“Yo
soy la Inmaculada Concepción”. Así le respondió la Virgen a Bernardita el 11 de
febrero de 1858 ante la pregunta de quién era. La respuesta en sí misma era una
señal de que las apariciones provenían del cielo y de que no eran imaginaciones
de una adolescente analfabeta aunque piadosa y devota. Bernardita ni siquiera
entendía lo que significaba “Inmaculada Concepción”, de manera que sólo repetía
mecánica y exteriormente lo que la Virgen le había dicho en la aparición. Pero no
solo ella era la que no entendía lo el significado de lo que la Virgen había
dicho; muchos, incluidos sacerdotes y laicos instruidos, eran incapaces de
comprenderlo, y no solo en el momento de las apariciones, sino en nuestros
días.
¿Qué
significa entonces “Inmaculada Concepción”?
“Inmaculada
Concepción” significa que la Virgen ha sido concebida sin la corrupción
metafísica que el pecado original imprime a la naturaleza humana y que,
actuando desde la raíz de su acto de ser, obra de una manera destructiva,
separando lo que por designio divino debería estar unido para siempre, es
decir, el alma y el cuerpo. Por el pecado, fuerza destructora y mortífera, el
acto de ser metafísico pierde su fuerza vital y así el alma, vida del cuerpo,
se separa del cuerpo y se produce la muerte, que es la consecuencia del pecado.
También el alma se ofusca en la búsqueda de la Verdad y, aunque desea el Bien,
se deja dominar por las pasiones y obra el mal, porque está a merced de la
concupiscencia de la carne.
La
Virgen, porque debía alojar en su útero virginal al Cuerpo y la Sangre, el
Alma, la Divinidad del Redentor y porque debía aceptar en su Mente Purísima la
Sabiduría Divina y amar en su Corazón Inmaculado al Amor Misericordioso del
Padre, fue preservada de esta corrupción que afecta a toda la humanidad sin
excepción, desde que Adán y Eva, desoyendo la dulce voz de Dios Padre,
endurecieron sus corazones y abrieron sus oídos para escuchar la sibilante y
perversa voz de la Serpiente Antigua, que les hizo perder el Paraíso terrenal.
Pero
si Adán y Eva, con su desobediencia al Amor Divino dieron entrada al pecado y
con el pecado a la corrupción y a la muerte, la Virgen, que por ser la Inmaculada
Concepción es también la Llena de Gracia, es decir, la Inhabitada por el Amor
de Dios, el Espíritu Santo, de manera que todo en Ella refleja al Amor Divino y
nada en Ella hay que no refleje a este Divino Amor. Es por esto que cuando la
Virgen nos dice: “Yo soy la Inmaculada Concepción”, nos está diciendo: “Yo soy
un reflejo del Divino Amor”, porque el Divino Amor es Inmaculado, Puro,
absolutamente sin mancha, pleno de amor, Lleno de gracia, como la Virgen. Quien
contempla a la Virgen como Inmaculada Concepción, contempla al Divino Amor, que
es Inmaculado, sin mácula, sin mancha de concupiscencia, purísimo, celestial, sobrenatural,
eterno, infinito. Dios Trino creó a la Virgen como Inmaculada Concepción porque
no podía Dios Hijo encarnarse en un seno que no fuera virginal y sin mácula
como el de María Santísima.
Por
último, es sabido que los hijos se parecen a la madre, y es por esto que los
hijos de María, la Inmaculada Concepción, deben parecerse a Ella y así como María
es Pura en cuerpo y alma -porque Ella recibió a su Hijo en su Cuerpo en la Encarnación
y en su Alma por el anuncio del Ángel-, así los hijos de María deben ser ellos
también inmaculados por la gracia santificante para recibir a Jesús en la
Eucaristía con pureza de cuerpo y alma.
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