El
contenido eucarístico de las apariciones del Ángel de Portugal
Las
Apariciones de la Virgen en Fátima, una de las más grandes manifestaciones
marianas de todos los tiempos, estuvieron precedidas por las apariciones de un
ángel, el Ángel de Portugal o Ángel de la Paz, tal como él mismo se presentó.
El contenido de estas apariciones está estrechamente relacionado con el
contenido del mensaje de la Virgen y de tal manera, que se puede decir que sirven
como una preparación espiritual para lo que la Virgen habría de manifestarles.
Las apariciones del Ángel sucedieron a fines del año 1916, meses antes de la
primera manifestación de la Virgen, en Mayo de 1917.
Recordaremos
las tres apariciones, en su orden cronológico, y meditaremos brevemente en el
contenido o mensaje sobrenatural que las mismas contienen. Si bien sucedieron
hace cien años, son a-temporales, en el sentido de que el mensaje sobrenatural
es válido para los hombres de todos los tiempos, y también de todas las edades
y razas.
El
Ángel de Portugal o Ángel de la Paz se les apareció, en total, tres veces a los
pastorcitos. No se conoce la fecha exacta de la primera aparición, la cual
sucedió “en la primavera de 1916”, según lo manifiesta Sor Lucía, a quien
pertenecen las descripciones de estos eventos sobrenaturales.
1. Primera
aparición del Ángel.
Esta
primera aparición es narrada así por la Hermana Lucía: “No recuerdo exactamente
los datos, puesto que en aquel tiempo no sabía nada de años, no de meses ni
tampoco de los días de la semana. Me parece que debe haber sido en la primavera
de 1916 que nos apareció el Ángel por primera vez en nuestro “Loca de Cabeco”. Hacía
poco tiempo que jugábamos, cuando un viento fuerte sacudió los árboles y nos
hizo levantar la vista para ver lo que pasaba, pues el día estaba sereno.
Vemos, entonces, que, desde el olivar se dirige hacia nosotros la figura de la
que ya hablé. Jacinta y Francisco aún no la habían visto, ni yo les había
hablado de ella. A medida que se aproximaba, íbamos divisando sus facciones: un
joven de unos 14 ó 15 años, más blanco que la nieve, el sol lo hacía
transparente, como si fuera de cristal, y de una gran belleza. Al llegar junto
a nosotros, dijo: – ¡No temáis! Soy el Ángel de la Paz. Rezad conmigo. Y
arrodillándose en tierra, dobló la frente hasta el suelo y nos hizo repetir por
tres veces estas palabras: “¡Dios mío! Yo creo, espero, os adoro y os amo. Os
pido perdón por los que no creen, no esperan, no adoran y no os aman”. Después,
levantándose, dijo: “Rezad así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos
a la voz de vuestras súplicas”. Sus palabras se grabaron de tal forma en
nuestras mentes, que jamás se nos olvidaron. Y, desde entonces, pasábamos
largos ratos así, postrados, repitiéndolas muchas veces, hasta caer cansados”[1].
Una
primera consideración es la edad de los destinatarios: son niños, con poca
instrucción escolar, que incluso están ayudando, con su humilde trabajo
–pastoreando las ovejas-, a la economía familiar. El hecho de que sean niños,
nos recuerda lo que dijo Jesús en el Evangelio: “Quien no se haga como niño, no
puede entrar en el Reino de los cielos”. Es decir, la niñez es una etapa
privilegiada para Dios, y tanto, que quien no sea como niño, no podrá entrar
jamás a gozar de la contemplación de las Tres Divinas Personas, que es en lo
que consiste la felicidad eterna. Ahora bien, ¿en qué consiste esta “infancia
espiritual”? Ante todo, que no es sinónimo de infantilismo, sino propiamente,
de que el alma posea en sí los mejores atributos de la niñez, principalmente,
la inocencia y la pureza, la ausencia de mala intención. Otro elemento a tener
en cuenta es que esta “infancia espiritual”, de la que hablan muchos santos,
entre ellos, Santa Teresita del Niño Jesús, no es el producto de un esfuerzo de
ascesis humana, sino que es consecuencia de la gracia santificante en el alma,
que transmite al hombre la inocencia, la pureza, el candor y la bondad del Ser
divino trinitario. Esta infancia espiritual concedida por la gracia es
absolutamente necesaria para recibir luego los dones y gracias que
posteriormente Dios concede al alma; si no existe la inocencia de la infancia
espiritual, no puede actuar la gracia, ya que la soberbia y el orgullo, o la
impureza, lo impiden.
