De
entre todos los santos que se han destacado por el amor filial a María, se
destaca San Alfonso María de Ligorio, quien en su libro “Las glorias de María”
nos revela los admirables secretos que esconde su nombre[1].
Dice
San Alfonso que el nombre de María es, ante todo, un nombre santo, en el
sentido de que proviene de Dios Uno y Trino, que es la santidad Increada; esto
es, no ha sido creado, inventado ni imaginado por el hombre, sino por Dios
mismo. Por esto mismo, al provenir de Dios, el nombre santo de María es hecho
partícipe del poder y la majestad divinas, lo cual explica que ante su nombre,
como al nombre de Jesús, todos doblen la rodilla, como así también que los
Infiernos tiemblen de terror con el solo hecho de escuchar el nombre de María: “María, nombre santo. El augusto nombre de
María, dado a la Madre de Dios, no fue cosa terrenal, ni inventado por la mente
humana o elegido por decisión humana, como sucede con todos los demás nombres
que se imponen. Este nombre fue elegido por el cielo y se le impuso por divina
disposición, como lo atestiguan san Jerónimo, san Epifanio, san Antonino y
otros. “Del Tesoro de la divinidad –dice Ricardo de San Lorenzo– salió el
nombre de María”. De él salió tu excelso nombre; porque las Tres divinas
personas, prosigue diciendo, te dieron ese nombre, superior a cualquier nombre,
fuera del nombre de tu Hijo, y lo enriquecieron con tan grande poder y
majestad, que al ser pronunciado tu nombre, quieren que, por reverenciarlo,
todos doblen la rodilla, en el cielo, en la tierra y en el infierno”. Pero
Otra
característica del nombre de María, es que es un nombre “lleno de dulzura” y
esto tanto en la vida –cuando las tribulaciones abundan- y en la muerte –cuando
la oscuridad se hace presente-: “Entre
otras prerrogativas que el Señor concedió al nombre de María (…) le ha
concedido la dulzura para los siervos de esta santísima Señora, tanto durante
la vida como en la hora de la muerte”. Esta dulzura del nombre de María,
que suaviza las amarguras de las tribulaciones y el dolor de la muerte, es tan
cierta y tan fuerte, que incluso ha sido percibida sensiblemente por algunos
santos, quienes han llegado a experimentar “un sabor más dulce que la miel” al
pronunciar el nombre de María. Continúa San Alfonso: “En cuanto a lo primero, durante la vida, “el santo nombre de María
–dice el monje Honorio– está lleno de divina dulzura”. De modo que el glorioso
san Antonio de Padua, reconocía en el nombre de María la misma dulzura que san
Bernardo en el nombre de Jesús. “El nombre de Jesús”, decía éste; “el nombre de
María”, decía aquél, “es alegría para el corazón, miel en los labios y melodía
para el oído de sus devotos”. Se cuenta del V. Juvenal Ancina, obispo de
Saluzzo, que al pronunciar el nombre de María experimentaba una dulzura
sensible tan grande, que se relamía los labios. También se refiere que una
señora en la ciudad de Colonia le dijo al obispo Marsilio que cuando
pronunciaba el nombre de María, sentía un sabor más dulce que el de la miel. Y,
tomando el obispo la misma costumbre, también experimentó la misma dulzura”.
Pero
para San Alfonso, no solo los hombres experimentan la dulzura del nombre de
María, sino incluso hasta los mismos ángeles: “Se lee en el Cantar de los
Cantares que, en la Asunción de María, los ángeles preguntaron por tres veces:
“¿Quién es ésta que sube del desierto como columnita de humo? ¿Quién es ésta
que va subiendo cual aurora naciente? ¿Quién es ésta que sube del desierto
rebosando en delicias?” (Cant 3, 6;
6, 9; 8, 5). Pregunta Ricardo de San Lorenzo: “¿Por qué los ángeles preguntan
tantas veces el nombre de esta Reina?” Y él mismo responde: “Era tan dulce para
los ángeles oír pronunciar el nombre de María, que por eso hacen tantas
preguntas”.
