“...concebirás en tu seno y darás a luz un hijo...”. Con el anuncio del
ángel a María, se inauguran los tiempos mesiánicos, los últimos tiempos de la
humanidad, los tiempos caracterizados por la presencia de Dios en medio de los
hombres, revestido de una naturaleza humana.
María es quien hace de Sagrario y
Tabernáculo para el ingreso del Pan de Vida en el mundo. El seno virgen de
María se ilumina con el esplendor de la luz divina, con la aparición del Verbo
luminoso del Padre. El Padre pronuncia su Palabra y la Palabra procede del seno
del Padre al seno de María llevada por el Espíritu Santo. María se convierte en
la depositaria de la Palabra del Padre, Palabra que por el Espíritu asume una
naturaleza humana para unirse íntimamente a ella, como en casta unión esponsal.
En el seno de María, por el Espíritu Santo, es concebido el Hijo de
Dios, el cual, al unirse personalmente con un cuerpo y un alma humana, es
llamado “Emmanuel”, es decir, “Dios con nosotros”.
Pero el prodigio que se realizó en el
seno de María, proviniendo de Dios, no ha finalizado, y su resonancia eterna se
hace sentir en todos los tiempos. La Encarnación sucedió realmente, y el Hijo
Eterno de Dios, el Dios Hijo, Invisible, se revistió de una naturaleza humana y
se hizo visible, apareciéndose delante de los hombres y de los ángeles como un
Niño humano. Ese mismo prodigio, ese mismo milagro admirable, sigue y continúa
perpetuándose en el seno de la Iglesia, por el Espíritu. Así como María
concibió en su seno por el Espíritu, así la Iglesia, que es una figura de María,
concibe en su seno, en el altar, por el mismo Espíritu Santo, al Hijo de Dios,
que se reviste de apariencia de pan[1].
La Eucaristía es la prolongación y continuación, en el tiempo y en el espacio,
de la Encarnación del Verbo en el seno de María, que continúa encarnándose en
el seno de la Iglesia. Y así como el fruto concebido por el Espíritu en el seno
de María se llama “Emmanuel”, Dios con nosotros, así también el fruto concebido
en el seno de la Iglesia, el Cristo Eucarístico, es llamado “Emmanuel”, Dios
con nosotros.
Y si parecen asombrosos estos
misterios, de los cuales no tenemos más que una mínima comprensión por la fe,
escapándosenos su inteligibilidad última debido a la grandeza intrínseca del
ser divino del cual proceden, quedan todavía más misterios asombrosos. María
concibe en su seno por el Espíritu, engendrando al Hijo de Dios, la Iglesia,
figura de María, concibe también en su seno por el Espíritu, engendrando al
Hijo de Dios, en el altar; y es el mismo Espíritu quien hace concebir, en el
seno del alma, por la comunión eucarística, al Hijo de Dios, que de ser “Dios
con nosotros”, pasa a ser “Dios en
nosotros”.
Como María, la Iglesia concibe en su seno por el Espíritu al Hijo de
Dios para que el alma, por la comunión eucarística, lo conciba, por el
Espíritu, en su propio seno.
[1] Cfr. Matthias Joseph Scheeben,
Los misterios del cristianismo,
Ediciones Herder, Barcelona 1964, ...
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