre, el Verbo de Dios, desde el seno del Padre, al seno virgen de la Madre, para que éste se revista de la naturaleza humana, y así recibiendo de la Virgen Madre el revestimiento corpóreo -su cuerpo y su sangre-, sea dado a luz milagrosamente, también por obra del Espíritu Santo, como Pan de Vida eterna, en el Nacimiento, en Belén, Casa de Pan, del mismo modo, en el altar eucarístico, por obra del Espíritu Santo, el Verbo de Dios, procediendo del seno del Padre eterno, por obra del Espíritu Santo, el Amor de Dios, prolonga su Encarnación en el seno virgen de la Madre Iglesia, el altar eucarístico, convirtiendo el pan y el vino en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad -es decir, la Eucaristía-, para donarse como Pan de Vida eterna, haciendo del altar eucarístico un Nuevo Belén, una Nueva Casa de Pan, adonde acuden a alimentarse los hijos de Dios en su peregrinar hacia la Casa del Padre. Esta es la razón por la cual el Santo Padre Juan Pablo II dice que la Iglesia “imita a la Virgen en su relación con este Santísimo misterio”.
         Pero hay otra forma también en que la Iglesia -los hijos de la Iglesia- puede imitar a la Virgen en su relación con este “Santísimo misterio”, que es la Eucaristía, y es precisamente en la condición de la Virgen, de ser Ella Inmaculada Concepción y Llena de gracia. ¿En qué sentido? Veamos.
         Hemos dicho que la Virgen fue concebida sin mancha de pecado original, porque tanto en su cuerpo como en su alma, debía recibir al Verbo de Dios, que debía encarnarse en Ella, para cumplir el plan de redención trazado por Dios Padre desde la eternidad. Su cuerpo debía ser inmaculado, y por eso la Madre de Dios debía ser Virgen, sin mancilla, no contaminada con amores profanos, porque en su seno virginal debía alojarse el Cuerpo y la Sangre y el Alma, es decir, la Humanidad Santísima del Verbo de Dios, quien sería traído por el Espíritu Santo, el Amor Divino. Debido a que el cuerpo de la Virgen debía alojar, en su seno materno, al Cuerpo Inmaculado del Cordero de Dios, no podía este cuerpo de la Virgen estar manchado con ninguna clase de mancha ni imperfección, como sucede con los hijos de Adán, y por eso fue concebida sin mancha de pecado original, y así su cuerpo fue inmaculado, igual que su alma y su corazón. Esto quiere decir que, además de recibir al Verbo en su útero -es decir, en su cuerpo material, es decir, además de recibirlo como madre-, al implantarse la célula embrionaria de Jesús de Nazareth creada en el momento de la Encarnación por Dios Uno y Trino, puesto que no hubo concurso alguno de varón -jamás hubo relación de tipo esponsal con San José, esposo casto y meramente legal de María Virgen-, la Virgen comenzó, desde ese momento, a revestir a su Hijo, que era Dios invisible, que se había encarnado en Ella, con su misma carne y sangre, es decir, con los nutrientes maternos, y así, gracias a Ella, el Verbo, que era invisible, se tornó visible, y tomó carne y sangre de la Virgen. Por eso la Virgen era pura de cuerpo, porque tenía que recibir corporalmente al Cuerpo Santísimo del Verbo de Dios que se había encarnado, que había tomado carne y sangre de la carne y de la sangre de Ella, de la Virgen, como hace todo hijo con su madre, en el seno materno.
         Pero la Virgen también tenía que recibir al Verbo en su mente -cuando el Ángel le anuncia la Encarnación- y en su Corazón -tenía que amar la Voluntad de Dios y aceptarla libremente, porque también la podría haber rechazado-, y para eso debía estar libre de la malicia del pecado, que hace amar lo malo y detestar lo bueno, y la Virgen estuvo libre del pecado original, pero además, su mente y su Corazón estaban llenos del Espíritu Santo, por lo que su mente estaba iluminada por la Sabiduría Divina y su Corazón ardía en el Amor Divino, y así, al anuncio del Ángel, no dudó ni un instante en dar el “Fiat” al querer del Padre.
         Aquí vemos entonces cómo puede -y debe- el cristiano imitar a la  Virgen en su relación con la Eucaristía, tal como lo pide San Juan Pablo II: el cristiano puede y debe imitar a la Virgen con la pureza de cuerpo -virginidad, castidad- y alma -vivir en estado de gracia-, en todo momento, pero sobre todo, en el momento de la comunión eucarística: así, recibirá la Eucaristía con un cuerpo puro -virginidad, castidad- y con la mente y el corazón en gracia, y de ese modo será, en todo momento, pero sobre todo en el  momento de recibir la Sagrada Comunión, un  digno hijo de la Madre de Dios.




[1] Cfr. Ecclesia de Eucharistia, Cap. 6, En la escuela de María, Mujer 'eucarística'.
[2] Cfr. ibidem.

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