El
Ángel que se les aparece toma una forma corpórea, aunque por su naturaleza
puramente espiritual no poseen cuerpo, y la razón es que, a partir de la
Encarnación del Verbo, que por esto mismo asume la naturaleza humana y se
manifiesta como hombre, como ser humano, los ángeles, cuyo Rey es el Verbo
Encarnado, se manifiestan igualmente como hombres, como seres humanos, aunque
propiamente no lo sean, para secundar a su Rey, Cristo Dios, Dios Hijo
encarando. La juventud y belleza del ángel son consecuencia de la gloria de
Dios en los espíritus angélicos, que en los hombres mortales se anticipa con la
gracia santificante y que comunica, sea al hombre que al ángel, la belleza y la
eterna juventud. De hecho, en el cielo, según Santo Tomás y el Catecismo de la
Iglesia Católica, los bienaventurados serán eternamente jóvenes, con sus
cuerpos resplandecientes de la gloria divina, sin enfermedad ni dolor alguno, y
todo como consecuencia de la gloria de Dios que, rebalsando del alma, se vierte
sobre el cuerpo y lo glorifica. La belleza y la juventud del ángel de luz se
contrapone con el aspecto de los ángeles caídos que, privados de la gracia y de
la gloria divina, son extremadamente horribles, al punto de adquirir las formas
verdaderamente monstruosas, de animales desconocidos para el hombre. La extrema
fealdad del Demonio es la consecuencia del rechazo de aquello que le daba
belleza y hermosura, y que es la gracia y la gloria de Dios.
En
cuanto al nombre, es el mismo Ángel quien les dice su nombre, presentándose
como el “Ángel de Portugal” o “Ángel de la Paz”. Esto es llamativo y concuerda
con la doctrina católica, que enseña que todo grupo, sea familiar o, como en
este caso, nacional, posee un ángel custodio –con lo cual también nuestra amada
Patria Argentina tiene su ángel custodio, el Ángel Custodio de Argentina[2].
El Ángel se presenta como “Ángel de la Paz”, característica que se supone no
como exclusiva del Ángel de Portugal, sino como propia de todo ángel de luz,
que milita en el ejército celestial bajo las órdenes del Rey de los ángeles,
Cristo Jesús, y de María Inmaculada, Reina de los ángeles. Son todos “ángeles
de la paz”, porque poseen por participación y comunican la Paz verdadera, la
Paz de Cristo.
Otro elemento en esta
primera aparición y el más importante, es no solo la oración que el Ángel les
enseña, sino también la postura corporal, puesto que se arrodilla y dobla la
frente hasta el suelo para rezar, lo cual es signo de la adoración debida a
Dios Uno y Trino, que no solo debe ser interior, sino también acompañarse por
el gesto externo por excelencia de la adoración, que es el arrodillarse y,
además, tocar el suelo con la frente. El Ángel les enseña una oración de
reparación a Dios, por la malicia e indiferencia de los hombres que “no creen,
no esperan, no adoran y no aman”: “¡Dios mío! Yo creo, espero, os adoro y os
amo. Os pido perdón por los que no creen, no esperan, no adoran y no os aman”.
El Ángel les hace notar a los niños que sus oraciones no solo no serán vanas,
sino que los mismo Jesús y María en persona, están esperando atentamente esas
oraciones de reparación: “Rezad así. Los Corazones de Jesús y de María están
atentos a la voz de vuestras súplicas”.
Esta
oración de adoración y reparación es necesaria por cuanto el hombre, y mucho
más en este siglo XXI, ha reemplazado al Dios Verdadero y Único, Dios Uno y
Trino, por una multitud de ídolos neo-paganos, ídolos falsos que se entronizan
en el corazón del hombre, en el lugar debido únicamente a Dios Trinidad.
2. Segunda
aparición del Ángel.
La
segunda aparición del Ángel tuvo lugar en el verano de 1916, y es así como la
relata Sor Lucía: “Pasado bastante tiempo, en un día de verano, en que habíamos
ido a pasar el tiempo de siesta a casa, jugábamos al lado de un pozo que tenía
mi padre en la huerta, a la que llamábamos “Arneiro”. De repente vimos junto a
nosotros la misma figura o Ángel, como me parece que era, y dijo: “¿Qué hacéis?
