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jueves, 15 de diciembre de 2011

¿Cómo fue el Nacimiento del Niño Dios?



¿Cómo fue el Nacimiento del Niño Dios? La Iglesia Santa, en la voz de los profetas, de los Padres de la Iglesia, de los Santos, del Magisterio de los Papas, y de la Tradición, describe el Nacimiento en términos de luz: Isaías había profetizado que nacería de una Virgen –una Virgen concebirá (7, 14)- y que ese día sería de una gran luminosidad: la luz del sol sería más intensa que la luz de siete días (30, 36), además de que con esa luz Israel vería la gloria, la misericordia, la compasión y la justicia de Dios. La Escritura también habla de la concepción de una Virgen –el Espíritu Santo vendrá sobre ti, le dice el ángel a la Virgen (Lc 1, 35)-, y también de luz de un sol que ilumina la noche –“Nos visitará el Sol que nace de lo alto, dice Zacarías (Lc 1, 78). El Magisterio, los Papas, y los Padres de la Iglesia, hablan del Nacimiento como de un “rayo de sol que atraviesa el cristal”, según el Catecismo de Pío X. También los santos hablan de Nacimiento milagroso y luminoso, como por ejemplo, la Beata Ana Catalina Emmerich: “He visto que la luz que envolvía a la Virgen se hacía cada vez más deslumbrante, de modo que la luz de las lámparas encendidas por José no era ya visible. María, con su amplio vestido desceñido, estaba arrodillada en su lecho, con la cara vuelta hacia el Oriente. Llegada la medianoche la vi arrebatada en éxtasis, suspendida en el aire, a cierta altura de la tierra. Tenía las manos cruzadas sobre el pecho. El resplandor en torno de Ella crecía por momentos. Toda la naturaleza parecía sentir una emoción de júbilo, hasta los seres inanimados. La roca de que estaban formados el suelo y el atrio parecía palpitar bajo la luz intensa que los envolvía. Luego ya no vi más la bóveda. Una estela luminosa, que aumentaba sin cesar en claridad, iba desde María hasta lo más alto de los cielos. Allá arriba había un movimiento maravilloso de glorias celestiales, que se acercaban a la tierra, y aparecieron con toda claridad seis coros de ángeles celestiales. La Virgen Santísima, levantada de la tierra en medio del éxtasis, oraba y bajaba las miradas sobre su Dios, de quien se había convertido en Madre. El Verbo eterno, débil Niño, estaba acostado en el suelo delante de María” . El Nacimiento fue entonces algo asombroso y sorprendente, fue “como un rayo de sol que atraviesa un cristal”: el rayo de sol es Cristo Dios, Verbo del Padre, “Dios de Dios, Luz de Luz” ; el cristal, que permanece intacto antes, durante y después del paso del rayo de sol, es María Santísima. Pero lo que más asombra y sorprende, es que tanto la Concepción virginal, como el Nacimiento milagroso y luminoso, se prolongan y actualizan en la Santa Misa: la Virgen María es la Madre de la Luz eterna, pero la Virgen es modelo de la Iglesia, y lo que se da en María, se da en la Iglesia: así como en la Virgen Cristo luz eterna se encarna por el poder del Espíritu en su seno virgen y luego de su nacimiento virginal irradia su esplendor a través de la corporeidad humana de un Niño, así en la Iglesia, Madre y Virgen, Cristo luz eterna prolonga su encarnación en la Eucaristía por el poder del Espíritu, por las palabras de la consagración, e irradia su esplendor a través de su corporeidad resucitada oculta en lo que parece un pan. Así fue el Nacimiento del Hijo de Dios, y así lo debemos ver, con los ojos de la fe, y así debemos ver la prolongación de su Nacimiento en el seno virgen de la Iglesia, el altar eucarístico, y de ambas cosas, debemos maravillarnos y asombrarnos, con silencioso estupor, y adorar el Misterio inaudito.

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