Un icono no es una pintura religiosa: es una forma de orar,
contemplativamente, por medio del arte religioso. Es el caso del icono de
Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. Es una pintura de estilo bizantino que,
más que retratar a la Virgen y al Niño, reproduce una escena. Está realizada en
madera sobre fondo dorado, color muy empleado por los artistas para expresar la
gloria divina[1]
en la que están inmersos los personajes del cuadro: la gloria de los ángeles de
Dios, que están para servirlo y adorarlo; la gloria de la Madre de Dios, que es
Reina de ángeles y hombres, y sobre todo, la gloria del Niño Dios, ya que Él es
la Fuente de toda gloria y la Gloria Increada en sí misma. Se pueden apreciar,
en lo alto del cuadro, escritas en letras griegas y la mitad a cada lado, las
iniciales de la expresión “Madre de Dios”; al lado de la cabeza del Niño, las
iniciales de “Jesucristo”; sobre el ángel a la izquierda, “el Arcángel Miguel”;
y sobre el otro, “el Arcángel Gabriel”.
En cuanto al Niño, es sostenido entre los brazos de María.
El Niño, que se encontraba tranquilo, reposando entre los brazos de su Madre y
gozando de su amor maternal, se ve sorprendido por la súbita aparición de los
dos Arcángeles, que portan entre sus manos los instrumentos de la Pasión: la
cruz, los clavos, la corona de espinas, la lanza con la que el soldado habrá de
atravesar el Corazón de Jesús una vez que haya muerto en la cruz. El Arcángel
de la izquierda es San Miguel, de manto verde, con la lanza y la esponja de
vinagre; a la derecha San Gabriel, de manto violáceo, con la cruz y los clavos
que perforaron pies y manos al Redentor.
La
aparición de los ángeles, súbita, y con el agregado de que contienen los
elementos de la Pasión, hace que el Niño dé un giro con su cuerpecito y su
cabeza, dirigiendo la mirada hacia la cruz que porta uno de los Arcángeles. En su
movimiento y giro del cuerpo, ligero y brusco, se le desata una sandalia, que
es la que se observa pendiendo de uno de sus piececillos.
La Virgen sostiene al Niño entre sus brazos, pero no mira al
Niño, sino que nos mira a nosotros, sus hijos adoptivos, porque lo que le
sucede al Niño, que es el asustarse por la visión de los instrumentos de la
Pasión, también nos sucede a nosotros cuando nos asustamos por las pruebas y
dolencias, desde el momento en que estamos llamados a participar, por medio de
las enfermedades y tribulaciones de la vida, de la Pasión del Señor. La Virgen
tranquiliza al Niño Dios estrechándolo entre sus brazos; a nosotros, nos
tranquiliza con su amorosa mirada maternal, para que continuemos caminando por
esta vida llevando el peso de la cruz.
La
Virgen viste un manto azul con bordes y una estrella dorada y una túnica roja y
el significado es el siguiente: la estrella dorada en la frente de la Virgen es
un símbolo de Ella misma, ya que uno de sus nombres es “Estrella de la mañana”
o “Aurora de la mañana”: así como la aparición en el cielo de la Estrella de la
mañana significa el fin de la noche y el comienzo del nuevo día, así la Virgen
es llamada “Estrella de la mañana” porque cuando Ella llega a un alma, para el
alma termina la noche del error, del pecado y de la ignorancia, así como la
huida de las tinieblas vivientes –los demonios- que envolvían al alma, puesto
que con Ella llega el Sol de justicia, Jesucristo, quien con la luz de su
gracia disipará para siempre las triples tinieblas –vivientes, del pecado y del
error- en las que se encuentra inmersa, sin darse cuenta de ello.
En
cuanto a los distintos colores, de la túnica y del manto, significan lo
siguiente: en los inicios del Cristianismo, las vírgenes se distinguían con el
color azul, símbolo de pureza, y las madres con el color rojo, signo de caridad
y de amor maternal. El hecho de que la Virgen lleve los dos colores, simboliza
a la perfección el doble privilegio divino de la Virgen de ser, al mismo tiempo,
Virgen y Madre de Dios. Aparece un tercer color en el revés del manto y es el
color verde, símbolo de la realeza, con lo cual se indica entonces, por medio
de la vestidura, que la Virgen es Virgen, Madre de Dios y Reina de cielos y
tierra, de ángeles y hombres.
Al
contemplar el cuadro de la Virgen, tengamos en cuenta su rico significado para
orar con él, recordando que podemos aliviar el susto del Niño Dios uniéndonos a
su Pasión, no solo sin queja alguna sino con gran amor, por medio de las
tribulaciones de la vida presente.