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martes, 15 de octubre de 2013

Los Nombres de la Virgen María (II): La Inmaculada Concepción


Fiesta: 11 de febrero
Descripción de la imagen y breve historia de las apariciones en Lourdes
El 11 de febrero de 1858, y durante seis meses, Bernadette recibió las revelaciones de la Virgen María en la advocación de la Inmaculada Concepción en la pequeña gruta de Massabielle, en la localidad de Lourdes. A ese lugar había concurrido Bernardette, acompañada de su hermana y una amiga, para recoger leña para el hogar.
Según su relato, Bernadette oyó un fuerte rumor de viento, pero al volverse vio que todo estaba tranquilo y que los árboles no se habían movido. Por segunda vez oyó el mismo rumor, pero entonces vio a una “joven” en el interior de la gruta. Así narró Bernadette la primera aparición: “En la abertura de una roca, llamada cueva de Masse-Vieille, vi a una joven. Creyendo engañarme, me restregué los ojos; pero alzándolos, vi de nuevo a la joven, que me sonreía y me hacía señas de que me acercase. La mujer vestía túnica blanca con un velo que le cubría la cabeza y llegaba hasta los pies, sobre cada uno de los cuales tenía una rosa amarilla, del mismo color que las cuentas de su rosario. El ceñidor de la túnica era azul. (...) Tuve miedo. Después vi que la joven seguía sonriendo. Eché mano al bolsillo para tomar el rosario que siempre llevo conmigo y se me cayó al suelo. Me temblaba la mano. Me arrodillé. Vi que la joven se santiguaba... Hice la señal de la cruz y recé con la joven... Mientras yo rezaba, ella iba pasando las cuentas del rosario (...) Terminado el rosario, me sonrió otra vez. (...) Aquella Señora no me habló hasta la tercera vez”.
En la aparición del 24 de febrero, la Virgen prestó particular énfasis en la necesidad de la plegaria y la penitencia, repitiendo, siempre según Bernadette, de modo insistente la palabra “penitencia”, sin agregar nada más: “Penitencia, penitencia, penitencia”.
El 25 de febrero tuvo lugar una de las apariciones más problemáticas ante la presencia de unas 350 personas. Según testificó Bernadette, luego de rezar el rosario la Señora le pidió que bebiera del agua del manantial y que comiera de las plantas que crecían libremente allí. Ella interpretó que debía ir a tomar agua del cercano río Gave y hacia allá se dirigió. Pero la Señora le enseñó con el dedo que escarbara en el suelo. Bernadette cavó en el suelo con las manos desnudas, y ensució su rostro buscando beber donde sólo había fango. Intentó «beber» tres veces, infructuosamente. En el cuarto intento, las gotitas estaban más claras y ella las bebió. También comió trozos de algunas de las plantas del lugar. Cuando finalmente ella tornó hacia la muchedumbre que la observaba, su cara se mostraba manchada con fango, sin que se hubiera revelado manantial alguno. Esto causó mucho escepticismo y fue visto como locura por muchos de los presentes, quienes gritaron: “¡Ella es un fraude!” y “¡Ella es insana!”, en tanto sus parientes, desconcertados, limpiaban la cara de la adolescente con un pañuelo. Poco después, sin embargo, brotó un manantial de agua que comenzó a fluir del hoyo fangoso cavado por Bernadette.
El martes 2 de marzo, la Virgen pidió dos cosas a Bernadette: que se hicieran procesiones a la gruta y se construyera allí mismo una capilla en su honor. Bernadette acudió al párroco, padre Dominique Peyramale, con el pedido, y este, desconfiando de visiones y milagros. “Edificar una capilla... Pero, ¿en honor de quién?”, le preguntó.
Finalmente, en la décimosexta aparición, la “Señora” le revelaría su identidad, el 25 de marzo, en términos que Bernadette no comprendió plenamente en un principio: “Yo soy la Inmaculada Concepción” (literalmente, “Qué soï era immaculado councepcioũ”).
La revelación sucedió después de más de una hora, durante la cual tuvo lugar el segundo de los llamados «milagros del cirio». Bernadette sostenía un cirio encendido; durante la visión, el cirio se consumía y la llama habría entrado en contacto directo con su piel por más de quince minutos, sin que produjera en ella ningún signo de dolor o daño tisular. Fueron testigos de ello numerosas personas presentes, entre ellas el médico de la ciudad, Dr. Pierre Romaine Dozous, quien tomó el tiempo y posteriormente lo documentó.
Bernadette refirió la revelación de la identidad de «Aquerò» al clero, ante todo al Padre Peyramale -párroco de Lourdes-, y también al abate Pène, al abate Serres, al abate Pomian... Se sucedieron interrogatorios permanentes e incisivos de parte de diferentes autoridades civiles francesas y autoridades eclesiásticas de la Iglesia Católica. En efecto, Bernadette poseía poca instrucción, como la mayoría de su pueblo, y las dudas acerca de su capacidad para haber leído o inventado semejantes palabras valieron la atención del sacerdote del lugar.
Tres años antes, el de 8 de diciembre de 1854, la Iglesia Católica en la figura del Papa Pío IX había explicitado el dogma de la «Inmaculada Concepción» que sostiene la creencia de que la Virgen María, madre de Jesús, a diferencia de todos los demás seres humanos, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia del Señor Dios y en atención a los méritos de Cristo-Jesús.