Sin
embargo, dice San Alfonso, esta dulzura sensible no es dado de ordinario,
aunque hay una dulzura aun mayor, no experimentada por los sentidos, y es la
espiritual, dulzura que recibe el alma cuando pronunciando el nombre de María,
experimenta al mismo tiempo “consuelo, amor, alegría, confianza, fortaleza”: “Pero no quiero hablar de esta dulzura
sensible, porque no se concede a todos de manera ordinaria; quiero hablar de la
dulzura saludable, consuelo, amor, alegría, confianza y fortaleza que da este
nombre de María a los que lo pronuncian con fervor”.
La
tercera característica del nombre de María es, para San Alfonso, es la de “inspirar
alegría y amor” de Dios, porque quienes lo pronunciaban experimentaban tales y
tantos consuelos sobrenaturales, que era imposible que viniesen de creatura
alguna, sea humana o angélica y en el prodigar estos bienes celestiales, el
nombre de María es solo superado por el sagrado nombre de Jesús: “Dice el abad Francón que, después del
sagrado nombre de Jesús, el nombre de María es tan rico de bienes, que ni en la
tierra ni en el cielo resuena ningún nombre del que las almas devotas reciban tanta
gracia de esperanza y de dulzura. El nombre de María –prosigue diciendo–
contiene en sí un no sé qué de admirable, de dulce y de divino, que cuando es
conveniente para los corazones que lo aman, produce en ellos un aroma de santa
suavidad. Y la maravilla de este nombre –concluye el mismo autor– consiste en
que aunque lo oigan mil veces los que aman a María, siempre les suena como
nuevo, experimentando siempre la misma dulzura al oírlo pronunciar. Hablando
también de esta dulzura el B. Enrique Susón, decía que nombrando a María,
sentía elevarse su confianza e inflamarse en amor con tanta dicha, que entre el
gozo y las lágrimas, mientras pronunciaba el nombre amado, sentía como si se le
fuera a salir del pecho el corazón; y decía que este nombre se le derretía en
el alma como panal de miel. Por eso exclamaba: “¡Oh nombre suavísimo! Oh María
¿cómo serás tú misma si tu solo nombre es amable y gracioso!”.
El
nombre de María es como un preanuncio del nombre de Dios, porque conduce a las
dulzuras que solo Dios puede dar, afirma San Alfonso, citando a San Bernardo: “Contemplando
a su buena Madre el enamorado San Bernardo le dice con ternura: “¡Oh excelsa,
oh piadosa, oh digna de toda alabanza Santísima Virgen María, tu nombre es tan
dulce y amable, que no se puede nombrar sin que el que lo nombra no se inflame
de amor a ti y a Dios; y sólo con pensar en él, los que te aman se sienten más
consolados y más inflamados en ansias de amarte”. Dice Ricardo de San Lorenzo:
“Si las riquezas consuelan a los pobres porque les sacan de la miseria, cuánto
más tu nombre, oh María, mucho mejor que las riquezas de la tierra, nos alivia
de las tristezas de la vida presente”.
Es
un nombre “lleno de gracias y bendiciones divinas”, que colma de estas a quien
lo pronuncia y es por lo tanto fuente de consuelo para el pecador: “Tu nombre, oh Madre de Dios –como dice san
Metodio– está lleno de gracias y de bendiciones divinas: De modo que –como dice
san Buenaventura– no se puede pronunciar tu nombre sin que aporte alguna gracia
al que devotamente lo invoca. Búsquese un corazón empedernido lo más que se
pueda imaginar y del todo desesperado; si éste te nombra, oh benignísima
Virgen, es tal el poder de tu nombre –dice el Idiota– que él ablandará su
dureza, porque eres la que conforta a los pecadores con la esperanza del perdón
y de la gracia. Tu dulcísimo nombre –le dice san Ambrosio– es ungüento
perfumado con aroma de gracia divina. Y el santo le ruega a la Madre de Dios
diciéndole: “Descienda a lo íntimo de nuestras almas este ungüento de
salvación”. Que es como decir: Haz Señora, que nos acordemos de nombrarte con
frecuencia, llenos de amor y confianza, ya que nombrarte así es señal o de que
ya se posee la gracia de Dios, o de que pronto se ha de recobrar”. Sí, porque
recordar tu nombre, María, consuela al afligido, pone en camino de salvación al
que de él se había apartado, y conforta a los pecadores para que no se
entreguen a la desesperación; así piensa Landolfo de Sajonia. Y dice el P.
