Como vimos anteriormente (al explicar los significados de las rosas roja y blanca), es la Virgen misma quien explica
a Pierina lo que la rosa dorada significa: “penitencia”. Debido a que en
nuestro mundo contemporáneo, materialista, la palabra “penitencia” tiene un
sentido negativo muy fuerte, y para entender qué es lo que la Virgen pide, hay
que considerar antes, brevemente, en qué consiste lo que el cristianismo llama
“ascesis”, puesto que la penitencia está dentro de esta. En el mundo pagano,
eran los ejercicios físicos con los que se entrenaban los atletas y los
soldados –si no están bien entrenados, no pueden ganar competencias y batallas,
respectivamente-, y en la filosofía, significan los desprendimientos necesarios
para alcanzar la virtud –el que quiere alcanzar la virtud de la generosidad,
debe combatir su egoísmo, por ejemplo-; en el cristianismo, significa un
aspecto de la vida cristiana que busca hacer participar al cuerpo, material por
sí mismo, por medio de las privaciones, de la vida espiritual del alma.
Esta penitencia es muy importante, tan
importante, que el mismo Jesucristo la recomienda en los evangelios, pero para
que sea un factor importante de crecimiento espiritual, la penitencia tiene que
estar informada y precedida por la caridad, es decir, debe estar motivada por
el amor sobrenatural a Dios y al prójimo. En otras palabras, si las prácticas
de penitencia no están motivadas por el deseo de unirse en el amor divino a
Cristo Jesús, entonces la ascesis se malinterpreta, ya que se la toma como una
medida de disciplinamiento del cuerpo, y así pierde toda su esencia evangélica,
su importancia y su efectividad para la vida espiritual. En nuestra época
moderna, la ascesis ha tomado un aspecto negativo, como de mera privación por
un sentimiento de piedad, como se lee en la definición de un diccionario: “Conjunto de
ejercicios físicos y morales que tienden a la liberación del espíritu por medio
del desprecio del cuerpo”. Del asceta dice: “Persona que... se impone por
piedad ejercicios de penitencia, privaciones, mortificaciones”.
Sin embargo, no es así para el cristiano: el significado principal es el
de la práctica de penitencia para luchar contra los
defectos y adquirir las virtudes, como modo de hacer participar al cuerpo de la
vida espiritual, motivado por el Amor sobrenatural a Cristo Jesús. En otras
palabras, es una “oración con el cuerpo”, la cual, al igual que la oración del
corazón, tiene que estar motivada por el amor.
El mismo Jesús en Persona, en el Sermón de la
Montaña, aconseja la ascesis, bajo la forma de ayuno, en relación con la
limosna y la oración, dándole al mismo tiempo su verdadero alcance y
significado. Así, para que sea auténtico, el ayuno debe ser practicado, no como
un precepto exterior que los hombres pueden ver y alabar, sino para complacer
al Padre que ve en lo escondido, sin dejar de lado esa nota de alegría y de
discreción que indica la recomendación de perfumarse la cabeza y lavarse la
cara. El verdadero ayuno recibe, por tanto, su valor al nivel del corazón, en
relación con la oración dirigida al Padre (Mt
6, 16-18).
Jesús no solo predicó la ascesis, sino que Él
la practicó, al inicio de su misión apostólica, ayunando por cuarenta días en
el desierto. Aquí se ve otro aspecto de la penitencia o ascesis, y es el de la
lucha contra el demonio, que busca tentar con aquello que contraría la
penitencia: al ayuno, le opone la tentación de convertir las piedras en pan.
Precisamente, en la respuesta de Jesús a esta tentación, está el verdadero
sentido del ayuno cristiano: tiene sentido en cuanto que la privación del
alimento corporal permite que el alma no gaste energías en la metabolización y
digestión de un alimento material, para dedicar todos sus esfuerzos a escuchar
la Palabra de Dios, único alimento capaz de calmar, con sobreabundancia, el
hambre espiritual, y en reconocer a Cristo Jesús como Dios Hijo, que nos revela
esta Palabra, al ser Él la Palabra Encarnada.