Significado espiritual
            Podemos encontrar un vasto significado espiritual, según las diversas particularidades que se sucedieron en las apariciones: las condiciones de la vidente misma (analfabeta e ignorante de los contenidos teológicos y de fe de lo que se revelaba); el pedido de penitencia, el rezo del Rosario (significado en el Rosario que llevaba la Virgen en sus apariciones: “Tenía un Rosario como el mío”, dirá Bernardette), la humillación que significó para Bernardette el tener que comer plantas y ensuciar su rostro, de rodillas, con fango, hasta encontrar agua cristalina, y el hecho consecuente de ser considerada como insana mental; el pedido de construcción de una capilla; el milagro del cirio; la resistencia misma a las revelaciones, y por último, la gran revelación: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.
            Con respecto a la condición de ser Bernardette, al momento de las apariciones, casi analfabeta e ignorante de los términos religiosos que la Virgen le revelaba, está significado el hecho de que Dios “resiste a los soberbios” y “ensalza a los humildes”, tal como lo dice la Virgen en el Magnificat; y es así que Dios utiliza instrumentos que, por sus cualidades humanas casi nulas, como en este caso, para que resplandezca más su poder y su sabiduría divina.
            El pedido de penitencia se debe a que el hombre, ya en ese entonces, y mucho más ahora, ha construido no una sociedad, sino una entera civilización sin Dios, al margen de sus Mandamientos y de su Ley, y así no hay en la actualidad, prácticamente nada de lo que hace el hombre, en donde Dios no haya sido expulsado: moda, televisión, internet, cine, espectáculos, diversiones, trabajos, medicina, abogacía, etc. Toda actividad cultural del hombre está “contaminada” por el pecado, y en consecuencia, se vive exaltando el pecado y lo aborrecible a los ojos de Dios, como si fuera un “derecho humano”. Esto se ve sobre todo en el cuerpo humano, que es exhibido como mercancía de uso fugaz, principalmente en la moda, en la música, en la televisión y en el cine. Es esta exaltación de la sensualidad y de la lascivia, lo que lleva a profanar, como nunca antes se había visto en la humanidad, el cuerpo humano, llamado “templo del Espíritu Santo” por San Pablo, y es la razón por la cual la Virgen pide con tanta insistencia la “penitencia”.
            El rezo del Rosario es otro elemento muy importante de las apariciones de Lourdes, y con esto nos está recordando la Virgen la necesidad del rezo diario del Rosario, por el cual, al tiempo que le ofrecemos a Ella rosas espirituales, la Virgen va imprimiendo en nuestras almas una imagen viva de su Hijo Jesús, además de concedernos cualquier gracia que le pidamos por esta oración, como Ella misma lo dice: “Cualquier gracia que se pida por el rezo del Rosario, se consigue”.
            El episodio de Bernardette en el que se arrodilla para comer plantas y mancharse la cara con barro buscando la fuente de agua cristalina anunciada por la Virgen -fuente que luego comienza a manar-, significa la necesidad de la humillación del alma frente a Dios, como medio para alcanzar su gracia. No se trata de la humillación por sí misma, sino como medio para imitar a Cristo, el Hombre-Dios, que se humilló a sí mismo de un modo inimaginable al encarnarse en una naturaleza humana, siendo Él Dios Hijo en Persona y sin dejar de ser Dios Hijo. Y no sólo se humilló en la Encarnación, sino a lo largo de toda su vida y todo para demostrarnos su Amor por nosotros, como por ejemplo, en la Última Cena en donde se arrodilla delante de cada discípulo para lavarles los pies, realizando una tarea propia de esclavos; o la humillación que le supuso su injusto castigo y su más injusta crucifixión, sólo por mencionar una pequeña muestra de lo que Jesús hizo por nosotros. Teniendo en cuenta esto, el hecho de la humillación pública de Bernardette, comiendo plantas y ensuciándose la cara con fango, cobra sentido, como también las acusaciones de locura, tanto más, cuanto que Nuestro Señor fue vestido con una túnica blanca por Herodes, símbolo en ese entonces de la locura del hombre. Y en realidad Jesús, el Hombre-Dios, estaba loco, pero loco de amor por los hombres, por su salvación.
        A su vez, el agua del manantial es símbolo de la gracia santificante y su poder curativo: así como el agua del manantial de Lourdes cura milagrosamente todo tipo de enfermedades, por graves que sean -es verdaderamente milagrosa porque, según los análisis realizados por diversos laboratorios, se trata de agua común y corriente que únicamente posee un alto contenido de sales minerales que de ninguna manera explican ni justifican su propiedad curativa-, así la gracia santificante sana el corazón humano, quitando su afección más grave, el pecado mortal y todo tipo de pecado. Y del mismo modo a como el agua milagrosa de Lourdes, al curar la enfermedad, concede una vida nueva, una vida distinta a la anterior, dominada por la enfermedad y el dolor, así la gracia santificante, no solo elimina y destruye el pecado, sino que concede una nueva vida, la vida de la gracia, participación en la vida misma del Hombre-Dios Jesucristo y de la Santísima Trinidad en el alma.
        El pedido de construcción de una capilla -luego se construirá el imponente y magnífico santuario actual- significa que la manifestación de la Virgen en la vida de una persona, como le sucedió a Bernardette -y, por extensión, a todo cristiano-, tiene el propósito de convertir al alma en lo que es desde el bautismo: "templo del Espíritu Santo", en donde se escuchen sólo alabanzas a Dios Trino y en donde se eleve un altar, el propio corazón, en el que se adore, día y noche, a Cristo Eucaristía.

                     

