En
una de las apariciones, la Virgen le dijo a Bernardita solo tres palabras: “¡Penitencia,
Penitencia, Penitencia!”; además, le hizo repetir estas palabras, lo cual hacía
Bernardita mientras se arrastraba de rodillas hasta el fondo de la gruta. Ahí la
Virgen le reveló un secreto personal y después desapareció”[1]. En
el relato de las apariciones se continúa así: “Bernardita por humildad no
relató todo los detalles, pero los testigos contaron que también se le vio
besar la tierra a intervalos, La Virgen le había dicho: “Rogarás por los
pecadores... Besarás la tierra por la conversión de los pecadores”. Como la
Visión retrocedía, Bernardita la seguía de rodillas besando la tierra. Bernardita
se volvió hacia los asistentes y les hacía señas de: “Ustedes también besen la
tierra”[2].
¿Qué
reflexiones nos merecen esta aparición?
Por
un lado, el pedido de la Virgen de penitencia, lo cual es un pedido insistente,
al repetirlo por tres veces. La penitencia es algo necesario para que el alma
no solo repare por sus propios pecados –“el justo peca siete veces al día”,
dice la Escritura-, sino por los pecados de los que no hacen penitencia ni les
importa hacerla, porque no tienen en cuenta la Ley de Dios. Cuando el justo –es
decir, el viador pecador que busca vivir en gracia- hace penitencia, eso agrada
a Dios, porque demuestra un deseo de vivir en amistad con Él, aun cuando por su
debilidad él mismo cometa pecados, una y otra vez. Por esto mismo, por la reiteración
de los pecados, que en el fondo son ofensas a Dios, se necesita hacer
penitencia y mucha penitencia, sobre todo en nuestros días.
La
otra reflexión que podemos hacer es acerca de la obediencia de Bernardita, porque
ella inmediatamente comenzó a hacerla –una forma de hacerla fue obedecer lo que
la Virgen le decía, lo cual le provocaba humillación ante los demás-, besando
la tierra.
Penitencia,
auto-humillación, humildad. Todo esto que la Virgen le pide a Santa Bernardita,
nos lo pide, en nuestros días, también a nosotros, porque también en estos días
es necesario hacer penitencia, por los pecados propios y ajenos y porque por
nuestra soberbia, es necesario practicar la humildad y la auto-humillación, todo
lo cual conforma nuestros corazones a los Sagrados Corazones de Jesús y María.
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