Rezad, rezad mucho. Los Santísimos Corazones de Jesús y de María tienen sobre
vosotros designios de misericordia. Ofreced constantemente al Altísimo
oraciones y sacrificios”. “¿Cómo nos hemos de sacrificar?”, le pregunté. “En
todo lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio como acto de reparación por
los pecados con los que Él es ofendido y como súplica por la conversión de los
pecadores. Atraed así sobre vuestra Patria la paz. Yo soy el Ángel de su
guarda, el Ángel de Portugal. Sobre todo, aceptad y soportad, con sumisión, el
sufrimiento que el Señor os envíe”[3].
En
esta segunda aparición, el Ángel insiste con la oración, a la que le agrega el
sacrificio, que es tanto activo, como pasivo, porque consiste en ofrecer las
tribulaciones que nos sobrevienen y que no dependen de nosotros: “Rezad, rezad
mucho (…) Ofreced constantemente al Altísimo oraciones y sacrificios (…)”.
Estos sacrificios, que pide el Ángel, son, como hemos dicho, activos, cuando el
alma los ofrece por propia voluntad, aunque también son pasivos, cuando algo
acontece y el alma, en vez de quejarse, ofrece a Dios la tribulación: “En todo
lo que podáis, ofreced a Dios un sacrificio”. Y la razón del sacrificio, es
también la reparación, por la ingratitud, indiferencia y malicia de los hombres
para con el sacrificio redentor de Jesucristo y pidiendo la conversión de
quienes ofenden a Dios: “(…)n ofreced a Dios un sacrificio como acto de
reparación por los pecados con los que Él es ofendido y como súplica por la
conversión de los pecadores”.
3. Tercera
aparición del Ángel
Es
relatada así por Sor Lucía: “Después que llegamos, de rodillas, con los rostros
en tierra, comenzamos a repetir la oración del Ángel: “¡Dios mío! Yo creo,
adoro, espero y os amo, etc.”. No sé cuántas veces habíamos repetido esta
oración, cuando vimos que sobre nosotros brillaba una luz desconocida. Nos
levantamos para ver lo que pasaba y vimos al Ángel, que tenía en la mano
izquierda un Cáliz, sobre el cual había suspendida una Hostia, de la que caían
unas gotas de Sangre dentro del Cáliz. En Ángel dejó suspendido en el aire el
Cáliz, se arrodilló junto a nosotros, y nos hizo repetir tres veces: “Santísima
Trinidad, Padre, Hijo, Espíritu Santo, os ofrezco el preciosísimo Cuerpo,
Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los
Sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con los cuales Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos
de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os pido la
conversión de los pobres pecadores”. Después se levanta, toma en sus manos el
Cáliz y la Hostia. Me da la Sagrada Hostia a mí y la Sangre del Cáliz la divide
entre Jacinta y Francisco, diciendo al mismo tiempo: “Tomad y bebed el Cuerpo y
la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos.
Reparad sus crímenes y consolad a vuestro Dios”. Y, postrándose de nuevo en
tierra, repitió con nosotros otras tres veces la misma oración: “Santísima
Trinidad… etc.”, y desapareció. Nosotros permanecimos en la misma actitud,
repitiendo siempre las mismas palabras; y cuando nos levantamos, vimos que era
de noche y, por tanto, hora de irnos a casa”[4].
Esta
tercera aparición es, evidentemente, propiamente eucarística y asombra por lo
que contiene: el Ángel da la comunión a los pastorcitos, pero antes adora a la
Trinidad, dejando la Eucaristía y el cáliz en el aire y arrodillándose junto
con los niños. En la oración se adora a la Trinidad y se hace referencia a la
Presencia de Jesucristo en la Eucaristía, al tiempo que se ofrece su Cuerpo, su
Sangre, su Alma y su Divinidad, en reparación. ¿Por qué nombra a la Trinidad y
la adora, si el que está Presente en la Eucaristía es Dios Hijo? Se debe a la
“circuminsesio”, esto es, la Presencia concomitante de las Tres Personas en
donde está una de ellas. En la Eucaristía, el que está en Persona es el Hijo de
Dios, la Segunda Persona de la Trinidad, pero como donde está una están las
otras, también están el Padre y el Espíritu Santo, de ahí que el ángel dirija
la adoración a la Trinidad. Con respecto a la reparación antes de la comunión,
surge la pregunta acerca de qué es lo que hay que reparar, y la respuesta está
en las palabras del Ángel. En efecto, este hace mención a los “ultrajes,
sacrilegios e indiferencias” con los cuales Jesús Eucaristía es “ofendido”.