            El milagro del cirio significa que con la gracia santificante que nos viene a través de María, Medianera de todas las gracias, el ser humano puede soportar absolutamente todas las tribulaciones de la vida presente, simbolizadas en el fuego del cirio, que no la quema en absoluto. Además, significa que quien contempla a María, reza el Rosario, y busca imitarla en su Pureza, viviendo en estado de gracia santificante, nada debe temer al fuego del infierno.
            Con respecto a la resistencia que encontró Bernardette cuando comunicó sus videncias –resistencia que vino principalmente del mundo católico, comprendidos laicos y sacerdotes-, esto significa, por un lado, la incredulidad que manifiesta mucha gente de Iglesia cuando se trata de apariciones marianas y de milagros, incredulidad que muchas veces no está motivada en la justa prudencia que se debe tener en estos casos, sino ante todo en la vivencia de una religión privada de lo sobrenatural, reducida a lo que la estrecha capacidad de la razón humana puede entrever, lo cual constituye un gravísimo error de aproximación al misterio de Cristo, llamado “racionalismo”.
            Por último, la revelación central de las apariciones de Lourdes, la da la Virgen cuando se llama a sí misma “Inmaculada Concepción”: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Esto tiene un enorme significado, que no se limita a la condición de María de ser, como Ella lo dice, la Mujer concebida sin mancha de pecado original, e inhabitada por el Espíritu Santo, sino que nos remite al mismo Ser divino trinitario, puesto que María Inmaculada no se explica si no es en referencia directa a Dios Uno y Trino: María es Inmaculada porque Dios Trino es Inmaculado, y es así que la condición de María de ser Pura, Santa, Inmaculada, es un reflejo, como en un espejo limpidísimo, del Ser mismo trinitario, que es absolutamente puro y santo desde toda la eternidad, sin siquiera la más pequeñísima mota no de malicia, sino de ligerísima imperfección; es el Ser trinitario un ser inimaginablemente perfecto, suma y origen de todas las perfecciones en grado infinito y superlativo.
            La formulación misma de la revelación –“Yo soy la Inmaculada Concepción”-, nos recuerda a Dios en su auto-revelación como Ser perfectísimo en el Antiguo Testamento: “Yo Soy”, fórmula que la continúa el mismo Dios, revelado en la Persona del Hijo, Cristo Jesús, en el Nuevo Testamento, con el agregado de un predicado que cualifica su Persona divina y su misión redentora. Así, en el Evangelio según San Juan, Jesús se presenta con el nombre “Yo soy” (Jn 8, 24.28.58; Jn 13, 19), al que completa con diversos predicados: “Yo soy el pan de vida” (Jn 6, 35.48), “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12); “Yo soy el buen pastor” (Jn 10, 11.14); “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25); “Yo soy el camino, la verdad y la vida” (Jn 14, 6); “Yo soy la vid verdadera” (Jn 15, 1). Jesús se presentaba así como aquél en quien se realizan los bienes esperados; en Lourdes, María se presenta a sí misma como aquella “Llena de gracia” en quien, según la Iglesia católica, se realizaron -en atención a Jesucristo- las maravillas de Dios: “Yo soy la Inmaculada Concepción”.
            Finalmente, si María refleja la Pureza Inmaculada del Ser trinitario, y se nos manifiesta en Lourdes como la Inmaculada Concepción, es para que, por la conversión y la penitencia, y por la gracia sacramental, la imitemos a Ella en su Pureza virginal y en su Inmaculada Concepción, convirtiendo nuestro corazón en un luminoso tabernáculo que albergue a Jesús Eucaristía.

María Inmaculada nos ofrece el Cuerpo Inmaculado de Cristo Eucaristía
            El misterio de la Inmaculada Concepción de María está indisolublemente unido al misterio de la Encarnación, Pasión y Resurrección del Verbo de Dios[1] y al misterio de Jesús Eucaristía.¿Qué es lo que une estos misterios entre sí?
            Fueron los méritos infinitos adquiridos por Jesús en su Pasión los que obtuvieron para su Madre el don divino de la Inmaculada Concepción. En mérito a las tristezas sufridas en la Pasión, en mérito a sus golpes, dolores, flagelaciones, en mérito a sus llagas y a su Sangre vertida por Jesús en el Calvario, fue que Dios dió para su Madre la gracia inigualable de ser concebida sin pecado original. Fueron los dolores, las lágrimas y la Sangre vertidas por el Hombre-Dios Jesús en su dolorosa Pasión, los que obtuvieron para María el don inigualable de ser la Inmaculada, La Sin mancha, sin pecado original. Sin embargo, el don de Cristo hacia su Madre Santa no se limitó a hacerla nacer sin pecado original. No sólo esto, porque la gracia de ser la Inmaculada, llevaba en sí otros dones con los cuales el Dios Jesucristo quiso adornar a la ya hermosa madre suya: desde su creación, por los méritos de Cristo, el Espíritu Santo hizo de María lugar de su residencia personal e hizo de María su Esposa Virgen, de la cual debía nacer en el tiempo el Verbo eterno del Padre.
            María, por los dolores de Jesús, fue concebida sin pecado original, es decir, fue Inmaculada desde su concepción. “Inmaculada” quiere decir que desde el primer instante de ser creados, el alma y el cuerpo de María no tuvieron ninguna traza de esa misteriosa herida de la humanidad, transmitida por la propagación carnal, el pecado original, que aleja al alma del seno de Dios del cual es creada. “Inmaculada” quiere decir que no solo jamás tuvo ni siquiera la más mínima traza de malicia, ni de engaño, ni de perversidad, sino que, por el contrario, desde el primer instante de su creación en gracia, invadida su humanidad por la santidad divina, santificada en grado máximo por el contacto y la inhabitación de las Personas de la Trinidad, María tuvo un conocimiento agudísimo del misterio divino y un deseo ardentísimo de consagrar toda su vida a Dios y de cumplir en cada momento la voluntad divina. Inhabitada por las tres divinas Personas, María sabía desde siempre que la felicidad consiste en el hacer la voluntad de Dios.
            María, Inmaculada y Virgen antes y durante el nacimiento milagroso del Verbo Encarnado, continúa siéndolo ahora, Asunta en el cielo, en la eternidad beata de la contemplación de Dios.
            ¿Porqué Jesús dió estos privilegios tan altos, sublimes y misteriosos a su Madre? Porque siendo Él la Cabeza del género humano, el Nuevo y Verdadero Adán que debía vencer al Infierno, la muerte y el pecado para restituir la humanidad y toda la creación a la gloria divina; siendo Él, Fuente de Vida divina, Cabeza divina de la cual surge y se difunda la vida y la alegría divina a los miembros de su Cuerpo Místico, debía, por ser la santidad en persona, encarnarse y nacer en un seno virginal, puro, inmaculado.
Por estos el nacimiento de la Inmaculada Virgen María representa para nosotros la fuente de nuestra alegría, porque a través de Ella nos llegan los misterios de Cristo: del mismo modo a como Ella concibió virginalmente el Verbo eternamente generado por el Padre, dió de su carne virginal para formar el Cuerpo Inmaculado del Hijo de Dios, lo parió milagrosamente y lo ofreció en el altar de la cruz, así Ella, imagen y símbolo de la Iglesia, en cada Misa, por medio del sacerdocio ministerial, concibe a Cristo, Verbo eterno del Padre, en el seno de la Iglesia, lo reviste con las especies eucarísticas y nos ofrece, para nuestra posesión y gozo espiritual, el Cuerpo Inmaculado de su Hijo, Cristo Eucaristía.

