¿Cómo es el “socio perfecto”,
según el Manual de la Legión? En su capítulo XI, párrafo 3, dice así: “Según el
criterio de la Legión, es legionario perfecto el que cumple en todo el
reglamento y no precisamente aquél cuyos esfuerzos se vean coronados por algún
triunfo visible o endulzados por el consuelo. Cuanto más se adhiera uno al
sistema legionario, tanto se es más socio de la Legión”.
Ahora bien, recordemos que, para la Legión, “cumplir el
reglamento”, implica ante todo considerar el espíritu de la ley, que en este
caso es la santificación de la propia alma, la glorificación de la Trinidad y
la salvación del prójimo, esto en un contexto como lo es el de la Legión, en
donde no hay una estructura al estilo de las órdenes religiosas de religiosos
consagrados, sino que se trata de una “organización permanente de seglares” y que
como tal, “llevan una vida ordinaria -seglar” y que por lo tanto tienen margen para
ocupaciones que no son estrictamente religiosas[1]. Esto
es lo que deben recordar permanentemente tanto los directores espirituales de
la Legión, como los presidentes de la praesidia.
Ahora bien, el Manual insiste en que, precisamente, al
tratarse de una estructura seglar, los momentos en los que la Legión reúne a
sus integrantes son escasos, en comparación con las órdenes religiosas, por lo
que sus miembros deben tener presente más que nunca el dicho que dice “el
tiempo es oro”, en el sentido de que se debe, por un lado, ser estrictamente
puntuales, cuidar la asistencia a las reuniones al máximo -faltar solo por un
motivo realmente grave- y aprovechar al máximo dichas reuniones.
En el punto 4 del capítulo XI, dice así el Manual: “El punto
más saliente del reglamento legionario es la obligación rigurosísima que la
Legión impone al socio de asistir a las juntas. Es el deber primordial, porque
la junta es lo que da el ser a la Legión (si no hubiera reuniones, la Legión no
tendría forma de funcionar como tal)”. Luego el Manual compara a las reuniones
con el lente de una lupa con relación a los rayos del sol: “Lo que la lente es
para los rayos solares, esto es la junta para los socios: los recoge, los
inflama, e ilumina todo cuanto se acerque a ella”. Es como alguien que está al
sol en un día frío y alguien que no lo está: el que está al sol, recibe su
calor, mientras que el que no lo está, no recibe el calor del sol, solo puede
imaginarlo, pero no puede aprovecharlo para sí (El Sol de nuestras almas es Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía y análogamente, sucede de forma similar: quien se acerca al Sol, a Jesús Eucaristía, recibe los rayos de su gracia santificante, recibe al Sol mismo en Persona; quien se aleja de Jesús Eucaristía, deja de recibir esos rayos del Sol divino que es Jesucristo y se queda con su alma fría y a oscuras). Esto, porque en las reuniones
se derraman las gracias más que suficientes, que son las que el Legionario
necesita para cumplir su misión como miembro de la Legión. La organización es
tanto más fuerte, dice el Manual, en la medida en que se respeten las
reuniones.
Luego el Manual cita aquello que la Legión considera con
relación a las reuniones: “En la organización, los individuos se asocian a los
demás, así como los engranajes en una máquina, sacrificando parte de su
independencia por el bien del conjunto (…) Obrando en conjunto, el accionar es
mucho más eficaz, así como es mucho más eficaz un carbón cuando se arroja al
fogón ardiente, que un carbón que arde por sí solo”. Otro elemento a tener en
cuenta con respecto a la importancia de la reunión es que, al obrar en forma
conjunta, el grupo tiene “vida propia y distinta a la de los individuos que lo
componen”. Obrar en conjunto, dice el Manual, permite que los legionarios no se
desanimen en las pruebas y que no se enaltezcan vanamente en los logros, porque
todo se hace de forma conjunta y no individual.
Ahora bien, el Praesidium no es una reunión para
elaborar proyectos humanos, en donde es la razón humana la que dicta lo que se
debe hacer: el Manual dice que la reunión semanal tiene que tener un elevado
espíritu sobrenatural -oración, prácticas piadosas y caridad fraterna entre sus
miembros, quienes por el bautismo son todos hermanos en Cristo-; es en este ámbito
en donde se le asignan a los legionarios un trabajo concreto y al mismo tiempo
se reciben informes sobre lo que ha realizado cada uno.
La reunión semanal es el corazón de la Legión, dice el
Manual, desde donde fluye su sangre que circula por venas y arterias, es decir,
es donde la Virgen derrama las gracias que nos dona el Espíritu Santo
-recordemos que cualquier gracia, por pequeña o grande que sea, pasa,
ineludiblemente, a través del Inmaculado Corazón de María, porque Ella es la “Medianera
de todas las gracias”, por eso es inimaginable que alguien obtenga ninguna
gracia de ningún tipo, sino es a través de la Virgen Santísima- y estas se
comunican a sus miembros. Si un miembro falta por pereza, esas gracias no las
recibe y es muy importante, porque se trata de las gracias necesarias para la
realización del trabajo personal que se le ha encomendado a cada legionario. Es
por esto que el Legionario debe considerar a la reunión semanal de su
praesidium como el primero y el más sagrado deber para con la Legión; sin la
reunión, el trabajo es como un cuerpo sin alma. Finaliza el Manual citando a
San Agustín, para advertirnos acerca de la enorme importancia de la reunión
semanal: “A los que no militan bajo el estandarte de María se les pueden
aplicar las palabras de San Agustín: “Corréis mucho, pero descaminados”.
¿Adónde iréis a parar?”. En otras palabras, se trata de lo siguiente: si la
Virgen reúne a sus hijos pequeños de la Legión, en la reunión semanal, para
instruir a sus hijos con la Divina Sabiduría y para darles las gracias que el
Santo Espíritu de Dios tiene para darles, para que realicen sus obras de
misericordia glorificando a la Santísima Trinidad; si alguno de sus hijos no se
encuentra, por libre decisión, fuera de la reunión con la Virgen, entonces,
¿qué puede hacer ese legionario, por sí mismo, sin las gracias que vienen a
través de la Virgen? La respuesta la tiene Nuestro Señor Jesucristo: “Nada”, “Sin
Mí, NADA podéis hacer” (Jn 15, 5).