Pelbarto que como Jesucristo con sus cinco llagas ha aportado al mundo el
remedio de sus males, así, de modo parecido, María, con su nombre santísimo
compuesto de cinco letras, confiere todos los días el perdón a los pecadores”.
Para
San Alfonso, la fortaleza es otra característica del nombre de María, que enciende
a los pecadores en el amor de Dios, así como el aceite alimenta la lámpara, y
el pecador que acuda a este santo nombre, será curado de sus males,
cualesquiera que estos sean: “Por eso, en
los Sagrados cantares, el santo nombre de María es comparado al óleo: “Como
aceite derramado es tu nombre” (Cant 1, 2). Comenta así este pasaje el B.
Alano: “Su nombre glorioso es comparado al aceite derramado porque, así como el
aceite sana a los enfermos, esparce fragancia, y alimenta la lámpara, así
también el nombre de María, sana a los pecadores, recrea el corazón y lo
inflama en el divino amor”. Por lo cual Ricardo de San Lorenzo anima a los
pecadores a recurrir a este sublime nombre, porque eso sólo bastará para
curarlos de todos sus males, pues no hay enfermedad tan maligna que no ceda al instante
ante el poder del nombre de María”.
Para
los demonios, el nombre de María les infunde terror, porque Dios le concedió
participar de su poder y majestad, de ahí que el Demonio, al escuchar el nombre
de María, quede paralizado por el terror, siendo su soberbia cabeza de
Serpiente Antigua aplastada por el peso del nombre de María, liberando al
pecador que pronuncia su nombre: “Por el
contrario los demonios, afirma Tomás de Kempis, temen de tal manera a la Reina
del cielo, que al oír su nombre, huyen de aquel que lo nombra como de fuego que
los abrasara. La misma Virgen reveló a santa Brígida, que no hay pecador tan
frío en el divino amor, que invocando su santo nombre con propósito de
convertirse, no consiga que el demonio se aleje de él al instante. Y otra vez
le declaró que todos los demonios sienten tal respeto y pavor a su nombre que
en cuanto lo oyen pronunciar al punto sueltan al alma que tenían aprisionada
entre sus garras”.
Y
si los ángeles de la oscuridad huyen ante el nombre de María, los ángeles de
luz acuden al alma que pronuncia este santo nombre, viéndose estas almas protegidas
como por una fortísima roca defensiva, que los mantiene a salvo de los asaltos
del infierno y también de los castigos de la ira de Dios: “Y así como se alejan de los pecadores los ángeles rebeldes al oír
invocar el nombre de María, lo mismo –dijo la Señora a santa Brígida– acuden
numerosos los ángeles buenos a las almas justas que devotamente la invocan”. Atestigua
san Germán que como el respirar es señal de vida, así invocar con frecuencia el
nombre de María es señal o de que se vive en gracia de Dios o de que pronto se
conseguirá; porque este nombre poderoso tiene fuerza para conseguir la vida de
la gracia a quien devotamente lo invoca. En suma, este admirable nombre, añade
Ricardo de San Lorenzo es, como torre fortísima en que se verán libres de la
muerte eterna, los pecadores que en él se refugien; por muy perdidos que
hubieran sido, con ese nombre se verán defendidos y salvados. Torre defensiva
que no sólo libra a los pecadores del castigo, sino que defiende también a los
justos de los asaltos del infierno. Así lo asegura el mismo Ricardo, que después
del nombre de Jesús, no hay nombre que tanto ayude y que tanto sirva para la
salvación de los hombres, como este incomparable nombre de María”.