Nuevamente se pide también por la conversión de los pecadores, ofreciendo para
ello los méritos de los Sagrados Corazones de Jesús y María: “Y por los méritos
infinitos de su Sacratísimo Corazón y los del Inmaculado Corazón de María, os
pido la conversión de los pobres pecadores”.
La
tercera aparición es una muy fuerte declaración de la verdad acerca de lo que
la Iglesia enseña sobre la Eucaristía: es el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, y esto en virtud de la
Transubstanciación, ocurrida en la Santa Misa, con lo que no es un mero pan
bendecido, tal como lo sostienen otras iglesias. El Ángel les dice que lo que
les da a comulgar es el “Cuerpo y Sangre de Jesucristo”, y vuelve a hacer
mención de la palabra “ultraje”: “horriblemente ultrajado por los hombres
ingratos”. Aún más, resume todas estas acciones de los hombres en contra de
Jesús Eucaristía con un calificativo muy fuerte: “crímenes”: “Reparad sus
crímenes y consolad a Dios”. Es un calificativo muy fuerte y muy duro, pero que
describe exactamente la realidad de la malicia del hombre hacia la Eucaristía:
la indiferencia, el ultraje y el sacrilegio, son crímenes, con lo cual los
hombres nos convertimos en verdaderos delincuentes delante de los ojos de Dios,
porque son los delincuentes los que cometen crímenes. Cada vez que, por lo
menos, comulgamos indiferentemente, siendo fríos al Amor de Dios donado en la
Eucaristía cometemos un “crimen”, tal es como lo percibe Dios en su infinito
Amor a nuestro desamor hacia la Eucaristía. Pero también es cierto lo
contrario: quien comulga con fe, con amor, con devoción, con piedad, consuela a
“nuestro Dios”, el Dios de la Eucaristía, Jesucristo, por el desamor y la
frialdad propias y de nuestros hermanos.
Un
signo muy importante es la adoración, con el rostro en tierra, del Ángel, ante
la Eucaristía: es el mismo Ángel quien nos da ejemplo de cómo adorar la Eucaristía
al postrarse en tierra para adorar la Presencia Verdadera, real y substancial
de Nuestro Señor Jesucristo en el Santísimo Sacramento del Altar. El Ángel
adora el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo
presentes en la Eucaristía, y luego de adorar la Eucaristía, les administra
sacramentalmente en la boca el Cuerpo y la Preciosísima Sangre del Señor. Éste
es el ejemplo del Ángel: adorar en cuerpo y alma la Eucaristía, porque contiene
verdadera, real y sustancialmente al mismo Jesucristo Señor nuestro.
La
plegaria reparadora del Ángel se relaciona también con el Santo Sacrificio de
la Misa, que es donde se confecciona la Eucaristía. La santa Misa es el
sacrificio de Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor Jesucristo, ofrecido en nuestros
altares en memoria del Sacrificio de la Cruz. La Misa es el mismo Sacrificio
que el de la Cruz, porque en él se ofrece y sacrifica el mismo Jesucristo,
aunque de un modo incruento, es decir, sin padecer o morir como en la Cruz. Profundas
enseñanzas del Ángel de Portugal: reverencia, adoración, oración y reparación a
Jesús presente en la Hostia consagrada. Nos enseña a adorar y reparar por
encima de todo, ahí donde el amor no es amado: donde no es apreciado, donde es
humillado, pisoteado y ofendido. Donde el Amor Eucarístico es profanado en lo
oculto, en misas negras y en sectas satánicas, donde es vejado y despreciado o
bien donde es recibido en la comunión con un corazón frío, indiferente, o
incluso en pecado mortal. Nos enseña el Ángel Guardián de Portugal a respetar,
adorar y amar profundamente a Jesús Eucarístico en cada Hostia profanada, en
cada corazón que está en pecado y sin amor por Él, a reparar por quienes
comulgan con un corazón frío, en quienes lo reciben sin siquiera pensar en Él.
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