La Madre de Dios se le apareció a Santa Catalina Labouré, y le dijo que quien usara la medalla que Ella le mostraba, iba a obtener muchas gracias venidas de Dios: “Haz que se acuñe una medalla según este modelo. Todos cuantos la lleven puesta recibirán grandes gracias. Las gracias serán mas abundantes para los que la lleven con confianza”.
Todos estamos necesitados de la intervención de Dios y de sus milagros; todos necesitamos de una intervención divina en nuestras vidas; aunque puede haber alguien tan necio que diga: “Yo no necesito de Dios”, todos necesitamos que Dios se haga presente en nuestras vidas, y en este sentido, los milagros de la Virgen, prometidos a través de la Medalla Milagrosa, nos garantizan la acción de Dios en nuestras vidas.
La Virgen nos concede la Medalla Milagrosa para que nosotros, por medio de la fe, de la oración, del ayuno, de las buenas obras, nos acerquemos a Dios, que es Bondad y Amor infinito, y así recibamos de Él su Amor y su Misericordia.
Si confiamos en la Virgen y en sus palabras, y si somos fieles en el uso constante y perseverante de la Medalla Milagrosa, podremos constatar, personalmente, cómo Dios obra milagros en nuestras vidas, a través de la Virgen. La Virgen nunca se va a cansar de hacernos milagros, a través de su Medalla, e incluso va a hacer milagros que ni siquiera nos sospechamos ni nos podemos imaginar, porque su Corazón de Madre no se va a contentar con poco. Por eso tenemos que usar la Medalla, pero acompañar el uso de la Medalla con un corazón contrito y humillado, deseoso de obrar el bien, y de amar ad Dios y al prójimo, que al mismo tiempo odia profundamente el pecado, porque el pecado significa rechazo y alejamiento de Dios, que es Bondad, Amor, Luz, Paz y Alegría.
La Virgen nos da la Medalla Milagrosa, y a través de ella, nos promete la asistencia extraordinaria del cielo, como son los milagros, y recibir un milagro de Dios, a través de la Virgen, es algo grandioso. Pero la Virgen quiere darnos todavía algo mucho más grandioso que un milagro, aún cuando un milagro es algo grandioso: la Virgen quiere darnos la gracia divina, la gracia de su Hijo Jesucristo, la que Él nos consiguió al precio de su Sangre y de su Vida en la cruz.
La gracia es algo más grandioso que un milagro, porque un milagro es una intervención de Dios en el mundo material –por ejemplo, la multiplicación de la materia en el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces; o la conversión del agua en vino, en las bodas de Caná, o la curación del cuerpo enfermo-, mientras que la gracia es una intervención de Dios en el alma, por medio de la cual la ilumina con su propia luz, la embellece con su propia belleza, y la adorna con su propia naturaleza. Por la gracia, dice San León Magno, “nos hacemos participantes de la generación de Cristo”, es decir, participamos de la generación de Cristo; por la gracia, queda depositada en el alma, como una semilla, la vida sobrenatural, y Dios le imprime su propia imagen . Por la gracia, somos convertidos en hijos de Dios, en herederos del cielo, en hermanos de Cristo. Por la gracia nos volvemos capaces de recibir el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, Fuente de toda gracia, Dador del Espíritu Santo junto al Padre.
La Virgen es Medianera de todas las gracias, y por eso, por disposición divina, no hay ninguna gracia, por más pequeña que sea, que no venga por Ella.
Al rezarle a la Virgen, y al usar su Medalla, le pidamos, con gran confianza, por aquello que necesitemos, pero sobre todo, le pidamos el apreciar la vida de la gracia, para que no solo nunca la perdamos, sino para que la acrecentemos cada vez más, por medio del amor y de la misericordia para con el prójimo.
La Virgen nos concede la Medalla Milagrosa para que nosotros, por medio de la fe, de la oración, del ayuno, de las buenas obras, nos acerquemos a Dios, que es Bondad y Amor infinito, y así recibamos de Él su Amor y su Misericordia.
Si confiamos en la Virgen y en sus palabras, y si somos fieles en el uso constante y perseverante de la Medalla Milagrosa, podremos constatar, personalmente, cómo Dios obra milagros en nuestras vidas, a través de la Virgen. La Virgen nunca se va a cansar de hacernos milagros, a través de su Medalla, e incluso va a hacer milagros que ni siquiera nos sospechamos ni nos podemos imaginar, porque su Corazón de Madre no se va a contentar con poco. Por eso tenemos que usar la Medalla, pero acompañar el uso de la Medalla con un corazón contrito y humillado, deseoso de obrar el bien, y de amar ad Dios y al prójimo, que al mismo tiempo odia profundamente el pecado, porque el pecado significa rechazo y alejamiento de Dios, que es Bondad, Amor, Luz, Paz y Alegría.
La Virgen nos da la Medalla Milagrosa, y a través de ella, nos promete la asistencia extraordinaria del cielo, como son los milagros, y recibir un milagro de Dios, a través de la Virgen, es algo grandioso. Pero la Virgen quiere darnos todavía algo mucho más grandioso que un milagro, aún cuando un milagro es algo grandioso: la Virgen quiere darnos la gracia divina, la gracia de su Hijo Jesucristo, la que Él nos consiguió al precio de su Sangre y de su Vida en la cruz.
La gracia es algo más grandioso que un milagro, porque un milagro es una intervención de Dios en el mundo material –por ejemplo, la multiplicación de la materia en el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces; o la conversión del agua en vino, en las bodas de Caná, o la curación del cuerpo enfermo-, mientras que la gracia es una intervención de Dios en el alma, por medio de la cual la ilumina con su propia luz, la embellece con su propia belleza, y la adorna con su propia naturaleza. Por la gracia, dice San León Magno, “nos hacemos participantes de la generación de Cristo”, es decir, participamos de la generación de Cristo; por la gracia, queda depositada en el alma, como una semilla, la vida sobrenatural, y Dios le imprime su propia imagen . Por la gracia, somos convertidos en hijos de Dios, en herederos del cielo, en hermanos de Cristo. Por la gracia nos volvemos capaces de recibir el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía, Fuente de toda gracia, Dador del Espíritu Santo junto al Padre.
La Virgen es Medianera de todas las gracias, y por eso, por disposición divina, no hay ninguna gracia, por más pequeña que sea, que no venga por Ella.
Al rezarle a la Virgen, y al usar su Medalla, le pidamos, con gran confianza, por aquello que necesitemos, pero sobre todo, le pidamos el apreciar la vida de la gracia, para que no solo nunca la perdamos, sino para que la acrecentemos cada vez más, por medio del amor y de la misericordia para con el prójimo.
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