El
nombre de María es también nombre de pureza y castidad, que mantiene puros de
cuerpo y alma a quienes lo invocan, preservándolos de la impureza, tanto del cuerpo,
como la del alma, esto es, la idolatría, la superstición, el error, la
ignorancia, la herejía y el cisma: “Es
cosa sabida y lo experimentan a diario los devotos de María, que este nombre
formidable da fuerza para vencer todas las tentaciones contra la castidad.
Reflexiona el mismo autor considerando las palabras del Evangelio: “Y el nombre
de la Virgen era María” (Lc 1, 27), y dice que estos dos nombres de María y de
Virgen los pone el Evangelista juntos, para que entendamos que el nombre de
esta Virgen purísima no está nunca disociado de la castidad. Y añade san Pedro
Crisólogo, que el nombre de María es indicio de castidad; queriendo decir que
quien duda si habrá pecado en las tentaciones impuras, si recuerda haber
invocado el nombre de María, tiene una señal cierta de no haber quebrantado la
castidad”.
Dice
San Alfonso que otra característica del nombre de María es que es “nombre de
bendición”, que socorre en los peligros de todo tipo, sobre todo el mayor de
todos, el perder la gracia divina, al tiempo que abre las puertas del cielo: “Así que, aprovechemos siempre el hermoso
consejo de san Bernardo: “En los peligros, en las angustias, en las dudas,
invoca a María. Que no se te caiga de los labios, que no se te quite del
corazón”. En todos los peligros de perder la gracia divina, pensemos en María,
invoquemos a María junto con el nombre de Jesús, que siempre han de ir estos
nombres inseparablemente unidos. No se aparten jamás de nuestro corazón y de
nuestros labios estos nombres tan dulces y poderosos, porque estos nombres nos
darán la fuerza para no ceder nunca jamás ante las tentaciones y para vencerlas
todas. Son maravillosas las gracias prometidas por Jesucristo a los devotos del
nombre de María, como lo dio a entender a santa Brígida hablando con su Madre
santísima, revelándole que quien invoque el nombre de María con confianza y
propósito de la enmienda, recibirá estas gracias especiales: un perfecto dolor
de sus pecados, expiarlos cual conviene, la fortaleza para alcanzar la
perfección y al fin la gloria del paraíso. Porque, añadió el divino Salvador,
son para mí tan dulces y queridas tus palabras, oh María, que no puedo negarte
lo que me pides. En suma, llega a decir san Efrén, que el nombre de María es la
llave que abre la puerta del cielo a quien lo invoca con devoción. Por eso
tiene razón san Buenaventura al llamar a María “salvación de todos los que la
invocan”, como si fuera lo mismo invocar el nombre de María que obtener la
salvación eterna. También dice Ricardo de San Lorenzo que invocar este santo y
dulce nombre lleva a conseguir gracias sobreabundantes en esta vida y una
gloria sublime en la otra. Por tanto, concluye Tomás de Kempis: “Si buscáis,
hermanos míos, ser consolados en todos vuestros trabajos, recurrid a María,
invocad a María, obsequiad a María, encomendaos a María. Disfrutad con María,
llorad con María, caminad con María, y con María buscad a Jesús. Finalmente
desead vivir y morir con Jesús y María. Haciéndolo así siempre iréis adelante
en los caminos del Señor, ya que María, gustosa rezará por vosotros, y el Hijo
ciertamente atenderá a la Madre”.
