El anuncio del Arcángel Gabriel a la Virgen María significa
el cumplimiento de la profecía de Isaías: “Sobre el pueblo que habitaba en
tinieblas y en sombras de muerte brilló una gran luz” (9, 2). El pueblo al que
se refiere Isaías, es toda la humanidad, y las “sombras y tinieblas de muerte”
en las que habita la humanidad, son las sombras del pecado y de la muerte, pero
también son las sombras vivientes, los demonios, los ángeles caídos, porque ese
es el estado de la humanidad luego de ser expulsados Adán y Eva del Paraíso.
En el momento en el que el Ángel anuncia a María Santísima
la Encarnación del Verbo de Dios, toda la humanidad se encontraba sumida en “sombras
de muerte”, sin posibilidad alguna de escapar de ese destino de tinieblas. Es por
esto que la Anunciación y la Encarnación del Verbo de Dios representan, para
toda la humanidad, el inicio de una Nueva Era, pero no solo porque habrían de
ser derrotadas para siempre las tinieblas del pecado, de la muerte y del
infierno, sino porque el Verbo de Dios, asumiendo hipostáticamente, es decir,
en su Persona Divina, a la naturaleza humana, le habría de comunicar a la
humanidad, por medio de la gracia santificante, su divinidad, dotando a la
humanidad de su propia divinidad, haciéndole alcanzar un estado superior al del
Paraíso, elevando a la raza humana a un grado infinitamente más alto que el que
tenían los primeros padres, Adán y Eva. Es decir, con la Encarnación del Verbo,
Dios obtenía para la humanidad, no solo el triunfo absoluto y rotundo sobre las
tinieblas y sombras de muerte en las que yacía hasta ese entonces, sino que la
elevaba hasta las alturas insospechadas del desposorio místico con la
divinidad. En la Encarnación, entonces, no solo se produce la derrota de las
tinieblas, sino la unión mística y esponsalicia de la divinidad con la
humanidad, al unirse el Verbo de Dios con la naturaleza humana de Jesús de
Nazareth en el seno virginal de María Santísima, y esto en medio de resplandores
sagrados, en cuya comparación el astro sol no es más que un pálido rayo de luz.
Pero el misterio de la Encarnación del Verbo no se limita a
la derrota de las tinieblas y sombras de muerte y al desposorio místico de la
humanidad con la divinidad, porque su Encarnación se continúa y se prolonga en
la Santa Misa, en la Eucaristía, porque el Verbo que se encarnó en María prolonga su Encarnación en la Eucaristía para encarnarse en cada alma, en cada
corazón que lo reciba con fe y con amor.
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