En el curso de un exorcismo realizado en México, un demonio
dijo al sacerdote exorcista: “Todo aquí –en México- me pertenecía hasta que
llegó Ella”, refiriéndose a la Virgen de Guadalupe. El demonio, siendo como es,
el “Padre de la mentira”, es mentiroso por esencia, pero en algunas
oportunidades dice la verdad, como es en este caso: que todo en América era
posesión del demonio, se puede constatar fácilmente, acudiendo a los libros de
historia. En efecto, antes de la llegada de los Conquistadores y
Evangelizadores de España, en América, sobre todo en Centroamérica y en
Sudamérica, predominaban las religiones paganas, caracterizadas por los
brutales rituales en los que se realizaban sacrificios humanos masivos. Estos
sacrificios humanos eran parte de la religión y de la cultura de los aztecas,
los mayas y los incas, entre otros pueblos indígenas. De hecho, cuando llegaron
los españoles, con Hernán Cortés a la cabeza, una de las razones por las que
ganaron los españoles es que se aliaron a ellos numerosas tribus indígenas, que
eran esclavizadas por otras tribus indígenas, para tener material humano para
sacrificar a los dioses. Estos dioses eran demonios, tal como lo dice la
Escritura: “Los dioses de los paganos son demonios” (1 Cor 10, 20): por eso, cuando hacían
sacrificios humanos a sus dioses, eran sacrificios humanos ofrecidos a los
demonios, que se manifestaban como ídolos, a los que los indígenas rendían
culto sangriento. Al revisar la historia, entonces, nos damos cuenta de que lo
declarado por el demonio en el exorcismo era verdad: antes de la llegada de la
Virgen, “todo” le pertenecía al demonio, porque las religiones predominantes
eran las religiones paganas que, en el fondo, eran demoníacas. Hay otro dato
que confirma el dominio del demonio en estas tierras en la era pre-hispánica:
antes de las apariciones de la Virgen como Nuestra Señora de Guadalupe a San
Juan Diego, las conversiones a Jesucristo eran muy escasas, pero a partir de
las apariciones, los registros históricos dan cuenta de conversiones masivas al
catolicismo, al punto que se afirma que, luego de las apariciones de Nuestra
Señora de Guadalupe, se convirtieron a Jesucristo y su Iglesia unos ocho
millones de indígenas.
Las apariciones de la Virgen como Nuestra Señora de
Guadalupe tiene, entonces, entre otras características, la de convertir el
corazón del hombre, apegado a las cosas de la tierra y esclavizado al demonio
por el pecado, a Jesucristo, Verdadero Hombre y Verdadero Dios, Nuestro
Redentor y Nuestro Salvador.
En nuestros días, en los que pareciera que todo está bajo el
dominio del demonio, porque las leyes humanas promueven la cultura de la muerte
–como por ejemplo, la ley del aborto-, es imperioso y urgente que elevemos
nuestros ojos del alma a Nuestra Señora de Guadalupe, para que repita los
portentos que realizó en la época de sus apariciones a Juan Diego y le roguemos
a Nuestra Señora de Guadalupe que arrebate los corazones endurecidos por el
pecado, que en cuanto tales están en poder del demonio y los convierta a
Nuestro Señor Jesucristo. Le pidamos entonces a la Virgen de Guadalupe una
gracia extraordinaria, para estos tiempos extraordinariamente malos que estamos
viviendo: la gracia de la conversión eucarística del corazón, la gracia de la
conversión de los corazones al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.
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