El fin y el medio de la Legión es la santificación de
sus miembros, santificación otorgada por la gracia del Espíritu Santo, por la
cual la Legión glorifica a Dios y contribuye a la salvación de los hombres[1].
Ahora
bien, para lograr este fin de la santificación de sus miembros, la Legión “ofrece
a sus miembros -según lo especifica el Manual- no tanto un programa de
actividades, sino una norma de vida”. Es decir, la Legión ofrece, para la
santificación de sus integrantes, para que sus integrantes alcancen el fin de
sus vidas en la tierra, que es conseguir la feliz bienaventuranza en el Reino
de los cielos, algo mucho más profundo y substancial que simplemente una
planilla con un cronograma de actividades y es un plan de vida, con el agregado
de que se trata de obras que se realizan en la vida terrena, pero que si se
realizan con el espíritu del Sermón de la Montaña de Nuestro Señor Jesucristo,
tienen valor de Vida Eterna, es decir, valen para el Reino de los cielos; se
realizan en el tiempo y en la vida de la tierra, pero su valor se acumula en el
cielo, se contabiliza en el cielo, para el Día del Juicio Final.
Dice así
el Manual del Legionario, en relación a esta “norma de vida”: “(La norma de
vida) les provee de un reglamento exigente (…) exige puntual observancia de
todos los detalles (…) pero en cambio promete acrecentamiento de las virtudes
(sobrenaturales): fe, amor a María, abnegación, espíritu de oración,
fraternidad, prudencia, obediencia, humildad, alegría, espíritu apostólico; es
decir, todas virtudes que hacen a la perfección cristiana”[2].
Luego el
Manual cita al Padre Miguel Creedon, el Primer Director Espiritual del
Concilium Legionis Mariae, en el que el Padre hace una comparación entre las
órdenes religiosas tradicionales y las organizaciones permanentes de seglares o
laicos, como la Legión de María, las cuales no son ni nunca serán organizaciones
religiosas y por lo tanto, tienen una disciplina y un modo de actuar muy diferente
a aquellas y por este motivo es que necesitan una organización eficaz y un
espíritu apostólico y de obediencia y de oración por parte de los integrantes
de la Legión, desde el momento en que, por ejemplo, las reuniones, dice el
Padre Miguel Creedon, son una vez a la semana, entonces se debe aprovechar bien
el tiempo y no perderlo en desorganizaciones, desobediencias, falta de espíritu
apostólico, etc.
Entonces,
dice el Manual, el “Legionario perfecto”, no es aquel que ve que sus esfuerzos
tienen muchos frutos visibles, sino que el Legionario perfecto es el que cumple fielmente con el reglamento;
es el que se adhiere de todo corazón al espíritu del reglamento, que es la
santificación personal, la glorificación de Dios y la salvación de los hombres
y es esto lo que deben observar tanto los directores espirituales como los
presidentes de los praesidia en ellos mismos y en los legionarios, para
considerar si se cumplen los requisitos del verdadero legionario, porque ese es
el concepto y el ideal del verdadero legionario. En el obrar diario del
legionario se presentan muchas dificultades: monotonía, tarea ingrata, ausencia
aparente de frutos espirituales, fracaso real o imaginario y muchos otros obstáculos
y si no se tienen presentes los verdaderos ideales del verdadero legionario
-santificación personal, glorificación de la Trinidad y salvación de los
hombres-, entonces no se podrán sobrellevar estas dificultades.
Por último,
el Tratado de Mariología dice: “El valor de nuestros servicios hacia la Compañía
de María no ha de medirse según la prominencia del puesto que ocupemos, sino por
el grado de espíritu sobrenatural y celo mariano con que nos demos a la labor
que la obediencia nos haya señalado, por más humilde y escondida que sea”.