De la castidad de María
            Luego de la caída de Adán y Eva, por el desorden de las potencias del alma que provocó el pecado original, el hombre quedó en rebeldía con Dios y consigo mismo, porque perdió el don de la integridad, que le permitía el control perfecto de sus pasiones.
            Se ofuscó su mente, por lo cual se le hizo muy difícil tender a la Verdad, y se ofuscó su voluntad, por lo cual se le hizo muy difícil tender al Bien; se ofuscaron sus pasiones, por lo cual se le hizo muy difícil controlar sus pasiones. Y de entre todas las pasiones, que quedaron como desatadas del control de la razón, fue la concupiscencia de la carne la que más pesar le produjo, porque por ella se alejó todavía más de Dios.
            La concupiscencia de la carne es una consecuencia del pecado original, el pecado de soberbia, y su descontrol es tal que es imposible encauzarla sin la ayuda de la gracia divina y es imposible no caer sin el auxilio de la gracia.
            En su lucha por adquirir la virtud de la pureza, el católico no está solo, ya que Dios lo asiste en su Iglesia para que alcance la perfección en el seguimiento de Cristo Casto y Puro.
Uno de los auxilios más importantes con que cuenta el católico es la Presencia de María Santísima en la Iglesia. Ella es modelo ideal y fuente de santidad y de castidad. De Ella dice la Escritura: “hermosa como la tortolilla” (Cant 1, 9), y la llama también azucena: “Como azucena entre espinas, así es mi amiga entre las vírgenes” (Cant 2, 2).
Su sola Presencia infunde deseos de castidad y pensamientos de pureza, según dice Santo Tomás: “La hermosura de la bienaventurada Virgen infundía castidad a los que la miraban”.
María está Presente en la Iglesia con su espíritu de pureza y de castidad, y Ella infunde en el alma deseos de castidad, y no de una castidad cualquiera, sino que infunde deseos de una castidad sobrenatural, la misma castidad de su Hijo Jesús.
María comunica la gracia de la pureza, para que el alma reciba a su Hijo con la misma pureza y amor de su Corazón Inmaculado
Inmaculado Corazón, Corazón sin mácula, sin mancha, Corazón sin pecado. Pero el Inmaculado Corazón es mucho más que un corazón sin mancha. Es un corazón que no sólo no tiene la más mínima sombra ni de pecado ni de imperfección, sino que es un corazón que brilla y late con la luz y el amor de Dios, un corazón que ama sólo a Dios y a las creaturas en Dios y por Dios.
El Corazón Inmaculado de María está libre absolutamente de cualquier movimiento o sensación contraria a la pureza, y en esto radica parte de su perfecta virginidad. La voluntad de María es perfectísima, y parte de esa perfección es que no desee nada que no sea por el amor de Dios; todo lo que María desea y ama, lo desea y ama en la luz pura de Dios. Su Corazón es tan puro y santo que no sólo no tiene ni siquiera la más mínima imperfección, como sería un afecto lícito pero ligeramente desordenado hacia las creaturas, sino que ama con toda intensidad y perfección sólo a Dios, y si ama algo que no es Dios, lo ama por Dios y en Dios.
            Debido a que su pureza es tan perfecta, debido a que su virginidad es tanto material como espiritual, María no es llamada simplemente “virgen”, sino que es llamada “Virgen de las vírgenes”, es decir, modelo y fuente de virginidad. Su virginidad es perfectísima, porque surge de ser Ella la llena de gracia, la llena del amor y de la vida de Dios; en ella, la pureza y la virginidad se fundan, se apoyan y se dirigen a Dios. Por eso su virginidad no sólo consiste en ser inmaculada e íntegra por el solo esfuerzo de su voluntad humana, sino que es íntegra y pura además por ser Dios mismo el garante de la pureza de María[2]. Cuando Dios la consagra como Madre suya, Dios mismo se compromete a impedir cualquier mínima sombra de mancha en la pureza inmaculada de Su Madre. Por eso, porque Dios mismo se empeña a preservarla de toda mancha, es imposible cualquier violación interior de la virginidad y de la pureza de María[3].
            La pureza y la virginidad de María tiene estas características, al menos después de la concepción de Cristo, como resultado de su esposorio físico y místico con Dios, pero también antes de la concepción virginal, porque había sido elegida para ser la Madre de Dios[4]. El Inmaculado Corazón de María nos hace el don del Corazón de su Hijo, Jesús Eucaristía, y para ser dignos del don de la Madre, debemos pedir de recibirlo con la misma pureza con la cual Ella lo recibió en el momento de encarnarse Él en su seno. María quiere transformar por la gracia cada alma en un lugar puro y santo, como su Corazón Inmaculado, comunicando al alma la gracia de la pureza y de la castidad, material e interior, para que el alma reciba a Su Hijo en la Eucaristía, como Ella misma lo recibió un día en Nazareth ante el anuncio del ángel.

