La Santísima Virgen fue concebida sin la mancha del
pecado original porque estaba destinada a ser la Madre de Dios. Como tal, debía
estar inhabitada por el Espíritu Santo, Espíritu que es Purísimo e Inmaculado,
pues debía recibir en su seno virginal al Hijo de Dios, también Él Purísimo
Dios. No podía, la Mujer destinada desde la eternidad a ser Madre de Dios y
Virgen al mismo tiempo, estar contaminada con la impureza del pecado; no podía,
la que debía alojar en su seno incontaminado a Aquel a quien los cielos no
pueden contener, tal es su grandeza y majestuosidad, poseer ni siquiera la más
ligerísima mancha de pecado; no podía, la que estaba llamada a ser la Roca
cristalina de los cielos, que debía atrapar en su seno virginal a la Luz Purísima
del Ser divino trinitario del Hijo, estar contaminada con la más pequeñísima
impureza de la concupiscencia; no podía, la que estaba destinada por la
Trinidad a ser el Diamante celestial que luego de conservar en su interior a la
Luz Eterna, Jesucristo, por nueve meses, para darlo a luz en Belén, Casa de
Pan, en la plenitud de los tiempos, tener la más ligerísima mácula de malicia,
la malicia del pecado y es por eso que la Virgen Santísima, la creatura más
pura, hermosa y agraciada que jamás haya sido creada ni será creada otra igual,
fue concebida como Inmaculada y Purísima.
Desde su Concepción Inmaculada,
la Virgen fue inhabitada, en su cuerpo, en su alma y en su corazón, por el Amor
de Dios, el Espíritu Santo, porque habría de ser este Amor Divino y no un amor
humano el que llevaría, desde el seno del eterno Padre hasta el seno de la
Madre de Dios, al Logos divino, al Verbo co-substancial al Padre. El Verbo de
Dios, al encarnarse, no solo debía encarnarse por obra del Espíritu Santo, sino
que debía estar inhabitada por el mismo Amor de Dios, para que el Verbo de Dios
no encontrara diferencias, en el Amor Puro y celestial en el que vivía en el
seno del Padre desde la eternidad y el Amor Puro y celestial que habría de
encontrar en el seno virgen de María. Y a su vez, el Espíritu Purísimo de Dios
no podía inhabitar en un seno mancillado por la malicia del pecado, manchado
por la impureza de la concupiscencia, por lo que la Santísima Trinidad decidió
crear a una creatura llamada Virgen María, tan hermosa y pura, que sería
aventajada en hermosura y pureza sólo por la mismísima Santísima Trinidad.
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