Se ve el verdadero sentido del ayuno
cristiano, y su relación directa con Cristo, cuando Él le contesta a los
fariseos, que se escandalizan porque los discípulos no hacen ayuno: “¿Pueden acaso los
invitados a la boda ponerse tristes mientras el novio está con ellos? Días
vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán” (Mt 9, 15). Jesús les dice que no ayunan porque están con
Él; cuando Él sea crucificado y muerto, se quedarán sin el Esposo, y entonces
sí ayunarán: se ve claramente que es la relación de fe y de amor con Jesús,
como “el esposo”, lo que determina el sentido y la práctica del ayuno para sus
discípulos. El ayuno adquiere todo su verdadero y pleno sentido en virtud de su
vínculo con la persona de Cristo, vínculo de fe y de amor: queda asociada al
misterio de la Pasión y de la Resurrección, misterio a su vez al que estamos
unidos por la fe y el bautismo. Este es el sentido, por ejemplo del ayuno
cuaresmal establecido por la Iglesia.
El ayuno, o la penitencia, no tienen entonces valor si se los toma como
una obligación impuesta, como una obra religiosa que el hombre puede hacer
valer por sí mismo ante Dios o ante los hombres; su práctica tiene sentido en
la vida nueva que engendra la fe en Jesús. Es una
participación en el combate decisivo contra el mal, que Cristo ha llevado a
cabo victoriosamente durante su Pasión y que continúa tanto en su Iglesia como
en la vida de los discípulos.
La ascesis es muy
importante en la primera etapa de la vida espiritual, entre los principiantes,
cuya principal preocupación es el combate contra los pecados y los defectos
-aunque los más “perfectos” conocen las mayores pruebas, como muestra el
ejemplo de san Pablo y del mismo Señor en su Pasión-: es indispensable para
desprendernos del influjo de los instintos y de las pasiones, que corren el
riesgo de someternos, como el apego a la comida, a la bebida, la atracción del
sexo y de los placeres.
Es el medio necesario
para obtener el dominio de la sensibilidad y conseguir la libertad interior o
libertad de cualidad.
Lo importante es comprender que estos desprendimientos allanan el progreso espiritual
y están al servicio del amor verdadero; en efecto, ¿cómo vamos a adquirir la
virtud de la fortaleza, por ejemplo, si no nos ejercitamos regularmente en ella
luchando contra la pereza, aceptando las dificultades y las pruebas,
renunciando a seguir la pendiente de la facilidad y de la comodidad?
Hay dos tipos
de ascesis: pasiva, llamada “paciencia” o “constancia”, que consiste en la
aceptación de las privaciones y las pruebas que nos sobrevienen con
independencia de nuestra voluntad, como la pobreza, la enfermedad, los
fracasos, el sufrimiento en general; la otra, llamada activa, que son los
ayunos, las vigilias, las fatigas (2 Co
6, 5), como también las penitencias, los sacrificios, las mortificaciones de
toda clase que podamos imponernos.
Para el
cristiano, la ascesis es asimismo una respuesta a la llamada del Espíritu
Santo, una colaboración humilde y libre en su obra de purificación y de
santificación.
Sirve para
conformar nuestra sensibilidad y hasta nuestro cuerpo al amor de Cristo, a su
serenidad y a su fuerza, y así quedan comprendidos en la ascesis el esfuerzo y
la pena que reclama el trabajo, ya sea corporal, intelectual o apostólico, ya
que todas nuestras tareas incluyen su parte de ascesis, si queremos hacerlas lo
mejor que podamos.
La ascesis,
como la virtud, sigue normalmente la medida de la razón; aunque puede suceder
que la intervención del Espíritu modifique este criterio. Esto es lo que enseña
santo Tomás, analizando la vida de los santos, en quienes es el Espíritu quien
inspira dones que van más de los desprendimientos requeridos por las virtudes
morales.
