Nuestra Señora del Pilar
Según
unos documentos del siglo XIII conservados en la Catedral de Zaragoza, la
historia de la Virgen del Pilar se remonta a la época inmediatamente posterior
a la Ascensión de Jesucristo, cuando los apóstoles, fortalecidos con el
Espíritu Santo, predicaban el Evangelio[1]. Se dice que, por entonces
(40 AD), el Apóstol Santiago el Mayor, hermano de San Juan e hijo de Zebedeo,
predicaba en España, en donde predominaba la siniestra oscuridad del paganismo,
al no haber aún recibido la luz eterna del Evangelio. Según estos documentos,
se dice textualmente que Santiago, “pasando por Asturias, llegó con sus nuevos
discípulos a través de Galicia y de Castilla, hasta Aragón, el territorio que
se llamaba Celtiberia, donde está situada la ciudad de Zaragoza, en las riberas
del Ebro. Allí predicó Santiago muchos días y, entre los muchos convertidos
eligió como acompañantes a ocho hombres, con los cuales trataba de día del
reino de Dios, y por la noche, recorría las riberas para tomar algún descanso”.
En
la noche del 2 de enero del año 40, Santiago se encontraba con sus discípulos
junto al río Ebro cuando “oyó voces de ángeles que cantaban “Ave, María, gratia
plena” y vio aparecer a la Virgen Madre de Cristo, de pie sobre un pilar de
mármol”. La Santísima Virgen, que aún vivía en carne mortal -aún no había sido
Asunta en cuerpo y alma al cielo-, le pidió al Apóstol que se le construyese
allí una iglesia, con el altar en torno al pilar donde estaba de pie y prometió
que “permanecería este sitio hasta el fin de los tiempos para que la virtud de
Dios obre portentos y maravillas por mi intercesión con aquellos que en sus
necesidades imploren mi patrocinio”.
Dicho
esto, la Virgen fue llevada nuevamente por los ángeles, quedando allí el pilar.
El Apóstol Santiago y los ocho testigos del prodigio comenzaron inmediatamente
a edificar una iglesia en aquel sitio. Pero antes que estuviese terminada la
Iglesia, Santiago ordenó presbítero a uno de sus discípulos para servicio de la
misma, la consagró y le dio el título de “Santa María del Pilar”, antes de
regresarse a Judea. Esta fue la primera iglesia dedicada en honor a la Virgen
Santísima.
Muchos
historiadores e investigadores defienden esta tradición y aducen que hay una
serie de monumentos y testimonios que demuestran la existencia de una iglesia
dedicada a la Virgen de Zaragoza. El más antiguo de estos testimonios es el
famoso sarcófago de Santa Engracia, que se conserva en Zaragoza desde el siglo
IV, cuando la santa fue martirizada. El sarcófago representa, en un bajo
relieve, el descenso de la Virgen de los cielos para aparecerse al Apóstol
Santiago -aunque en realidad fue una “traslación”, propiamente hablando, y no
una “aparición”-. Asimismo, hacia el año 835, un monje de San Germán de París,
llamado Almoino, redactó unos escritos en los que habla de la Iglesia de la
Virgen María de Zaragoza, “donde había servido en el siglo III el gran mártir
San Vicente”, cuyos restos fueron depositados por el obispo de Zaragoza, en la
iglesia de la Virgen María. También está atestiguado que antes de la ocupación
musulmana de Zaragoza (714) había allí un templo dedicado a la Virgen. La
devoción del pueblo por la Virgen del Pilar se halla tan arraigada entre los
españoles y desde épocas tan remotas, que la Santa Sede permitió el
establecimiento del Oficio del Pilar en el que se consigna la aparición de la
Virgen del Pilar como “una antigua y piadosa creencia”.
Numerosos
milagros de la Virgen del Pilar.