Imitar a María en la concepción espiritual de su Hijo         
El ideal del cristiano es la imitación de Cristo, ya que ha recibido en el bautismo la gracia de la filiación divina, es decir, la participación en el ser Hijo de Dios. Pero también el ideal es la imitación de María, ya que Jesús también proviene de María, y lleva impresas las virtudes de María. Imitar a Jesús es imitar a María, y viceversa.
            De entre todas las cosas a imitar a María, es su disposición a recibir al Verbo de Dios en su espíritu antes que en su cuerpo, según dice San León Magno: “…concibió a este hijo divino y humano antes en su espíritu que en su cuerpo”[5].
Antes de que el Espíritu Santo creara en su seno el cuerpo humano y el alma humana de Jesús, la Virgen María lo recibe en su Espíritu; concibe al Verbo de Dios en su alma antes que en su cuerpo.
            ¿De qué manera puede el cristiano imitar a María? Por medio de la gracia: por la gracia, que es una participación en la vida de Dios Trino y por lo tanto en la vida del Hijo de Dios, el cristiano recibe en su espíritu al Verbo de Dios, a Dios Hijo, imitando de esa manera a María, que concibió al Verbo en su alma antes que en su cuerpo.
            María recibió corporalmente a su Hijo, cuya naturaleza humana fue creada en su seno, pero antes, lo había concebido espiritualmente, por medio de la gracia del Espíritu Santo.
También nosotros, que recibimos corporalmente al Hijo de Dios en la Eucaristía, debemos concebirlo antes por la gracia, en el espíritu.
De esta manera, imitaremos a María, que concibe a su Hijo Jesús por el Espíritu de Dios.

La Eucaristía –Jesús Puro en la Eucaristía- es nuestra fuente de pureza
¿Con qué se puede comparar la pureza? Se la puede comparar con el agua de un arroyo de esos de montaña, como los que hay en Bariloche, que son tan cristalinos y limpios. Son tan limpios, que pueden verse el fondo y las piedras y hasta los peces, que en Bariloche casi siempre son truchas. Además, el agua limpia de estos arroyos es cristalina, transparente, fresca, dan ganas de beber, de refrescarse, y cuando se bebe el agua, tiene un sabor agradable. Es también útil, porque en un día de mucho calor calma la sed y da fuerzas para seguir adelante y además ayuda a que el cuerpo se mantenga vivo. La pureza también puede ser comparada a un lirio, a esa flor blanca que crece en los prados; como el lirio, la pureza es algo delicado, de perfume agradable.
La impureza, en cambio, se puede comparar al agua estancada, sucia, opaca, llena de bichos y alimañas; es tan opaca y sucia que no se puede ver nada, es un agua desagradable a la vista, tan sucia y contaminada, con tanto mal olor, que da asco y no se puede tomar; y si por equivocación se bebe, provoca dolores, fiebre, malestar, e incluso la muerte. También se la puede comparar a un lirio pisoteado, que ha perdido la fragancia y el color blanco, porque se ha marchitado.
Hay quienes dan su vida por mantener la pureza, por mantenerse como el agua pura y cristalina de los arroyos o como un lirio florecido, como Santa María Goretti. A los once años, Santa María Goretti hizo su primera comunión y desde entonces hizo un gran propósito: morir antes que cometer un pecado. Y fue así, porque dio su vida por conservar la pureza de su cuerpo. Dos cosas deseaba Santa María Goretti: vivir siendo pura, y dar su vida por ser pura. Esos dos deseos,  el deseo de la pureza, y el dar su vida por conservar su pureza, habían sido puestos en su corazón por Jesús y por María. Fueron ellos quienes le hicieron ver a Santa María Goretti la hermosura de la pureza, de la castidad y en consecuencia, nada deseaba que no fuera conservar su pureza, para ser delante de Dios, como agua pura o como un lirio. La pureza del cuerpo es algo hermoso, ya por sí misma, pero es hermosa sobre todo porque nos hace ser iguales a Dios, que es puro, y nos hace ser iguales a su Hijo, Jesucristo, y a la Virgen, que también son puros. Hay otra pureza, también, y es la pureza del alma, es decir, de los pensamientos y de los deseos, y Santa María Goretti era también pura de alma, de pensamiento y de deseos. Pensaba sólo en Dios, y cómo agradar a Dios, y deseaba sólo a Dios, y todo lo que no era Dios, lo deseaba por Dios y en Dios. Y en esto, Santa María Goretti imitaba a Jesús y a María, que eran también puros en el sentimiento y en el deseo. La pureza del cuerpo y del alma es entonces un reflejo de la pureza de Dios.
Jesús y María nos ayudan a ser puros. María, dándonos de su propia pureza y dándonos también a su Hijo, Jesús, en la Eucaristía. Jesús, dándonos de su propia pureza en la Eucaristía. Entonces la Eucaristía –Jesús Puro en la Eucaristía- es nuestra fuente de pureza, es el manantial del agua pura y viva que sale de Dios, en donde debemos calmar nuestra sed.

Los que tengan el corazón puro, como la Inmaculada, verán a Dios
“Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios”. Él es el puro de corazón, ya que su Corazón de Hombre está unido indisolublemente al Corazón Inmaculado y Puro de Dios, y por eso ve a Dios cara a cara, como Hijo eterno, desde la eternidad, como Hijo salido de su seno; lo ve en su alma envuelta en la gloria desde la concepción virginal, lo ve en la tribulación de la cruz, y lo ve ahora por toda la eternidad, luego de haber pasado por su misterio pascual, ofreciéndose delante suyo, como sacrificio eternamente agradable a sus ojos.
También María, Limpia y Pura de Corazón, y por eso es Bienaventurada: la Purísima ve a Dios desde su Concepción Inmaculada porque su Corazón es puro; el corazón limpio de María es limpio porque está libre del pecado original, y por lo tanto de la concupiscencia y del apetito carnal de las pasiones desordenadas. Pero la pureza del Corazón de María es algo infinitamente más grande que la ausencia de pecado y de concupiscencia; es mucho más que simplemente no pecar. Su Concepción Inmaculada no es sólo privación de la mancha original, sino que es unión orgánica, por participación, a la naturaleza divina en el máximo grado que una creatura pueda participar y si está unida a la naturaleza divina y de ella participa en grado máximo, posee en grado máximo la vida de Dios en su alma. María es Pura e Inmaculada por estar unida íntimamente a la naturaleza pura e inmaculada de Dios, y posee esa vida divina que es toda pureza celestial en un grado que supera a todos los ángeles y santos juntos; posee la pureza de la naturaleza divina en un grado sólo superado por su Hijo, que no es otro que el Hijo Eterno de Dios.
A María Inmaculada, a Su Corazón Purísimo, debemos acudir, para pedir no sólo no pecar, sino para vivir cada día más de la Inmaculada vida de Dios Trino.