La virtud nos
inculca, por ejemplo, un uso moderado de los bienes de que disponemos,
siguiendo nuestras necesidades, evitando el apego del corazón que engendra la
esclavitud. A esto no se puede llegar sin una parte de renuncia. Mas el don del
Espíritu nos lleva mucho más lejos. En lo que toca a la primera
bienaventuranza, puede inspirarnos tal amor a la pobreza que suprima del
corazón toda atadura a los bienes materiales y hacer que los tengamos en nada.
Eso es lo que muestra el ejemplo de san Francisco, santo Domingo y tantos
otros, que se prendaron de la pobreza a causa del Evangelio.
La práctica de
la pobreza, especialmente en comunidad, variará también según las vocaciones,
pues es distinta la pobreza que conviene a una comunidad contemplativa,
apostólica, enseñante u hospitalaria, o a los laicos.
La misma
diferencia en la medida encontraremos en el campo de la afectividad, en el
dominio de las pasiones y los deseos, de los temores y los miedos. Según santo
Tomás, la bienaventuranza de los mansos nos enseña la fortaleza, que modera
nuestros sentimientos ante las dificultades y los sufrimientos, según la medida
de la razón; mas el don de fortaleza puede conferirnos una asombrosa
tranquilidad de corazón y una seguridad plena en medio de los más graves
peligros y tormentos, como en el caso de los mártires.
La ascesis
cristiana es un camino hacia la libertad espiritual que pertenece al amor. Como
tal, constituye una contestación radical respecto al mundo en que vivimos, en
la medida en que está conducido por el deseo de poseer, de gozar y de dominar,
por la atracción del dinero, del sexo y del poder, y se deja deslumbrar por la
tentación de una libertad sin trabas ni medida. El compromiso con la pobreza,
la castidad y la obediencia ataca directamente estos deseos; pero traslada el
debate al corazón del hombre para sustituir en él la voluntad de poder, que es
una voluntad de ser «como dioses», según la expresión del Génesis, por una
voluntad de amor que nos llega a través del humilde y alegre reconocimiento de
Dios como nuestro Dios, especialmente a través de la acogida de su misericordia
en el perdón ofrecido en Jesucristo.
La contestación
de este mundo por la ascesis cristiana posiblemente sea la única verdaderamente
realista, porque se atreve a ir hasta el fondo de los problemas, hasta sus
raíces ocultas en el corazón de cada hombre. Es como una rebelión de amor
contra el sometimiento a las pasiones y a las codicias que se extienden en el
mundo bajo la tapadera de la libertad, con las injusticias que de ello se
siguen. Proclama también a su manera, sin hacer demasiado ruido, más a través
del comportamiento que de las palabras, que existe otro tipo de libertad, puro
don del Espíritu: la libertad de amar como Dios nos ama en Jesucristo, a pesar
de nuestras faltas y nuestras debilidades.
En síntesis, en
el significado espiritual de María Rosa Mística, tenemos que tener en cuenta lo
siguiente: María Santísima se aparece primero vestida con una túnica de color
morado, símbolo de duelo, de dolor, y con tres espadas clavadas en su pecho,
símbolos de los pecados de los hombres, pero sobre todo de los sacerdotes y de
aquellos que han entrado en la vida consagrada; en la segunda aparición, está
vestida con una túnica blanca, y en el lugar de las espadas, hay tres rosas,
roja, blanca y dorada o amarilla, que significan la oración, la reparación y la
penitencia de los laicos y de los consagrados, para mitigar la ira divina
justamente desencadenada por el rechazo de su Amor, revelado en Cristo Jesús.
Cada cristiano,
con sus actos, puede atravesar el Corazón Inmaculado de María Santísima con una
espada, o bien puede colocarle una rosa sobre su pecho, en señal de filial
amor.
Oración a María Rosa
Mística
María, Rosa Mística,
Tú que nos mostraste
El dolor de tu Corazón
Simbolizado en las tres espadas
Que lo atravesaban,
Te rogamos
Que intercedas por nosotros,
Para que Jesús nos conceda
Un espíritu de oración,
De reparación y de penitencia,
Para que así,
En vez de espadas
clavadas en tu Corazón,
Coloquemos rosas rojas, blancas y amarillas,
En prenda de nuestro amor por ti
Y por Jesús. Amén.
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