En
1438 se escribió un “Libro de milagros atribuidos a la Virgen del Pilar”, que
contribuyó al fomento de la devoción hasta el punto de que, el rey Fernando el
católico dijo: “Creemos que ninguno de los católicos de occidente ignora que en
la ciudad de Zaragoza hay un templo de admirable devoción sagrada y
antiquísima, dedicado a la Santísima y Purísima Virgen y Madre de Dios, Santa
María del Pilar, que resplandece con innumerables y continuos milagros”. Entre
estos grandes milagros, se encuentra por ejemplo el que se conoce como “Gran
milagro del Cojo de Calanda” (1640), un hombre a quien le amputaron una pierna:
un día, años más tarde, mientras soñaba que visitaba la basílica de la Virgen
del Pilar, la pierna volvió a su sitio. Era la misma pierna que había perdido.
Miles de personas fueron testigos y en la pared derecha de la basílica hay un
cuadro recordando este milagro. El Papa Clemente XII señaló la fecha del 12 de
octubre para la festividad particular de la Virgen del Pilar, pero ya desde
siglos antes, en todas las iglesias de España y entre los pueblos sujetos al
rey católico, se celebraba la dicha de haber tenido a la Madre de Dios en su
región, cuando todavía vivía en carne mortal.
Podemos
decir que hay tres rasgos que caracterizan a la Virgen del Pilar: 1-Como
ya dijimos, se trata de una venida extraordinaria de la Virgen durante su vida
mortal, por lo que podemos llamarla “traslación” y no propiamente “aparición”
ya que se produce cuando la Madre de Dios todavía vivía en Palestina, antes de
su gloriosa Asunción. Por esta razón, la liturgia del 2 de enero, fiesta de la
Venida de la Virgen, canta así: “Con ninguna nación hizo cosa semejante”.
2-
Otro rasgo propio de la Virgen del Pilar es que la Columna o Pilar que la misma
Señora sirvió como “piedra basal” no tanto desde el punto de vista material,
sino ante todo espiritual, para que sobre él se construyera la primera capilla,
la cual sería a la postre el primer Templo Mariano de toda la Cristiandad.
3-
La estrecha vinculación de la tradición pilarista con la tradición jacobea (del
Santuario de Santiago de Compostela). Por ello, Zaragoza y Compostela, el Pilar
y Santiago, han constituido dos ejes fundamentales, en torno a los cuales ha
girado durante siglos la espiritualidad de la patria española y esta espiritualidad
católica es la que llevó a España a realizar la más grande gesta de toda la
historia de la humanidad, sin que haya ninguna nación que la iguale y es la
Conquista y Evangelización de América, implantando la Santa Cruz de Jesús en América
y conduciendo las almas de quienes vivimos en este continente, a Nuestro Señor
Jesucristo, por manos de la Virgen.
Simbolismo
del pilar. El pilar o columna da la
idea de la solidez del edificio-iglesia, a la que se suma la firmeza de la
columna-confianza en la protección de María, es decir, es un doble símbolo de
fortaleza y solidez, tanto en el plano material, como en el espiritual: el
Pilar es una garantía de la firmeza, la pureza y la solidez de la Santa Fe
Católica, siendo España el Faro del mundo, que ilumina con la luz de Cristo al
mundo en tinieblas; la Santa Fe Católica, traída a nuestro continente por
España, no será nunca alterada o contaminada con errores, herejías o paganismo.
La columna es también símbolo del conducto que une el cielo y la tierra, es “manifestación
de la potencia de Dios en el hombre y la potencia del hombre bajo la influencia
de Dios”. La columna es también soporte de lo sagrado, pues sobre la columna se
encuentra la Madre de Dios, la Virgen María, quien es la Puerta del cielo, la Escala
de Jacob, la “Mujer revestida de sol”, esto es, de la gloria de Dios, es el
Portal por el cual ingresa la Eternidad Increada, Cristo Jesús, en nuestra
historia y en nuestro tiempo, para conducirnos a la feliz eternidad del Reino de
los cielos; la Virgen y Madre de Dios es la elegida por la Trinidad para venir
a nuestro mundo y a nuestra historia en la Persona Segunda de la Trinidad, el
Verbo de Dios, que en la Virgen se hace hombre, sin dejar de ser Dios, continuando
su Encarnación en la Sagrada Eucaristía. Así como la columna une el cielo y la
tierra, así en la Virgen y Madre de Dios se unen el Rey del cielo, el Verbo de
Dios, y la Humanidad Santísima de Jesús de Nazareth.