La Inmaculada Concepción es Madre de Dios y Madre de la Iglesia
            Cuando conmemoramos a la Inmaculada Concepción, por lo general no vemos la conexión con otros misterios. Pensamos que se trata de una devoción particular, muy importante, ya que está basada en un dogma; tenemos en mente las apariciones de la Virgen a Bernardita en Lourdes, la gruta de las apariciones, la escena, el diálogo, pero no vemos cuál sea la conexión de esa aparición con el misterio del altar eucarístico, por ejemplo, o con la Iglesia. Y sin embargo, el misterio de la Inmaculada Concepción está tan estrechamente relacionado con el misterio de Jesús y de la Iglesia, que se convierte en la Puerta del cielo por el cual estos misterios, el del Hombre-Dios y el de la Iglesia, se hacen presentes en nuestra historia humana y en nuestras vidas personales.
El misterio de la Concepción Inmaculada de María Santísima es un misterio que da origen a estos otros misterios sobrenaturales: por un lado, es lo que hace posible la encarnación del Verbo, ya que el único lugar digno en el cual Dios Hijo podía encarnarse, era el seno purísimo de María Santísima, por lo tanto, está directamente relacionado con el misterio del Hombre-Dios, ya que María da a su Hijo no sólo el lugar físico para que sea engendrado –su seno virginal-, sino que le concede de su substancia humana, le concede alimento al Dios encarnado que pasa por las diferentes fases del embrión humano.
Pero no sólo está relacionado el misterio de la Inmaculada Concepción con el misterio del Hombre-Dios: por otro lado, está relacionado con el misterio de la Iglesia, ya que de su Hijo, concebido en su seno y que recibió de Ella la nutrición, de su Hijo, surge a su vez la Iglesia, que también es, como su Hijo, y como Ella, no sólo inmaculada y libre de toda mancha, sino llena de la santidad de Dios. La Virgen Inmaculada, concebida en gracia, sin mancha alguna, da nacimiento al Hombre-Dios, el Cordero Inmaculado, y del Cordero Inmaculado surge la Iglesia, Santa, Pura, e Inmaculada. La Iglesia es concebida a partir del Hijo de María: “El Hijo de Dios, mediante la encarnación, llamó a todo el linaje humano a unirse a su cuerpo (…) los acercó en su persona, los unió a su cuerpo. Sobre sí mismo y en sí mismo fundó una gran comunidad y sociedad humana a la que quiere servir de cabeza y fundamento al mismo tiempo. Esta sociedad es la Iglesia, un misterio en su fuerza y en su actividad”[6].
Así, dando nacimiento al Hombre-Dios, la Virgen es Madre de Dios y también Madre de la Iglesia.
Y así como a su Hijo da de su substancia humana para que se alimente, así da a la Iglesia su pureza virginal, su santidad. La Virgen, concebida sin mancha, es figura de la Iglesia, que es también Virgen Pura y Santa.     La Iglesia es Inmaculada y la Virgen es imagen de la Iglesia, y al igual que la Iglesia, es Pura y Santa, y así como los pecados de los discípulos no corrompían a la pureza de María, así los pecados de los miembros de la iglesia no la corrompen en su pureza. Dice el P. Palau, en el diálogo místico que tiene con la Iglesia:
-“¿Tú eres la Iglesia romana, tú eres la Hija de Dios militando sobre la tierra?
-Lo soy.
-¿Y el pecado no afea tus miembros?
-El pecado no me pertenece; todo cuanto hay de inmundo sobre la tierra no es cosa mía, es cosa de los hombres.
-Y los hombres, ¿no  son acaso las partes de tu cuerpo?
-Por lo que tienen y han recibido de Dios son carne de mi carne y miembros de mi cuerpo, pero por lo que hay en ellos de culpable pertenece esto a ellos y al diablo.
-¿Has sido siempre toda hermosa?
-Y lo seré, siempre hermosa y siempre virgen”[7].
Así vemos la interconexión entre los misterios: la Inmaculada Concepción es Madre del Cordero Inmaculado y es Madre de la Iglesia Inmaculada, y así como dio al mundo a su Hijo desde Belén, la Casa de Pan, así nos da a nosotros el Pan de Vida eterna, su Hijo Jesús, en la Eucaristía.

