Con relación a la Misa, que es la renovación incruenta y
sacramental del Santo Sacrificio del Calvario, afirma el Manual del Legionario[1]
que los integrantes de la Legión deben acudir a Misa tanto cuanto les sea
posible, para recibir cada vez más gracias de la Fuente de la gracia, la Santa
Cruz del Redentor: “A la Misa, pues, ha de recurrir el legionario que desee
para sí y para otros copiosa participación en los dones de la Redención. Si la
Legión no impone a sus miembros ninguna obligación concreta en este particular,
es porque las facilidades para cumplirla dependen de muy variadas condiciones y
circunstancias. Sin embargo, preocupada de su santificación y de su apostolado,
la Legión anima a los legionarios y les suplica encarecidamente que participen
de la Eucaristía frecuentemente –todos los días, a ser posible- y que en ella
comulguen” –por supuesto que en estado de gracia-.
Continúa el Manual: “La Misa tal como la conocemos está
compuesta de dos partes principales –la liturgia de la Palabra y la liturgia de
la Eucaristía-. Es importante tener en cuenta que estas dos partes están tan
estrechamente relacionadas la una con la otra, que constituyen un solo acto de
adoración (SC, 5, 6). Por esta razón, los fieles deben participar en toda la
Misa en cuyo altar se prepara la mesa de la Palabra de Dios y la mesa del
Cuerpo de Cristo, de las que los fieles pueden aprender y alimentarse (SC, 48,
51)”.
Podemos decir que en la Misa la Palabra de Dios se nos
entrega de dos formas: leída, para ser escuchada, en la liturgia de la Palabra;
y encarnada, hecha Carne de Cristo, en la Eucaristía, para ser consumida, en la
liturgia de la Eucaristía. La Misa está incompleta si faltan una de las partes.
Dice así un autor[2],
citado por el Manual: “En el sacrificio de la Misa no se nos recuerda meramente
en forma simbólica el Sacrificio de la Cruz; al contrario, mediante la Misa, el
Sacrificio del Calvario –aquella gran realidad ultraterrena- queda trasladado
al presente inmediato. Y quedan abolidos el espacio y el tiempo. El mismo Jesús
que murió en la Cruz está aquí. Todos los fieles congregados se unen a su
Voluntad santa y sacrificante, y, por medio de Jesús presente, se consagran al
Padre celestial como una oblación viviente. De este modo la Santa Misa es una
realidad tremenda, la realidad del Gólgota. Una corriente de dolor y
arrepentimiento, de amor y de piedad, de heroísmo y sacrificio mana del altar y
fluye por entre todos los fieles que allí oran”.
En definitiva, el legionario que acude a Misa debe hacerlo
con esta convicción y con este espíritu: el tiempo y el espacio quedan
abolidos, de manera que nos encontramos ante Cristo crucificado en el Gólgota;
todos debemos unirnos a Él en su sacrificio redentor, puesto que somos
corredentores, para salvar al mundo; la asistencia a Misa no puede ser posible
si no está movida por el deseo de amor, de adoración y de unión con Cristo que
por nosotros se ofrece en el Santo Sacrificio de la Cruz. Quien va a Misa con
otros pensamientos o con otros ánimos, es como si no asistiera a Misa.
[1] Cfr. Manual del Legionario, Cap. VIII, 3.1; El legionario y la Eucaristía.
[2] Karl
Adam, El espíritu del Catolicismo.