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miércoles, 7 de marzo de 2012

Los misterios de la Virgen María (VII)


Las misteriosas relaciones entre María Inmaculada y la Santa Sede


         Entre María Santísima y la Sede de Pedro hay misteriosas relaciones que escapan a la sola razón humana. La Santa Sede no es sólo un organismo de gobierno de una sociedad religiosa encargada de hacer pública y universal las fiestas de la Virgen, como por ejemplo, la de la Inmaculada Concepción. Hay algo mucho más profundo de lo que aparece a simple vista.
         ¿De qué se trata?
De que se trata, es que hay entre ambos misterios algo que los une estrecha e indisolublemente, de manera tal que no se entienden el uno sin el otro, y ese “algo” es de origen celestial, sobrenatural, que hace que tanto la Virgen como la Santa Sede, señalen a la humanidad entera un nuevo destino, insospechado e inimaginable, un destino de feliz eternidad.
         Así como María Santísima, en su Concepción Inmaculada, está señalando a la humanidad un destino altísimo, sobrenatural, que sobrepasa las capacidades de filiación y de fraternidad de la raza humana, así la Santa Sede, custodia del depósito de la Revelación, señala a la humanidad la vocación a conocer una Verdad sobrenatural absoluta, que sobrepasa las capacidades y posibilidades de conocimiento de la razón humana.
         Y la conexión entre ambos misterios es que, tanto María Santísima, como la Santa Sede, albergan en su seno al mismo Verbo de Dios, la Sabiduría eterna encarnada, Jesucristo, Dios Hijo hecho hombre sin dejar de ser Dios.
 Mientras María Santísima, por medio del Espíritu Santo, engendra al Verbo de Dios, que al encarnarse se ha hecho hermano de los hombres para unirlos a sí y, en Él, a Dios, la Santa Sede lo proclama con una infalibilidad celestial, porque está asistida por el Espíritu Santo.
         Así como tanto la Virgen como el Papa, señalan a toda la humanidad, a todos los hombres de todos los tiempos, un solo Camino a recorrer, una sola Verdad en la que creer, una sola Vida que recibir y vivir, Cristo Jesús, el Hombre-Dios.
                Y de la misma manera a como María Santísima fue enriquecida sobremanera de manera tal de superar en gracia a todos los ángeles y santos juntos, porque estaba destinada a ser la Madre de Dios, así también se le otorgó la infalibilidad al Papa, porque la Santa Sede debía conducir a todos los hombres de todos los tiempos al conocimiento infalible de Dios como Uno en naturaleza y Trino en Personas, conocimiento que supera infinitamente a cualquier conocimiento posible de alcanzar por cualquier creatura, sea hombre o ángel, conocimiento por el cual los hombres serían capaces de conocer y amar al Hombre-Dios Jesucristo, Segunda Persona de la Trinidad encarnada para la salvación de los hombres.
Precisamente, uno de los más malignos artificios de Satanás consiste en tratar de destruir ambos misterios: de María, afirmando que es sólo la madre de Jesús de Nazareth, un hombre  bueno, pero solamente hombre; y de la Santa Sede, afirmando que su enseñanza no es infalible.
         Como cristianos, jamás cedamos a la tentación de rebajar los sublimes y grandiosos misterios que unen a María Santísima con la Santa Sede, al nivel de la razón humana. Por el contrario, pidamos siempre la gracia de ser iluminados de tal manera, que veamos siempre en la Virgen a la Madre de Dios, y en el Santo Padre, al Vicario de Cristo, que nos señala, de modo infalible, el conocimiento de Dios Trino.
         He aquí la admirable conexión entre la Santa Sede y María Inmaculada. 


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