El
nombre de María es nombre de consuelo, 6. María, nombre consolador, en las
tribulaciones de la vida presente, y sobre todo en las horas angustiosas de la
muerte, de manera que quien lo pronuncie en la agonía, verá alejado al Enemigo
de las almas y será confortado en su angustia: “Muy dulce es para sus devotos, durante la vida, el santísimo nombre de
María, por las gracias supremas que les obtiene, como hemos vitso. Pero más
consolador les resultará en la hora de la muerte, por la suave y santa muerte
que les otorgará. El P. Sergio Caputo, jesuita, exhortaba a todos los que
asistieran a un moribundo, que pronunciasen con frecuencia el nombre de María,
dando como razón que este nombre de vida y esperanza, sólo con pronunciarlo en
la hora de la muerte, basta para dispersar a los enemigos y para confortar al
enfermo en todas sus angustias. De modo parecido, san Camilo de Lelis,
recomendaba muy encarecidamente a sus religiosos que ayudasen a los moribundos
con frecuencia a invocar los nombres de Jesús y de María como él mismo siempre
lo había practicado; y mucho mejor lo practicó consigo mismo en la hora de la
muerte, como se refiere en su biografía; repetía con tanta dulzura los nombres,
tan amados por él, de Jesús y de María, que inflamaba en amor a todos los que
le escuchaban. Y finalmente, con los ojos fijos en aquellas adoradas imágenes,
con los brazos en cruz, pronunciando por última vez los dulcísimos nombres de
Jesús y de María, expiró el santo con una paz celestial. Y es que esta breve
oración, la de invocar los nombres de Jesús y de María, dice Tomás de Kempis,
cuanto es fácil retenerla en la memoria, es agradable para meditar y fuerte
para proteger al que la utiliza, contra todos los enemigos de su salvación”.
Pronuncia
el nombre de María, es “nombre de buenaventura”, esto es, indicio o preanuncio
de eterna salvación, porque los enemigos del alma huyen y el alma se llena de
fortaleza y valor, al tiempo que se enciende en el Amor de Dios, y en esto
consiste la bienaventuranza o dicha de quien pronuncie el nombre de María: “¡Dichoso –decía san Buenaventura– el que
ama tu dulce nombre, oh Madre de Dios! Es tan glorioso y admirable tu nombre,
que todos los que se acuerdan de invocarlo en la hora de la muerte, no temen
los asaltos de todo el infierno. Quién tuviera la dicha de morir como murió
fray Fulgencio de Ascoli, capuchino, que expiró cantando: “Oh María, oh María,
la criatura más hermosa; quiero ir al cielo en tu compañía”. O como murió el B.
Enrique, cisterciense, del que cuentan los anales de su Orden que murió
pronunciando el dulcísimo nombre de María. Roguemos pues, mi devoto lector,
roguemos a Dios nos conceda esta gracia, que en la hora de la muerte, la última
palabra que pronunciemos sea el nombre de María, como lo deseaba y pedía san
Germán. ¡Oh muerte dulce, muerte segura, si está protegida y acompañada con
este nombre salvador que Dios concede que lo pronuncien los que se salvan!”.
Finaliza
San Alfonso con una súplica de San Buenaventura, en la que el alma pide que, en
la hora de la muerte, María Santísima se haga presente para recibirla entre sus
brazos, para así presentarse ante el tribunal de Jesucristo, en el Juicio
Particular, porque quien esto haga, será conducido por la Madre de Dios al
eterno Paraíso, el Reino de los cielos: “¡Oh
mi dulce Madre y Señora, te amo con todo mi corazón! Y porque te amo, amo
también tu santo nombre. Propongo y espero con tu ayuda invocarlo siempre
durante la vida y en la hora de la muerte. Concluyamos con esta tierna plegaria
de san Buenaventura: “Para gloria de tu nombre, cuando mi alma esté para salir
de este mundo, ven tú misma a mi encuentro, Señora benditísima, y recíbela”. No
desdeñes, oh María –sigamos rezando con el santo– de venir a consolarme con tu
dulce presencia. Sé mi escala y camino del paraíso. Concédele la gracia del
perdón y del descanso eterno. Y termina el santo diciendo: “Oh María, abogada
nuestra, a ti te corresponde defender a tus devotos y tomar a tu cuidado su
causa ante el tribunal de Jesucristo”.
Quien
pronuncie el santísimo y dulce nombre de María en esta vida terrena, llena de tribulaciones
y peligros, glorificará lleno de alegría y amor el dulce nombre de Jesús en el
cielo, por toda la eternidad.
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