Las
columnas garantizan también la solidez del edificio, sea arquitectónico o espiritual,
de manera que quebrantarlas es amenazar el edificio entero, aunque este Pilar
jamás será destruido, ni por el hombre, ni por el Ángel caído. La columna es la
primera piedra del templo, que se desarrolla a su alrededor; es el eje de la
construcción que liga entre si los diferentes niveles. Así María es también la
primera piedra viviente de la Iglesia, el templo o Cuerpo Místico de Dios; en
torno a ella, lo mismo que los apóstoles reunidos el día de Pentecostés, va creciendo
el pueblo de Dios; la fe y la esperanza de la Virgen alientan a los cristianos
en su esfuerzo por edificar el reino de Dios. En Éxodo 13, 21-22, una columna
de fuego acompañaba por la noche al pueblo de Israel peregrino en el desierto,
dirigiendo su itinerario y eso es símbolo de la Virgen que, en la noche oscura
de la historia y del mundo, guía al Pueblo de Dios hacia la Jerusalén celestial,
alimentándolo en su peregrinar por el desierto del mundo con el Verdadero Maná
bajado del Cielo, la Sagrada Eucaristía.
Liturgia
Eucarística del Pilar. Los
textos utilizados son: en la primera lectura, 1 Crónicas 15, donde se recuerda
a la Virgen simbolizada por el arca de la alianza, la presencia de Dios en
medio de su pueblo, a través de María, lo cual es gozo para la Iglesia. La
segunda lectura (He 1, 12-14) y el evangelio (Lc 11, 272-28) nos
hablan también de la presencia de la Virgen en la iglesia y de las alabanzas
que el pueblo le tributa. El prefacio celebra las maravillas que Dios ha
realizado en María, “esperanza de los fieles y gozo de todo nuestro pueblo”.
Durante la oración colecta se pide por intercesión de la Virgen, “fortaleza en
la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor”, así como en la
oración de las ofrendas, donde se muestra el deseo de “permanecer firmes en la
fe”. Antífona de entrada: se piensa en la Virgen como “la columna que guiaba y
sostenía día y noche al pueblo en el desierto”, y en el salmo responsorial se
recuerda “el Señor me ha coronado, sobre la columna me ha exaltado”. En el
aleluya: “Afianzó mis pies sobre la roca y me puso en la boca un cántico nuevo”.
Domina en la liturgia la idea de la presencia de María en la Iglesia y de la
firmeza que su intercesión y su devoción procura al pueblo de Dios.
Finalmente,
un asombroso hecho que no es casualidad, pues todo está guiado por la Trinidad:
el día 12 de octubre de 1492, precisamente cuando las
tres carabelas de Cristóbal Colon -Santa María, La Niña y La Pinta- avistaban
las desconocidas tierras de América, al otro lado del Atlántico, los devotos de
la Virgen del Pilar cantaban alabanzas a la Madre de Dios en su santuario de
Zaragoza, pues ese mismo día, conocido hoy como el Día de la Raza, era ya el
día de la Virgen del Pilar. Así la Virgen celebraba, con la liturgia celestial,
la más grande empresa realizada por nación alguna en la historia, la Conquista
y Evangelización de América por parte de España, fiel y dócil instrumento de
los designios de la Trinidad, guiada por la Virgen María, de ahí nuestra eterna
gratitud a nuestra amada Madre Patria España.
Finalizamos
con una oración a Nuestra Señora del Pilar: “¡Oh, Virgen del Pilar, Reina y
Madre! España y todas las naciones hispanas -entre ellas, Argentina- reconocen
con gratitud tu protección constante y esperan seguir contando con ella.
Obténnos de tu Hijo fortaleza en la Fe, seguridad en la Esperanza y constancia
en la Caridad. Queremos que en todos los instantes de nuestra vida sintamos que
Tú eres nuestra Madre. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén”.
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