Este icono de
Podemos rezar con este icono a través de la siguiente reflexión: la enfermedad corporal es una imagen de la enfermedad espiritual, del alma: el pecado, aunque el pecado es más que una enfermedad. El pecado es al alma lo que la enfermedad al cuerpo: así como la enfermedad debilita al cuerpo de modo progresivo, hasta llegar a dañarlo de modo irreversible -y en algunos casos- provocarle la muerte, así el pecado debilita al alma en el amor de Dios –el pecado venial- y la lleva progresivamente, por medio de pequeñas faltas, a su muerte –el pecado mortal-. El pecado mortal se llama precisamente “mortal”, porque priva al alma de la vida de Dios, dejándola en un estado de “muerte espiritual”. El alma, aún cuando ría, camine, hable, se mueva, es decir, aún cuando viva una vida humana normal, está muerta a la vida de la gracia, a la vida de Dios. El cáncer, entonces, como conduce al cuerpo a la muerte, es figura del pecado mortal, que conduce al alma a la muerte espiritual, al apartarla de la vida de la gracia.
Pero al pecado se le agrega algo que el cáncer no tiene: en el pecado hay maldad, en el cáncer, no. En el cáncer, lo que sucede es que hay células del propio organismo que, debido a un estímulo conocido –luz, productos químicos, etc.- o desconocido, comienzan a crecer de un modo tan desorganizado, que ponen en peligro a las células sanas del organismo, al quitarles los nutrientes necesarios para la vida. En el cáncer hay destrucción de tejido sano que puede llevar a la muerte del cuerpo, pero no hay maldad. En el pecado, en cambio, sí hay maldad. El pecado, a diferencia del cáncer, se origina en la malicia que anida en el corazón humano, según el mismo Jesús: “de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos, adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez. Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre” (Mc 7, 21-23). La medicina para el pecado, la única medicina posible, es la gracia de Cristo Dios, que nos viene por intercesión de
El icono de
A
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