La Inmaculada es como un diamante: encierra la luz divina, Jesucristo
            Una roca, una piedra, o un guijarro de esos que se encuentran en el lecho del río, en sí mismos, son oscuros. Sólo se los puede observar cuando reciben la luz. Pero al recibir la luz, la reflejan, es decir, la hacen “rebotar”, no se quedan con la luz dentro, porque la luz no puede entrar dentro de este tipo de piedras.
El diamante, en cambio, es una roca o piedra que se caracteriza, como las demás piedras, por su dureza y su consistencia. Pero posee una propiedad que convierte al diamante en una roca única: es transparente y translúcido, como un cristal, lo cual quiere decir que no se limita a reflejar la luz, como lo hacen las otras rocas, sino que “atrapa” la luz, es decir, en vez de funcionar como un reflector, atrapa las ondas electromagnéticas de la luz y las encierra dentro de sí.
Es por eso que el diamante es una roca luminosa, porque atrapa a la luz dentro de ella. El motivo es la composición y disposición de sus componentes atómicos y moleculares, diferentes a los de las piedras comunes: el diamante dispone de tal manera sus átomos y sus moléculas, que la luz queda encerrada en él, y hace que se convierta en una piedra luminosa, a diferencia de las demás, que son opacas.
            El diamante, como piedra luminosa, es una figura de María como Inmaculada Concepción. Al igual que el diamante, que atrapa en su interior a la luz, y por eso queda llena de esa luz, María Inmaculada atrapa en su interior a la luz divina, la luz eterna de Dios; María, como el diamante, atrapa en su interior, por el poder del Espíritu, al Dios luz, a la luz eterna, Dios Hijo, proveniente de la luz eterna, Dios Padre.
            Pero, a diferencia del diamante, que atrapa la luz y no la deja salir, María esparce esa luz eterna sobre el mundo y sobre los corazones humanos, tal como lo rezamos en el misal: “derramó sobre el mundo la luz eterna, Jesucristo”[8].
Lo más maravilloso de todo es que, por la gracia, cada alma humana puede convertirse en algo similar a la Inmaculada Concepción: cada alma humana, purificada por la gracia, puede convertirse también en un diamante, en un cristal, que encierre dentro de sí a la luz divina, Jesucristo[9].
La Eucaristía es el don de la Inmaculada Concepción para la vida de nuestras almas en Dios Trino
El misterio de la Inmaculada Concepción es un misterio unido estrecha e indisolublemente al misterio del Verbo Encarnado. No se puede contemplar un misterio sin contemplar el otro. En la salutación del ángel, “Salve, llena de gracia, el Señor está contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres”[10], el ángel está indicando que María no va a concebir a un hombre santo que tendrá el poder de hacer milagros; está anunciando el misterio de la maternidad divina de María, misterio por el cual María no concibe a un simple ser humano, sino al mismo Verbo de Dios, a la Palabra del Padre; está indicando una maternidad nueva, desconocida para la raza humana, una maternidad por la cual la Virgen María concibió no sólo en su cuerpo sino en su espíritu y en su amor espiritual a la Sabiduría de Dios y que por lo tanto concibió en sus entrañas y alimentó y nutrió con su espíritu y con su amor espiritual de madre[11].
El saludo del ángel indica la estrecha relación que la Virgen María posee con la Trinidad: “llena de gracia”, caracteriza a María como Hija del Padre celestial; “el Señor está contigo”, como Madre del Hijo; “bendita eres entre todas las mujeres”, como templo e instrumento del poder del Espíritu Santo[12].
Es por esta relación con la Trinidad, que la Virgen María se aparece como la Inmaculada Concepción, como la Llena de gracia, como la Mujer revestida de Sol, revestida de Dios y de su vida divina; se aparece como la Mujer Nueva, como la Nueva Eva, que viene a dar al mundo el Pan de Vida eterna, su Hijo Jesucristo, Dios encarnado, Verbo del Padre encarnado por su Amor. Lo central en las apariciones de Lourdes es el misterio de la Concepción Inmaculada[13], y lo central del misterio de la Concepción Inmaculada de la Virgen es la donación a la humanidad del Verbo de Vida como Pan Vivo que baja del cielo. Si la Virgen pide penitencia[14], no es tanto porque la lucha contra el pecado o la eliminación del pecado sea el motivo final de su Concepción Inmaculada y de la Encarnación del Verbo, sino porque el pecado es lo primero que se opone a la santidad de Dios que se encarna en Jesús y que Jesús como Hijo del Padre quiere infundir al enviar su Espíritu. Si la Virgen hubiera sido concebida sin mancha y si el Verbo se hubiera encarnado en su seno virginal sólo para luchar contra el pecado, el cristianismo sólo sería una religión natural, no muy diferente a las demás religiones naturales. Haría sí posible la construcción de un mundo mejor, pero de ninguna manera sería un misterio sobrenatural que brota del seno mismo de Dios Trino.
Lo central del cristianismo no es la lucha contra el pecado, sino la donación de la vida trinitaria a los hijos adoptivos de Dios. Para que sea infundido el Espíritu del Padre y del Hijo sobre las almas de los hombres, es que la Virgen es concebida como Inmaculada, y para que los hombres sean hermanos de Dios Hijo e Hijos de Dios Padre en el Amor de Dios Espíritu Santo, es que el Verbo se encarna en el seno virgen de María. La Inmaculada Concepción se Aparece y se presenta así como la Puerta del cielo que da paso al misterio inimaginable, la encarnación del Verbo en una naturaleza humana, para que el hombre se haga Dios. La Inmaculada Concepción es la Puerta por la cual se derrama y se despliega sobre el mundo y sobre las almas de los hombres la vida íntima de Dios Trino; es la Puerta por la cual las procesiones de las Tres divinas Personas se continúan en cada alma humana.
La Virgen fue concebida como Inmaculada para que Dios Hijo se encarnara en su seno y así encarnado se convirtiera en Pan del cielo que comunica la vida de la Trinidad de Personas, y esto se cumple en cada comunión eucarística. La Eucaristía es el don de la Inmaculada Concepción para la vida de nuestras almas en Dios Trino.
Como María fue Inmaculada para recibir el cuerpo de su Hijo, así el alma por la gracia debe recibir, inmaculada, el cuerpo de Jesús
            Cuando María se apareció a Bernardita Soubirous en Lourdes, le dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. ¿Cuál es el alcance de estas palabras? ¿Qué significado encierran estas palabras? María le dice a Bernardita que Ella es la Mujer que ha sido concebida de manera inmaculada, es decir, sin mácula, sin mancha. Ya con esto, sería la primera mujer y la primera criatura, desde Adán y Eva, en nacer sin las tinieblas espirituales que envuelven al alma apartándola de la luz de Dios y que es el pecado. María es la Mujer concebida sin pecado original y eso es la Inmaculada Concepción. Pero no es tanto la concepción sin pecado lo que hace de María Inmaculada; es Inmaculada porque no tiene pecado original, pero lo que hace de María, de su ser y de su alma, la poseedora de una pureza sobrehumana, es la Presencia y la inhabitación del Espíritu de Dios en Ella, desde el momento de su concepción. La Presencia del Espíritu de Dios en la raíz de su ser llena a María del Espíritu mismo en Persona; María es inhabitada por la Tercera Persona de la Trinidad, el Espíritu Santo y es esta inhabitación desde su Concepción lo que hace propiamente a María Inmaculada. El hecho de ser concebida sin pecado es para que el Espíritu de Dios habite en Ella, en su ser y en sus facultades, en su alma y en su cuerpo. Así María es la criatura que más alta santidad posee luego del mismísimo Dios: solo su Hijo Jesús, que es Dios en Persona, puede decirse que la supera en santidad y en pureza. La pureza de María no consiste solo en que no tuvo concupiscencia, sino en que el Espíritu de Dios habitó en Ella desde su Concepción y habitó en Ella para que Ella fuera el Sagrario Viviente que albergara al Pan de Vida eterna, su Hijo Jesús. María es la Inmaculada Concepción, la Llena del Espíritu Santo, para inmolarse como Tabernáculo Vivo y Santo que alberga al Dios Tres veces santo, Jesucristo.
Pero Dios no se detiene con sus prodigios y el prodigio obrado en María continúa en el signo de los tiempos: así como María es Inmaculada para recibir al Pan de Vida eterna, Jesucristo, así el alma se vuelve inmaculada como María cuando está en gracia y está en gracia para recibir al Pan de Vida eterna, Jesús Eucaristía. El recuerdo de la Inmaculada Concepción no debe ser solo un objeto de devoción; no debe quedarse solo en la piedad, so pena de caer en el ritualismo formal y en la devoción vacía, sin espíritu, que termina transformándose en hábito cultural. La devoción a María Inmaculada debe servirnos de estímulo para imitar a María en su pureza, en su vida en gracia, para recibir a su Hijo, Jesús Eucaristía. Como María fue Inmaculada para recibir el cuerpo de su Hijo, así el alma por la gracia debe recibir, inmaculada, el cuerpo de Jesús.

