El pontificado de Juan Pablo II tiene muchas
características a destacar; una de ellas, tal vez una de las que más sobresale
entre todas, es su devoción a la Virgen María. Esto se ve, por ejemplo, en las
prédicas de Juan Pablo II a los jóvenes, en sus homilías, en sus documentos
oficiales, en las visitas a numerosos santuarios marianos. Es decir, durante
todo su pontificado, es constante la referencia a María. De hecho, el lema de
Juan Pablo II está dirigido a María: “Soy todo tuyo” (Totus tuus). ¿Qué es lo que demuestra esto? Esto demuestra que Juan
Pablo II toma como modelo de mujer a María.
Juan Pablo II toma como modelo de mujer a la Virgen
María, pero también el mundo pone como modelo a una mujer; un modelo que se
opone casi frontalmente a María.
En este modelo que propone el mundo, el papel de la
mujer está desvalorizado, o sino, valorizado, pero fuera de su contexto, ya que
se pretende que la mujer realice todo tipo de trabajos fuera de casa, que
alcance un logro profesional, una carrera, un reconocimiento en la sociedad
(por ejemplo, hoy no es raro ver mujeres astronautas, mujeres generales de
ejército, mujeres soldados, mujeres taxistas, futbolistas, rugbistas, es decir,
ocupando lugares que eran tradicionalmente reservados al hombre), pero que
abandone o postergue o considere de poca importancia su papel de madre, de
esposa, de educadora de sus hijos. El Papa Juan Pablo II, paradójicamente, nos
pone como modelo insuperable a seguir y a imitar, a una mujer hebrea, que nació
y vivió en un lugar desconocido de Palestina; una mujer a la cual los
evangelios nombran muy poco, casi nada; a una mujer de una cultura y de un
tiempo en el que la mujer estaba mucho más relegada que hoy en día; una mujer
que, vista con los ojos de hoy, sería una desconocida, alejada de la fama, del
bienestar, de la riqueza y del poder; una mujer ama de casa, madre, sin empleo
fijo, dedicada a su familia, lejos de los centros de poder y de reconocimiento
del mundo.
En la era de la reivindicación de los derechos de
la mujer, Juan Pablo II consagró su pontificado a una mujer de raza hebrea, cuya tarea más grande y única fue la de educar a su único Hijo, y cuya única ocupación fue la de ser ama de casa, la Virgen María ; además, dijo públicamente
que fue una mujer, la Madre
de Dios, quien lo salvó de la muerte, cuando dispararon contra él en la
Plaza San Pedro, con lo cual proclama, implícitamente, la superioridad de esta Mujer sobre las oscuras fuerzas del mal que planearon el atentado.
En la era de la reivindicación de la mujer, Juan Pablo II reconoce públicamente que es una mujer, la Virgen María, la poseedora de una grandeza, nobleza, majestad y poder celestial de tal magnitud, que guía a su pontificado -uno de los más brillantes de la historia- y salva su vida, y al hacer este reconocimiento, Juan Pablo II -y con él, la Iglesia-, propone, implícita y explícitamente, a María Santísima como modelo de mujer.
Es decir, pareciera como que Juan Pablo II –y con él,
toda la Iglesia
de todos los tiempos-, nos está proponiendo como modelo a un modelo o tipo de
mujer que no encaja en nuestros tiempos, que ha sido superada por los modelos
de mujer de los tiempos de hoy.
Dos modelos de mujer, contrapuestos entre sí, uno,
ofrecido por el mundo, otro, por el Papa y por la Iglesia.
¿Quién tiene razón? ¿El mundo, que nos propone un
modelo de mujer totalmente distinto, que no cumple las funciones de madre, de
esposa, de consagrada? ¿O el Santo Padre y la Iglesia , que nos proponen
como modelo a una mujer hebrea, modelo ejemplar de Madre virgen, de Esposa
casta, de amor a su Hijo y a sus hijos adoptivos, a su esposo terreno, que es
como su hermano, a su Dios, que es a la vez su Creador, su Esposo, su Hijo y su
Redentor, con un poder tan grande como para salvar vidas y guiar la Iglesia hacia su destino de eternidad?
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