La Inmaculada Concepción y la esencia de la lucha cristiana
¿Por qué fue la Virgen concebida sin mancha original? No es tanto porque la lucha contra el pecado o la eliminación del pecado sea el motivo final de su Concepción Inmaculada y de la Encarnación del Verbo, sino porque el pecado es lo primero que se opone a la santidad de Dios que se encarna en Jesús y que Jesús como Hijo del Padre quiere infundir al enviar su Espíritu. Si la Virgen hubiera sido concebida sin mancha y si el Verbo se hubiera encarnado en su seno virginal sólo para luchar contra el pecado, el cristianismo sólo sería una religión natural, no muy diferente a las demás religiones naturales. Haría sí posible la construcción de un mundo mejor, pero de ninguna manera sería un misterio sobrenatural que brota del seno mismo de Dios Trino.
Lo central del cristianismo no es la lucha contra el pecado, sino la donación de la vida trinitaria a los hijos adoptivos de Dios. Para que sea infundido el Espíritu del Padre y del Hijo sobre las almas de los hombres, es que la Virgen es concebida como Inmaculada, y para que los hombres sean hermanos de Dios Hijo e Hijos de Dios Padre en el Amor de Dios Espíritu Santo, es que el Verbo se encarna en el seno virgen de María. La Inmaculada Concepción se Aparece y se presenta así como la Puerta del cielo que da paso al misterio inimaginable, la encarnación del Verbo en una naturaleza humana, para que el hombre se haga Dios. La Inmaculada Concepción es la Puerta por la cual se derrama y se despliega sobre el mundo y sobre las almas de los hombres la vida íntima de Dios Trino; es la Puerta por la cual las procesiones de las Tres divinas Personas se continúan en cada alma humana.
La Virgen fue concebida como Inmaculada para que Dios Hijo se encarnara en su seno y así encarnado se convirtiera en Pan del cielo que comunica la vida de la Trinidad de Personas, y esto se cumple en cada comunión eucarística. La Eucaristía es el don de la Inmaculada Concepción para la vida de nuestras almas en Dios Trino.

Oración a la Inmaculada Concepción
Virgen María, Inmaculada Concepción,
Intercede por nosotros,
Para que por la gracia de los sacramentos
Y la rectitud de vida,
Adquiramos un corazón puro,
Limpio e inmaculado,
Para que, a semejanza del tuyo,
Sea digna morada
De Jesús Eucaristía. Amén.



[1] Cfr. Matthias Josep Scheeben, Los misterios del cristianismo, ...
[2] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Mariology, 121.
[3] Cfr. ibidem, 121.
[4] Cfr. ibidem, 121.
[5] Serm. de Navidad, 1, 1.
[6] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Los misterios del cristianismo, Barcelona 1960, 569-570.
[7] Cfr. P. Palau, (120), cit. en Josefa Pastora Miralles, María, tipo perfecto y acabado de la Iglesia, Editorial de Espiritualidad, Madrid 1989, 114.
[8] Cfr. Misal Romano, Prefacio del común de la Virgen  María.
[9] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Las maravillas de la gracia divina, Editorial Desclée de Brower, Buenos Aires 1954.
[10] Cfr. Lc 1, 28.
[11] Cfr. Matthias Joseph Scheeben, Mariology, B. Herder Book, New York 1946, 12.
[12] Cfr. Scheeben, ibidem, 14.
[13] En la décimo sexta aparición, el Jueves 25 de marzo de 1858, la Aparición revela su nombre. Cuenta Bernardita: “(La Virgen) Elevó los ojos al cielo, juntó sus manos, que estaban abiertas en dirección a la tierra, y las puso en posición de oración, y dijo: ‘Yo soy la Inmaculada Concepción’.
[14] En la octava aparición, el 24 de febrero de 1858, dice: “¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Orad a Dios por los pecadores! ¡Besad la tierra en penitencia por los pecadores!”.

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